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septiembre 16, 2006

Los helicópteros y los aviones no son más que plagiarios, pues lo que hacen lo tomaron de los insectos y las aves.

La Ciencia Amena, 1983



Este aparato, el giroplano I, que sólo se elevara a dos metros del suelo, en 1907, fue como el abuelo antediluviano de los actuales helicópteros.

Cuando uno revisa la historia e la naturaleza comprueba que allí están los antecedentes de todas las cosas grandes y pequeñas del ingenio humano, sin que ello implique que aceptamos la pesimista apreciación del libro bíblico, el Eclesiastés, según el cual nada nuevo existe bajo el Sol. Es cierto que la navegación aérea ha alcanzado metas deslumbrantes, como la de desplazar a velocidades supersónicas, naves, carga y pasajeros que pesan tanto como las de un pequeño trasatlántico. Entre ellas ha ocupado un puesto especial el helicóptero, en el que pensara hace quinientos años, el polifacético y maravilloso genio de Leonardo Da Vinci. El dejó a la posteridad el diseño de una liviana máquina que se suspendía ligeramente sobre tierra, mediante hélices horizontales movidas por una cuerda semejante a la de los relojes de pared.

Cien millones de años antes de que volara el primer vertebrado, ya lo hacían los humildes insectos creadores de esta antiquísima técnica de locomoción. Es cierto que el modelo de vuelo para los 747 y demás aviones, fue proporcionado por las aves, inobjetables maestras de la ingeniería aeronáutica. Pero es igualmente verdad que el método de los insectos es el que en estos días de los viajes al espacio exterior de la Tierra , guió a los inventores del moderno helicóptero. Hace 199 años Lannoy y Bienvenu, exhibían en París un juguete de cartón con las características del expresado aparato. Los miembros de la Academia Francesa no daban crédito al pajarito artificial que subía y bajaba frente a sus propios ojos.

En el siglo pasado, el coronel Renard estudió prolijamente el principio de las hélices y de las aspas con l intención, de que en vez de accionar los mecanismos de un molino fijo, fueran capaces de desplazar a un artefacto. En 1906 Paul Cornu era el primer piloto en aventurarse a ascender momentáneamente en un extraño antecesor del helicóptero.

En 1907 Breguet y Richet lograban la hazaña de estacionarse con un aparato suyo a dos metros de altura sobre el suelo. Hasta entonces seguía sin resolverse el problema de que tales ingenios avanzaran como los aeroplanos. La primera contribución firme de este sentido sería ofrecida por Juan de la Cierva y Codorniú, que con la introducción del autogiro se convirtió en el único español que inventara algo.

Cuando Juan de la Cierva pbservó el fracaso de sus`primeros autogiros, no pudo reprimir la frase con que pretendiera injuriarlos: !Saltamontes Mounstruos!


En efecto, en 1923, a los 28 años, construía su máquina sin alas pues en lugar de ellas tenía cuatro aspasen forma de equis horizontal. Mientras las hélices delanteras tomadas del avión, impulsaban el aparato de un sitio otro, la resistencia del aire hacía girar las aspas que de ese modo daban una sustentación más segura que la de las inmóviles alas de los aviones. El autogiro hizo que por primera vez y última vez los ojos de la ciencia y de la técnica se fijaran atentamente en torno a la llamada Madre Patria. De la Cierva fundó compañías suyas en sociedad con los británicos y con los norteamericanos, después de que diseñara ciento veinte prototipos exitosos que él mismo tripulara durante vuelos a través del Canal de la Mancha.

En el auge de su esfuerzo De la Cierva pereció en el avión comercial en que marchaba a Ámsterdam, cuando el mismo se enredara con un cable en la pista de despegue en Londres. Su autogiro no podía desplazarse hacia los lados o hacia atrás, aunque los últimos modelos descendían verticalmente. Tampoco se detenían en un mismo lugar del aire. Carecían pues de las ventajas que a la luz de las nuevas necesidades, eran fundamentales para que el helicóptero pudiera competir con los aviones. Tales características le serían dadas por ruso Igor Sikorsky durante su residencia en Norteamérica.

El helicóptero que desgraciadamente ha sido transformado en artefacto bélico, es muy útil en acciones de salvamento y se le emplea en hechos de paz, como el de transportar camiones cargados y tractores a zonas aisladas en las que se efectúe algún desarrollo industrial o agropecuario. Son innumerables sus usos sin contar los de vehículo interno de las ciudades, como los servicios de taxi aéreo que presta en Nueva York, Chicago y San Francisco. El movimiento de los motores es una copia del movimiento de las alas de los insectos y de los colibríes. Eso explica que al igual que estos animales pueden estacionarse en el aire, retroceder, desplazarse de lado, ascender y descender verticalmente.

septiembre 15, 2006

En el Cerro del Avila mora un miembro de cierta congregación conocida por sus servicios en los páramos andinos.

La Ciencia Amena. Abril 1986

Las hojas del frailejón son usadas por los campesinos para contrarrestar las bajas temperaturas en los páramos.

El 2 de enero de 1800 Humboldt y Bompland disfrutaban de la silenciosa majestad del bosque tropical en las cumbres del Avila. Por el camino se habían sobrecogido de admiración, por las nuevas y exuberantes especies arbóreas que les salían al paso. Entre los mil setecientos cincuenta metros y los dos mil doscientos, habían observado una blanca y densa capa que les era familiar, porque correspondía a la Selva Nublada que contemplaban en las montañas europeas. Ahora escalarían la zona inmediata donde la vegetación mostraba características parecidas a la de ciertos niveles de la Cordillera de los Andes, aunque ellos ignoraban esto. Ella recibiría la denominación de subpáramo posteriormente.

Una ojeada les bastó para advertir que el pino que descubrieran era autóctono de ésta región. Más tarde confirmarían su sospecha de que era el único representante de las coníferas en todo nuestra geografía. Hoy se le describe como Pudocarpus pittieri y Pudocarpus oleifolius. Entre los representantes de la imponente vegetación, había un arbusto que alcanzaba de dos a ocho metros de altura, con hojas en forma de lanza revestidas en un color blancuzco en el envés y con un tallo oscilante entre los veinticinco y treinta y cinco centímetros de diámetro. No pudieron clasificarlo pero examinaron sus tupidas colonias en el entorno.


El incienso criollo o frailejón de arbolito, tiene una inflorescencia como la del girasol, amarilla y blanca en su entorno.

No gustaba de la luz directa del Sol pues sólo crecía al abrigo de las cerradas copas de los grandes árboles. Hoy se sabe que esta característica que también la ostentan el café y el cacao, se debe a una extrema sensibilidad a la energía luminosa. Por ello utilizan las radiaciones que hay en la sombra sin ningún poder quemante. Más allá examinaron oras especies de plantas con hojas que tenían la consistencia de la lana y eran esponjosas y peludas como las telas hechas de ese material. Más tarde al proseguir las exploraciones en el Chimborazo de Ecuador evocarían este paisaje, por la semejanza que guardaban con el de los páramos andinos.


También Henry Pittier hizo estas observaciones al recorrer el grandioso cerro. En su obra, “Manual de las plantas usuales” en Venezuela, nos dejaría la información sobre las especies de frailejones que tenemos. Tan distintas, tan peculiares, que cualquier persona puede diferenciarlas fácilmente. Pertenecientes al género Espeletia, son los reyes del frío y prosperan el las vecindades de la nieve, en compañías de gramíneas que merecen identificarse, ya que lo usual en la mayoría de ellas, es que proliferen en la llanuras calientes. Estas aspirantes a esquimales figuran n los géneros Fastuca y Calamagrostis. Los frailejones son extraños en la selva tropical, porque esta no asciende más allá de tres mil metros, en los que valientemente sobreviven ciertas liliáceas bambúes.

Hay trece mil especies de frailejones que son propios del páramo como los cactus de los arenales. Son: el amarillo, el blanco, el chirique, el de puya, el dorado, el lanudo, el macho, el moro, el manso, el menudo, el paramero y el plateado. Todos ellos rematan en grandes hojas con formas de rosetas inclinadas de tal manera, que hacen recordar a los monjes con capuchas en actitud de meditación. Esta característica común no la presenta el frailejón de arbolito aludido ya, pues se trata del que llamara la atención de Humboldt en el pico Naiguatá, en la Silla de Caracas y en Lagunazo.

Es el embajador único de aquel género de las proximidades de la capital venezolana y se le llama además incienso, por la propiedad de arder fácilmente incluso cuando está verde, despidiendo un olor a iglesia, debido a su fuerte contenido de resinas. ¿Cómo pudo llegar aquí este representante de una familia que carece de semillas voladoras y que está a más de seiscientos kilómetros en línea recta?. No pudo venir con sus semillas en el estomago de un ave porque sería imposible una relación entre la fauna de los dos lugares. Se estima que los aborígenes trajeron hace miles de años estas plantas, que al adaptarse a alturas menores generó las diferencias actuales con sus hermanos de las cercanías del pico Bolívar.


La ciencia sigue perpleja ante el hecho de que la luz a pesar de ser inmaterial es frenada por el aire y aún más por el agua.



En los crepúsculos suelen formarse juegos de acuarelas que se deben a la fragmentación de la luz blanca, por el choque con ciertas formaciones gaseosas.

En el cosmo los conceptos de la vejez resultan inverosímiles, de acuerdo con nuestra comprensión. El sol cumplió ya cinco mil millones de años y sin embargo es un mocetón, si se le compara con otras estrellas que empiezan a declinar enrojeciéndose , porque pasan de los diez mil millones de años. Lo vemos como un disco de soberbia refulgencia, pero en remotísimos parajes de la Galaxia hay probablemente seres, tal vez más humanos y más geniales que los de nuestra especie, que lo apreciarán como un pequeño foco encendido, Esto ocurriría sólo en los casos en que su luz hubiera cruzado indemne las concentraciones de gas y polvo interestelar, denominadas nebulosas, las cuales contienen los componentes de futuras estrellas.

La noción de la luz viaja a la velocidad de trescientos mil kilómetros por segundo no es absolutamente cierta. En el vacío interestelar, avanza exactamente a 299.792 kilómetros con 458 metros por segundo. Los fotones son las unidades que la constituyen, pero ellos carecen de ma. Sin embargo mantienen a los físicos en una perenne perplejidad, porque todo obstáculo a su paso los frena irremediablemente. Eso lo observamos en la nube que opaca el día o en el mar en que la luz se detiene a ciento ochenta y tres metros de profundidad. No cabe duda de que su velocidad disminuye un poco al cruzar el aire y bastante al cruzar el agua de los océanos.
Nada de lo existente, átomo, molécula, roca, mineral, bacteria, hombre o árbol podrá jamás viajar tan raudamente. No sólo porque es imposible cabalgar en un rayo de luz, sino también porque la materia se volvería infinita a esa velocidad. Ello está descartado por las confirmadas leyes einstenianas de la relatividad.

Estas se fundan en complejísimas ecuaciones que, aunque llenas de sabiduría resultan prosaicas y obtusas a través del velo poético que nos inspira toda claridad. La luz es hermana de la vida y en cierta forma su progenitora, porque en la fotosíntesis da la energía sin la cual sería imposible la existencia de los seres vivos. Gracias a ella podemos extasiarnos con un amanecer marino, ver la sonrisa de los seres amados y absorbernos en la lectura de los buenos libros, silenciosos vertedores de ideas, sueños y experiencias no vividas por nosotros.

Pero como ya insinuamos, es la luz y en nuestro caso la del sol, la que permite que los vegetales nos preparen los alimentos que tan desinteresadamente nos prodigan. Ya dijimos que la luz lega en los fotones, partícula inmateriales que atraviesa clandestinamente el vacío, sin hacerle la menor concesión. Quiero decir que no le ceden nada de su energía y lo dejan gélido y oscuro. Los fotones no son exclusivos de los rayos del sol o de las demás estrellas. Están en un relámpago, en una vela prendida, en un bombillo encendido o en los ojos de un cocuyo en la noche.

A los griegos antiguos, cuyo ingenio dejó frutos que aún nos enriquecen, les costó comprobar la verdad de este concepto. Herón un investigador de Alejandría, estableció algo que hoy nos parece simple: la luz proyectada por un espejo rebota para formar un ángulo. Los grandes exploradores del fenómeno se inquietaban porque una estaca vertical hundida en un estanque se veía quebrada. Pasaron siglos antes de que el hombre comprendiera que la luz se desvía en el agua porque el aire es menos denso que ella. De allí que en el líquido la luz reduzca su velocidad a la de 225 mil kilómetros por segundo. El dominio de estos principios ayudó a los oftalmólogos a emplear los lentes correctivos de los ojos y a los astrónomos a perfeccionar los largavistas, uno de los cuales es el más antiguo y el más grande: el telescopio.


Newton se hizo famoso no sólo por el episodio de la manzana que caía, sino también porque un día hizo un experimento fácil de realizar en nuestros hogares. Cerró por completo una habitación, dejó que un hilillo de luz se colara por la misma, puso un prisma en el orificio por donde aquélla entraba y produjo así el primer arcoiris artificial. En la pared opuesta vio siete franjas armonizadas que iban del rojo al violeta pasando por el anaranjado, el amarillo, el verde y el añil.

El cocimiento sigue penetrando en los ariscos dominios de la luz y así ha culminado la fabricación de los rayos láser. La luz corriente se desparrama como una muchedumbre desordenada. La luz de los láseres es como el ordenado desfile de un ejército. De allí que pueda ser modulada como las ondas de radio y servir para sistemas de telecomunicaciones. La luz de los láseres puede amplificarse como se hace con la voz de un orador en los altavoces. A pesar de que la luz de los láseres se usa en experimentos destructivos, son diversos los aspectos en que está sirviendo para el bien del hombre. Es bueno recordar que no hay luz en este mundo que no proceda directa o indirectamente del jefe de esta familia plenaria: el Sol.

Bethe el hombre que descubrió la leña de donde proceden las llamas del sol y de otras estrellas era lector de los clásicos y de Bertolt Bretch.

Este cráter de cien metro de profundidad y cuatro cuadras de ancho fue abierto por una bomba H de pequeño calibre. Seiscientas cuenta de ellas bastarían para construir un canal como el de Panamá

Durante toda su existencia Francisco Alberto Bethe (1906-) se ha interrogado sobre su patria natal, pues nació en Alsacia Lorena cuando este región pertenecía a Alemania. En 1918 le fue devuelta a Francia. En 1940 volvió a manos germanas hasta que en 1944 la reintegraron al país galo. Los padres de Bethe que eran de sangre teutónica decidieron formarlo en las universidades de Munich y Tubinga, donde a los veintidos años conquistaba el exigente título de doctor en física. Sus relevantes conocimientos le permitieron tan tempranamente asumir las cátedras den su especialidad en las mismas aulas donde dos años antes era un simple alumno. Pero ahora tenía en conocimiento que le habían dos insignes científicos: Rutherford en Cambridge y Fermi en Roma.

En los años treinta hacía prácticas de investigación transmutando átomos de carbono en nitrógeno, mediante esos proyectiles cuádruples (dos protones y dos neutrones) que son las partículas alfa. Estaba al tanto desde luego, de que de que en esto no hacía más que imitar la sensacional técnica creada dos lustros antes por su maestro Rutherford. Pensando que ya era hora de abrirse por su propia cuenta, aportando algún conocimiento nuevo sobre el mundo, pues tenía fe en su competencia y era un estudioso que sólo se quitaba tiempo para leer a los clásicos griegos y ver en el teatro las obras de Bertol Bretch. Este autor fue sometido a la censura de los nazis que llegaran al poder en 1933. Bethe con la dignidad de sus veintisiete años consideró que sus ideas humanísticas colidian con las de los nuevos gobernantes y que por lo tanto era preferible el exilio voluntario.

Al igual que sus notables antecesores Helmoth y Kelvin, le mortificaba la supuesta imposibilidad de explorar las estrellas para determinar el origen de sus poderosísimas llamaradas. ¿Qué clase de leña era la que usaban en sus colosales fogones? es decir ¿De dónde procedía la energía que engendraba el calor inconcebible del Sol? Aquí lo sentimos, pensaba, aunque estamos a ciento cincuenta millones e kilómetros del mismo y de que sólo nos llega una cinco mil millonésina parte de su temperatura. Los análisis espectroscópicos revelaban que el astro rey tenía una enorme concentración de hidrógeno.

Su mente manejaba esta información con el ánimo de descubrir la verdad dentro de las incógnitas que son el dolor de cabeza de los grandes científicos. Sus cavilaciones en este sentido le siguieron a Inglaterra durante los dos años de docencia que ejerciera allá hasta 1935. Entonces, fue seducido por un contrato de la Universidad de Cornell en Estados Unidos, en el que le ofrecían recursos financieros, colaboradores calificados y modernos equipos para sus investigaciones. En busca de la respuesta que le angustiaba comenzó a trabajar con el hidrógeno, por la sospecha de que en éste se encontraba la clave del manantial energético del Sol y las restantes estrellas.

Ignoramos en qué fundó la hipótesis de encontrar la explicación fusionando el hidrógeno con el carbono. Lo cierto es que a través de un grupo de reacciones entre esos, Bethe concluía liberando gran haz de energía al tiempo que fabricaba helio, que también abunda en el sol. Las comprobaciones posteriores de él y de sus colegas, dejaron clara la evidencia de que en la fusión del hidrógeno para convertirse en helio estaba el origen de la luz y del calor de los astros que por la noche adornan el firmamento y del que nos compaña a diario desde el Levante hasta el Poniente. Se determinó que durante la fusión es aniquilada en un uno por ciento la materia del hidrógeno que se convertirá en energía.

Hoy los físicos hablan del ciclo de Bethe para referirse a esas seis fases en las que el hidrógeno hace de combustible, el carbono de catalizador y el helio de cenizas. En el corazón de las estrellas pudiera ocurrir este ciclo y también el otro de átomos de hidrógeno que se juntan directamente, gracias a las enormes velocidades que alcanzan por las altísimas temperaturas, para producir helio. Desgraciadamente, la tendencia que tienen algunos hombres de torcer el buen rumbo de la sabiduría, hizo que este hallazgo que le valiera a Bethe el premio Enrico Fermi, se destinara a la creación de la tenebrosa Bomba de Hidrógeno. La primera que explotó en el Pacífico tenía una fuerza de quinientas veces superior a la bomba atómica de Hiroshima y fue más que suficiente par borrar del mapa a una inocente isla y a todos los árboles y criaturas que la habitaban.

Conocemos muy bien a Colón pero no al cazador de focas que descrubiera para el mundo el sexto continente.


Hace doscientos millones de años un cataclismo separó en seis fragmentos al gran continente que teóricamente existía entonces, denominado Pangea por el norteamericano Alfred Wegener, y Gondvana por los geólogos soviéticos. Los expresados fragmentos se distanciaron lentamente como balsas flotantes, dando lugar a los continentes actuales. En 1942 Colón descubrió el quinto y fue menester que pasaran más de trescientos años para que fuera encontrado el sexto, la Antártida. Este mérito le corresponde a un cazador de focas Nathaniel Palmer, quien devisó un litoral terrestre oculto bajo el imponente casquete del Polo Sur. Entonces se supo que era diferente del Polo Norte, lo que tiene no es tierra sólida sino agua líquida.

Las investigaciones del Año Geofísico Internacional determinaron, a través de los fósiles rescatados en las pocas capas libres de hielo, que este continente tuvo un largo período en que su temperatura y su paisaje presentaban las características de bosques húmedos y calientes como los de nuestra Guayana. Allí crecieron reptiles gigantescos y helechos de gran altura y de gruesos troncos de medio metro de diámetro, que dieron lugar a las enormes reservas de carbón, sepultadas bajo las inmensas montañas blancas. Se desconoce el momento en que los rayos del Sol dejaron de caer directamente sobre esta zona, que así se convirtió en la más colosal fábrica de hielo que hay en la Tierra.

Allí el termómetro desciende de invierno a 80 grados C°, el nivel en que se vuelve sólida. Por esta razón el vapor de agua desprendido del Atlántico y del Pacífico, es en parte atrapado por esta temperatura, que los hace retornar a la nivea superficie. De los 28 millones de kilómetros cúbicos que forman el volumen que está por encima del nivel del mar, sólo 7 millones de Km3 son de tierra . La superficie de ésta es de trece millones de Kilómetros cuadrados, o sea, que la Antártida es un cincuenta por ciento mayor que Europa.

Aquí hay picos de 4.000 metro de altura que algunos geógrafos han considerado, como el comienzo de la Cordillera de los Andes. A veces las tormentas de los océanos alcanzan una fuerza fantástica, que al golpear las inconcebibles moles de hielo, las parten, desprendiendo pedazos que después constituirán los icebergs. El más famoso de todos fue el examinado por los glaciólogos rusos. Medía 162 kilómetros de largo por 72 de ancho y 300 metros de espesor. Su peso era de dos mil billones de kilos (un 2 seguido de quince ceros), y en su superficie de más de 11 mil kilómetros cuadrados cabría el estado Mérida. Por último el agua derretida de ese iceberg, habría bastado para regar el Sahara durante varios años.

Los pinguinos están entre los poquísimos moradores del Polo Sur. Su comida las obtienen en los peces y crustáceos que abundan en el agua.

En las regiones costras habitan los pingüinos, los elefantes marinos y las focas, que al igual que las ballenas tienen en las aguas oceánicas exuberante fuente de alimentación, representadas por el plancton que se produce a una insólita velocidad, para nutrir a diversos peces y en especial el crustáceo krill, parecido al calamar rojo. Por la facilidad con que prolifera y por la variada composición de sustancias esenciales que posee, se le considera como un recurso contra el hambre, del que una emergencia podría echar mano la humanidad. Cuando su pesca se volviera económica, el hombre tendría allí mismo un frigorífico de valde, en el que podría conservar indefinidamente todas las existencias de este animal que hubiera almacenado.

Durante la guerra de las Malvinas se comentó mucho existencia de yacimientos petroleros en la Antártida. Sin embargo no se han encontrado inicios de este combustible, aunque están probadas grandes reservas de hierro, magnetita, magnesio, titanio, hulla. Hay también otros tesoros en que s incluyen diamantes tan buenos como los de Sudáfrica. Lamentablemente todavía no existen taladros que pudieran atravesar los kilómetros de hielo para abrir las cavidades por donde otras máquinas podrían extraer esos minerales. Lo más viable sería el establecimiento de un criadero de ballenas y de factorías anexas para procesar los múltiples productos que se pueden extraer de ellas.

Hay peces en el Amazonas que resecos y semimuertos, resucitan para gozar la vida con el retorno de las lluvias.

Así son los dipnoos de Australia que, aunque no aguantan mucho la respiración fuera del agua, saben vivir felices en charcos pestilentes.

Los Caramuri tienen un diseño que hace recordar a las anguílas. Las aventajan en que cuando hay agua respiran branquialmente y, cuando se acaba, respiran pulmonarmente.

Nunca he podido explicarme la causa de que los ictiólogos consideren primitivo a los peces dípnoos. Digo esto porque en su exitosa lucha por la supervivencia durante cuatrocientos millones de años, han obrado virtuales milagros genéticos, atribuibles sólo al poder de una gran sabiduría. Durante éste período presenciaron la extinción de miles de especies de reptiles, pájaros y mamíferos que parecían mejor dotadas para perpetuarse. Así como ha habido pueblos que se crecieron frente a la adversidad de su medio, entre los irracionales se hallan estos peces que lejos de inmutarse ante las privaciones, las soportaban valientemente, mientras desarrollaban los mecanismos de su triunfal adaptación.

En el período llamado Devónico, hubo una crisis hidrológica en que los ríos se convirtieron en charcos espesos y en lodazales. Millones de animales de esta familia debieron morir, pero los sobrevivientes aprendieron a usar sus aletas, como zancos para caminar en busca de humedad y de alimentación. Al hacer esto adquirieron la facultad de respirar el aire atmosférico con pulmones desarrollados durante los cambios de una lenta evolución. Eso debió ocurrir cuando, de algún modo, había una comunicación entre Australia, Africa y Sudamérica, donde se encuentran los géneros en que se agrupan estos peces tan porfiados en mantenerse en este mundo.


Los estudios al respecto han clarificado que no guardan ningún nexo, ni con los anfibios aparecidos en el citado período ni con los reptiles que surgieron posteriormente. No están por lo tanto en la línea evolutiva que dio lugar a los mamíferos, a los primates y al hombre. Esto no les quita méritos, porque sigue siendo admirable su acierto en llevar una existencia confortable, donde las estantes especies animales habrían aparecido. Los dipnoos de Australia siguen, como sus tatarabuelos, trasladándose de un charco a otro con sus aletas como zancos. No resisten la sequías extrema y tienen pulmones, aunque no tan buenos como los de sus primos del Africa y de la zona comprendida entre el Amazonas y el Gran Chaco, que abarca franjas de Bolivia, Paraguay y Argentina.

Ni los dipnoos del continente negro ni los que aquí saben andar a pie. Ese es un don exclusivo de sus parientes en Oceanía. Además, no lo necesitan porque mediante maniobras genéticas, en las que son realmente doctos, diseñaron la única técnica de estivación que se conoce en el mundo de los peces. Cuando llega el verano y el hirviente calor tropical vaporiza los pozos, ellos se inmovilizan en una siesta, en la que reducen casi a cero sus procesos metabólicos y su grado de calorías. Hay ejemplares que han permanecido vivos en esas condiciones hasta cuatro años, sin que al resucitar de esa semimuerte mostraran la más ligera alteración.


Los dipnoos de Sudamérica están incluidos entre los lepidosirenas, Localmente se les llama loalach, voz indígena, y caramuru, voz de origen portugués. Son alargados con formas de cinta, con una longitud que puede ser de hasta un metro veinte. Es probable que en una competencia de natación llagarían de últimos, porque se desplazan poco a poco, tomándose todo su tiempo, para pescar entre las raíces de plantas moradoras de los pantanos, moluscos y otros peces que le sirven de alimento. Durante el día muestran una piel casí negra que sorprendentemente se vuelve blanca en la oscuridad, en medio de la cual, no s sabe por qué, dilatan las porosidades de sus cuerpos.

Se cubren con una capa mucosa y resbaladiza, la cual se transforma en una cápsula sólida en que se envuelve, presentando así un mínimo de humedad, cuando se enrollan para disfrutar de una larga siesta. Durante la misma consumen sus grasas y también parte de sus músculos. Al tornar el invierno, vuelven a respirar con sus branquias y construyen, en el fondo de cada charco, una galería en que las hembras depositan sus huevos. Los machos los fecundan y se quedan en permanente guardia hasta que las larvas evidencian la capacidad para bregarse su propia subsistencia y sortear los peligros. Cumplido este deber, los diligentes padres suben a la superficie del agua para autogratificarse llenando sus pulmones con una bocanada del pródigo oxígeno atmosférico.

El óvulo es cincuenta mil veces más grande que el espermatozoide; sin embargo éste es el que decide el sexo del ser que van a formar.


Al mes de embarazo el huevo fecundado tiene un un tamaño diez mil veces superior al del momento de la concepción.

El recén nacido no s otra cosa que el feto que había a los tres meses de la concepción, pero en el que se ieliminaron las imperfecciones y se ultimaron todos los detalles.

Uno se pregunta si se deben a la casualidad, ciertas analogías entre los fenómenos de la materia y los de la fisiología. En el átomo, el electrón es 1087 veces más chiquito que su antagonista, el protón, y sin embargo tienen las mismas cargas eléctricas aunque opuestas. Pues bien, el espermatozoide es 50.000 veces más chiquito que el óvulo, pero ambos tienen cargas genéticas iguales, es decir 23 cromosomas el óvulo, la célula más grande de nuestro cuerpo y 23 cromosomas el espermatozoide, la célula más pequeña. En los dos ejemplos citados pudiéramos reafirmar el principio de que es la calidad y no la cantidad, lo que le da importancia a la masa en los procesos de la naturaleza.

El espermatozoide no obstante su tamaño ultramicroscópico, entra en el óvulo que mansamente acepta el sexo que unilateralmente es impuesto por el huésped. Se deduce que la mujer es neutra en este sentido, y que es el varón el que decide si el nuevo será como elle o como él. Apenas se conocen las dos cargas genéticas armonizan sus diferencias, y se ponen a trabajar en la estructuración de n individuo que será el fruto de su entendimiento. El mismo ser se realiza en una fracción de segundo, a pesar de la inmensa complejidad de las diferencias. Hoy se calcula que los genes del embrión humano podrían dar lugar a trillones de combinaciones. Cada persona corresponde a la combinación elegida, porque seguramente era la más ventajosa.
Sellado el arreglo las dos partes se fusionan constituyendo una sola célula que a la media hora empezará a dividirse en dos, cuatro, ocho, dieciséis, treinta y dos células y así sucesivamente en una progresión geométrica interminable. A los dos días el embrioncillo, visto a través del microscopio muestra el aspecto de una mora. En este nivel de desarrollo se da cuenta de que la trompa de Falopio es una residencia con alojamiento pero sin nutrientes, que demanda insaciablemente. En busca de algo más seguro, decide marcharse y ayudado por los cilios del tubito, es impulsado hacia la pared interior del útero.

En su nuevo destino le es cambiado el nombre de mórula que traía, por un más respetable, el de blastocito. Este, forma suavemente una cavidad en la que se coloca protegido por una capa mucosa. Así ocurre la nidificación del huevecillo fecundado. En lo sucesivo las operaciones en su interior, se volverán más complejas. Sin embargo hay allí un fantástico ordenador, que no se equivoca nunca en el manejo preciso de los miles de millones de corpúsculos infinitesimales a su disposición, colocándolos a uno por uno en el lugar señalado previamente con el rigor matemático de una computadora.

A estas alturas han pasado siete días desde la concepción. El blastocito ha tomado medidas muy importantes para su porvenir. Ha comisionado a unas células para que formen la placenta, a través de la cual recibirá oxígeno y alimentos, pero guardando una marcada independencia que de inmediato se advierte en la sangre que empieza a fabricar, distinta de la que corre por los vasos de la respectiva embarazada. Otras células diseñarán el saco amniótico, dentro de cuyo líquido el huevo flotando continuará su pasmosa actividad. La células restantes del blastocito constituirán tres capas, en las que se hallan listos hasta en sus últimos detalles, los planos del futuro bebé.

De la capa externa surgirá el supremo y futuro jefe de este organismo: el cerebro y los nervios con un cortejo de tejidos de segunda como lo son: los de las uñas, os cabellos, las glándulas sudoríparas y salivales, el cristalino de los ojos, el revestimiento de la boca y el esmalte de los dientes. De la capa intermedia saldrán el esqueleto, los cartílagos, las arterias, las venas y los vasos capilares, los riñones, la dermis y el tejido conjuntivo. En la capa externa se confeccionarán el órgano más grande del cuerpo, el hígado, el estómago, los intestinos, el páncreas y glándulas como la tiroides. A las cuatro semanas la fase final del proyecto está lista para su definitiva ejecución. Sin embargo, la masa del embrión no es mayor de a de medio quinchoncho.

mayo 29, 2006

Los que siguen creyendo en la inferioridad de la mujer piensan de la misma forma como lo hacían los primitivos.

El hombre y la mujer deben complementarse. Las situaciones de injusticia que ha provocado el errado concepto de la debilidad feminina, ha ocasionado el afán muchas veces desmedido de éstas `pr igualarse a sus compañeros.

La humanidad continuaría existiendo sus con sus penas y sus alegrías si se acabaran los hombres y dejarán a unas cuantas mujeres en la compañía de un pequeño un banco de espermatozoides; pero se extinguiría si sólo quedarán hombres provistos de un arsenal de óvulos. ¿Quién es más importante para la vida?

Sabemos perfectamente la crueldad de la naturaleza contra todo lo que no le sirva para perpetuar las especies, se ha la de los microbios, sea la humana. Por lo tanto ella no dudaría en hacer la elección más favorable en el hipotético caso extremo que hemos mencionado. Ante tal alternativa, la naturaleza prescindiría de nosotros después de quitarnos el licor seminal. Ya es posible que ellas conciban sin contacto con el varón, pero en el caso de que un óvulo aislado fuera fecundado, siempre necesitaría el vientre de la madre viva para que el feto progresara hasta convertirse en niño. Biológicamente, y en todos los demás órdenes, la inferioridad de la mujer es un mito. En primer lugar, detrás de los grandes hombres siempre ha habido una mujer que directa u o indirectamente los ha inspirado para su obra en los campos del pensamiento o de la acción. Aunque nos sintamos muy importantes, una sensación de desamparo y de invalidez nos posee cuando perdemos la mujer a quien siempre hemos amado y que nos entregó la acción de placer en el momento de sosiego y de la solidaridad en las emergencias que suelen acosar los hombres responsables.


El cerebro es para ambos sexos, el asiento de la razón, la inteligencia y los sentimientos. En él no sólo es importante el tamaño, sino también la cantidad de arruguas

No hay mejor antídoto para una angustia que la sonrisa fraternal esposa, la novia o la compañera. Este ilusorio concepto de la superioridad masculina nació con los albores de la razón, cuando los seres humanos se mudaron de casa, o sea, de las ramas de los árboles al interior de las cavernas. Entonces observaron que ellas estaban corporalmente menos preparadas para los esfuerzos de la caza o para enfrentarse con fieras como el tigre de los colmillos de sable. Además al verlas tiernas las consideraban débiles y estimaban que no tenían presencia de ánimo, porque lloran desconsoladamente ante la muerte de los seres queridos. Ella solían quedarse en casa a cuidar a los pequeños y esta ocupación no requería, según el punto de vista de los primitivos, mayores esfuerzos. Al llegar las primeras civilizaciones, eran los hombres quienes empuñaban las armas para matar y también las que asumían funciones dirigentes de las naciones y de las sociedades. En los siglos pasados hubo biólogos que reafirmaban la opinión mencionada de las cavernícolas, porque descubrieron que un cerebro mediano de una mujer pesa 1574 gramos contra 1728 que pesa el de un hombre. El corazón de ellas pesa un promedio de 226 gramos contra 350 gramos que pesa el de ellos. Los únicos aspectos orgánicos en que nos superan las féminas son aquellos en que ellas tienen más grasa (un 20%) más que nosotros y que descansando aspiran mayor número de veces que sus consortes.

No hagamos caso de nada de esto. Las lágrimas que con tanta facilidad derrama son más persuasivas que cualquier argumento y son un tranquilizante mejor que los vendidos en las boticas. Las lágrimas, además, lo decía una vez, sirve para despejar los caminos del júbilo. No utilizamos sino un 20% del cerebro, según algunos científicos. Por lo tanto a ellas también les sobran células nerviosas. Nos llegó un informe sobre la curiosa colección de cerebros disecados que hay en la Universidad de Cornell, en EE.UU. Ahí conservan con el mismo solicito cuidado los cerebros de ilustres sabios y malvados inauditos. Allí está precisamente el encéfalo del doctor Burt Green Wilde, primer profesor de biología animal de esa institución, quien comenzó hace más de un siglo la organización de la extraordinaria muestra.

Al principio sólo podía reunir cerebros de idiotas, criminales y desdichados. Les costó mucho convencer a familiares de personas cultas que cedieran sus cerebros para esta colección donde el investigador esperaba concluir fuentes de información adecuada, para ampliar el conocimiento sobre ese órgano humano que nos permite conocerlo todo, menos a él mismo. En abono al pequeño cerebro de las mujeres se determinó en Cornell que el cerebro más infame, el Edward H. Huloff, homicida profesional y compulsivo, ejecutado en 1871, pesaba 1870 gramos, el más grande que tienen en aquella universidad. Huloff era realmente talentoso pero tal virtud más bien es peligrosa en manos de un mal intencionado.

mayo 27, 2006

El cuerpo humano hace un montón de maravillas con una gran sabiduría negada a nuestra conciencia.

Así veían en 1543 los primeros dibujos fieles , de los músculos del cuerpo humano, en el libro que publicara Vesalio, el fundador de la anatomía.

El camino que habría de culminar con la aparición del hombre pudo iniciarse a hace 20 millones de años, cuando algún antecesor de los prosimios que podían andar en cuatro patas, se irguió para tomar con sus dos extremidades delanteras, los apetitoso frutos maduros que viera colgado de la rama de algún árbol. . El procedimiento era más sofisticado y sin lugar a duda, muy superior al de los elefantes, que desarrollan trompas para ramonear, y de las jirafas que adquirieron cuellos muy largos con el mismo fin. Esos dos avances en la búsqueda de alimento, habrían de ser superados por el cuadrúpedo que al ponerse de pie empezaría a fabricarse los canales semicirculares que en la región del oído sirven para mantener el equilibrio.

Seis millones de años después aparecería el Ramapythecus, que aunque seguía con la cabeza doblada hacia abajo, tenía las manos libres para asirse a las ramas y aprenhender las bayas alimenticias y objetos de su interés colocados en el suelo. Aquel tranquilo bípedo, habría sido el padre del género humano, mientras que un hermano suyo, habría sido a su vez el padre de los monos. Hace 13 millones de años los descendientes del Ramapythecus habrían evolucionado, hasta el punto de arrojar los primeros proyectos de hombre. Este, haría su entrada triunfal hace medio millón de años, cuando dejara sus restos en África, Pekín, Java, y Swascombe.

Nuestro bisabuelo tenía un cerebro pequeño, pesaría entre 800 y 1000 gramos. No obstante, era proporcionalmente muy grande con relación al cuerpo, y en ello aventajaba a todos animales. Pero aquel ser primitivo que hacía uso del fuego que habitaba cavernas en grupos familiares según se cree, tenía en su cuerpo las mismas piezas de los demás mamíferos, que no han variado en nosotros, los creadores de la era atómica y espacial. En efecto, las partes del Pythecantropus eran, con las necesarias adaptaciones, las mismas, de un rinoceronte, de un conejo o de un murciélago.

Hemos superado a los demás mamíferos, por el supuesto don de la razón, por nuestra facultad de crear herramientas y de transformar y alterar la naturaleza, gracias al elevada la inteligencia de nuestro género. Más, tenemos sus mismos huesos, sus mismos músculos. Como ellos, somos incubados en un recipiente, el útero, hecho de un material más elástico y flexible que acero. Nacemos de placenta y también nuestros bebes han de acudir a las mamas maternas, para obtener los nutrientes de su crecimiento después que somos paridos, y los anticuerpos protectores contra los gérmenes que pudieran aprovecharse de la vulnerabilidad de recién nacido.

La maravillosa sabiduría que actúa en el cuerpo humano, la encontramos también en los de todas las criaturas. Pero sólo al bípedo humano le están permitidas las peculiaridades de llanto y la risa, el pensamiento y la palabra, y sobre todo, la conciencia del cuerpo en que anda. El cuerpo humano se comporta durante buena parte de su existencia, como el siervo que gusta ser ignorado por su dueño. Mientras tanto acontecen dentro de él continuamente, sucesos de magna importancia para el objetivo de figurar en este buen mundo.

De espaldas a nuestra voluntad, el corazón se mueve rítmicamente para impulsar a perpetuidad ese extraño río en circuito cerrado que es la sangre. Ignoramos cuántos millones de células fabricamos cada día para reemplazar a la que se han muerto. Desconocemos como el estómago y los intestinos separan las moléculas simples y los aminoácidos, de las proteínas que hemos consumido, para enviarla como fuente de energía y como materia prima a las infatigables factorías que poseemos en cada célula viva de nuestros tejidos. Nunca podremos recordar el instante en que éramos tan sólo un óvulo fecundado, y ni siquiera el momento en que después de que un misterioso escultor terminará nuestro cuerpo, fuéramos arrojados al exterior sin que nadie pidiera nuestro consentimiento.

mayo 26, 2006

Hay canguros arbóreos que no necesitan paracaídas si se lanzaran de una altura de un edificio de seis pisos.

De los canguros como de los demás marsupiales podría decirse, que poseen casas portátiles con abrigo seguro para sus hijos. En efecto, en la parte inferior de su vientre cargan mullidas bolsas dentro de las cuales se haya una despensa bien surtida de nutrientes que es la mama. A su pezón la cría recién nacida se adherirá con la boca para chupar de cada vez que se le despierte el apetito. Previamente y después de nacer se habrán deslizado por una avenida húmeda que la madre le enmarca con la lengua, para que se dirija al expresado recinto. Ahí permanecerá el cangurito hasta que a los cuatro o cinco meses salga a realizar las primeras exploraciones de su ambiente donde deberá aprender a conseguir su sustento.

Esta cangura nis ilustra sobre la relativa facilidad con que ella cumple sus deberes maternales

Este animal es típico producto de una ecología específica, lo cual se evidencia en el hecho de que no sabe vivir fuera de Australia, que por cierto, lo incluyó en su escudo. Se han reproducido en un numeroso conjunto de especies que van desde lo que alcanzan sólo un tamaño de miniatura, no mayor de treinta centímetros, hasta los corpulentos que miden más de dos metros y pese a 90 kilos. Son herbívoros, pero hay unos que practican una dieta a base de las hojas que ramonean de los árboles. Hay otros que residen en zonas cálidas, de la selva y que sólo comen insectos.

El su continente sobre el equivalente al ganado vacuno nuestro. Ellos rumian las raciones vegetarianas, después de lo cual las depositan en la panza, donde al igual que en las vacas, miles de millones de microbios útiles, transformarán la celulosa, fermentándolas, en moléculas y aminoácidos simples. Con estos materiales obtienen el combustible para moverse y vivir y desde luego, las proteínas para el crecimiento y la renovación de los tejidos. Antiguamente los a australianos los empleaban como animales de cría, pero por razones que se desconocen prescindieron de los bistec de canguro que al parecer serían muy compactos y de difícil masticación.

Son famosos por los saltos de seis metros de longitud que pueden dar cuando huyen. Son animales de paz, carecen de armas agresivas pero tienen una estrategia defensiva, cuya eficiencia se advierte en la continuidad de su supervivencia, a pesar de esa plaga humana que son los cazadores deportivos. A la máxima velocidad de 50 km por hora que pueden desarrollar, dan, virajes repentinos haciendo gala de un pasmoso dominio de la fuerza centrífuga, para aprovechar la sorpresa de sus perseguidores, mientras siguen a todo escape.

Hay zoólogos que cuentan el caso de ejemplares que en plena carrera se volvieron al frente de sus enemigos para saltar limpiamente sobre ellos, también con la misma intención de salvar el pellejo.

Hay un canguro arborícola, a pesar de que no tiene rabo prensil ni tampoco manos con la flexibilidad de la de los monos, este cuadrúpedo es capaz de caer a una altura de 18 metros, sin que se le fracture de ningún hueso ni experimente la menor molestia. Esto se debe a que sus poderosas patas traseras y su musculoso rabo se conducen como resortes de una insólita elasticidad. Este don es característico de todas las especies de canguros, que por cierto adoptan con absoluta fidelidad el mismo diseño. Las únicas diferencias apreciables que ostentan son de carácter antropométrico, es decir que están en el tamaño.

Aún los gigantes que pesan al nacer unos 20 gramos y miden más de dos centímetro y medio. Eso se explica porque la gestación placentaria es muy breve, no pasa de los cuarenta días. De aquí que las criaturitas de estos marsupiales salgan a completar su formación en la bolsas maternas. Los hay solitarios pero a veces se agrupan en hordas, llamadas así porque cada quien anda de su cuenta, sin jefes que se hagan obedecer ni centinela y cuiden de la integridad física del grupo, como ocurre con las manada de otro animales. Parientes de ellos son los rabipelados criollos, también diminutos al nacer, pues no son más grandes que una abeja y pesan apenas dos gramos.

mayo 25, 2006

El componente principal de las rocas anda también en nuestro cuerpo: se trata del silicio al que debemos la calcificación del esqueleto.

Se ha especulado que los 61 elementos disueltos en el mar están presentes en todos los seres vivos, los cuales tuvieron en las aguas directa o indirectamente, su origen común. Nosotros no estaríamos fuera de esta apreciación aunque sea corta la lista de los metaloides y metales hallados en nuestro cuerpo humano. Es el siglo pasado se ha creído que el silicio, principal componente de las rocas y de la arena, podía desempeñar el papel que tiene el carbono en la vida de las bacterias, de las plantas, de los animales y hasta de los virus. Pero no se consiguió ni una sola especie en que así fue era. Por lo tanto, se le descartó como asunto de estudio en los procesos relacionados con la bioquímica.

Los bellos dibujos de esta diatomea unicelular se deben a la presencia de silicio en ella.

A pesar de que el silicio se ha encontrado siempre en el esqueleto de los animales inferiores, el interés que los biólogos por él volvió a despertarse sólo cuando se comprobó que estaban en la membrana de las diatomeas, algas de una sola célula que en enormes agrupaciones sobre la superficie del océano, lo adornan por la noche con el vivísimo colorido de sus destellos. Los investigadores se preguntaron sobre el rol que podía jugar en tan microscópicos seres, el silicio con su aspecto azul oscuro y su densidad, que es casi dos veces y media la del agua. Recordaron entonces que la abundancia de este metaloide en la corteza terrestre, donde en se encuentra en un 28%, hace inevitable que interviniera en las combinaciones químicas de la naturaleza en cuerpo orgánicos.

El silicio fue detectado en diversas plantas, pero se le siguió considerando común simple polizón, que se embarcaba en la savia ascendente, después que las raíces de los vegetales, lo absorbían junto como otros minerales. En los años 60 se probó palmariamente que este metaloide desquebradizo, realizaba una misión sobresaliente en los vegetales, lo cual se deduce de un experimento, que hicieran inicialmente miembros de la Academia de Ciencias de Letonia. Al privar de silicio a las matas de arroz, se reducía notoriamente la velocidad su crecimiento, se atrofiaban las panículas y se necrosaban las hojas.

Ahora bien, ¿cumplía este elemento funciones igualmente valiosas para la existencia de los animales y de los seres humanos? Los investigadores usaron aparatos electrónicos, y detectan sustancia de hasta de una millonésesima de gramo. Administraron a ratones y pollos dietas que tenían todos los nutrientes pero ni un átomo de silicio. Las consecuencias negativas se reiteraron en sucesivos ensayos. Los infelices animalitos que no ingerían silicios mostraban esqueletos mal calcificados y alcanzaba un peso hasta de un 50% menor que el de los pollos y ratones sometidos a una dieta con un contenido normal de silicio. Otros experimentos revelaron ese componente, número uno de la arena y de las piedras, se hallaban en nuestros tejidos, en la proporción de un gramo por cada diez kilos. .

Está en las uñas, en el cabello, en las plumas, en los cuernos, en los pulmones, en los nódulos linfáticos y en las glándulas. Sin el silicio el tejido epitelial y el conectivo carecerían de la consistencia, la flexibilidad y la permeabilidad tan propias de la piel y de las mucosas. Se estableció que el silicio es un protagonista en el escenario donde se crea la vida, pues opera en el corazón de los ácidos nucleicos. Es el responsable de que el armazón cartilaginoso del recién nacidos, adquiera la firmeza del esqueleto óseo, durante un proceso que incluye a los 18 años de edad. Por último, genetistas de Sibería elaboraron un fármaco que ha sido único con algún efecto de los casos de la calvicie incipiente.

mayo 24, 2006

Nueve modelos de criaturas a partir de una que parecía un cerdo en ascendente evolución culminaron con el elefante.

Los elefanticos son buenos nadadores pero no tan veloces como sus padres, que no los abandonan cuando en medio de ello, atravesian un rio.



Hay algo de simbólico en el fracaso del extinto tigre de los dientes de sable y el éxito de los elefantes. Ambos hace millones de años poseían las armas de más largo alcance que ha habido en el reino animal. Las usaban para bregarse los alimentos. La necesidad forzaba al tigre a darles una función ofensiva. El elefante no necesitaba agredir a nadie y les daba una función defensiva. El agresivo se quedó sin descendientes. El pacifista tiene muchos. Entre hace 58 millones y 36 millones de años, un animal no mayor de 60 cm. de altura vagaba por los pantanos de Egipto, masticando la hierba abundante que había en sus márgenes. La forma de su cabeza era la de un semiarco y disponía de una piel gruesa y dura.

Los últimos descendientes de este predecesor de los proboscidios, el Moeritherium, vivieron em Europa y en América, además de Asia y Africa donde están hoy.

Los carnívoros ni siquiera se le acercaban pues abundaba la caza de cuero blando. Un buen día empezaron a secarse los pantanos, a disminuir sus vegetales y el Moeritherium, que tal es el aludido, se dio cuenta de que perecería, sino desarrollaba equipos, para servirse de la nueva despensa que florecería en las arboledas. Sus genes eran ases de la adaptación, pues engendró una serie de eslabones, que culminaron con los elefantes actuales, que se le parecen pocos. Dio lugar a formas cada vez más competentes entre las cuales estuvieron seres que a pesar de sus aspectos de bichos cumplieron la honrosa misión de proyectar aquel linaje hasta nuestros días.

Esos eslabones fueron el palemastodon, el gomphotherium. el mammut, el amebeledon, el platybelodon, el gnathobelodon, el stegodon, el mammuthus, el loxodonta y el elephas. Los últimos cuatro pertenecían francamente al género de los elefantes que devorarán entre 140 kilos y 180 kilos de vegetación diaria. La naturaleza hubo de tomarse 55 millones de año para diseñar el modelo ideal. Hoy se conocen dos especies, el Elephas Maximus paisano de Gandhi y Loxodonta Africana, paisano de Lumumba. Hasta hace 10.000 años vivieron los mammutes de cuero peludo y los mastodontes. El primero se estableció Norteamérica y restos del segundo han sido encontrados por el profesor Cruxent en Falcón.

Los elefantes desarrollaron los incisivos más largos de este mundo, para destripar a los felinos que consumaran la insensatez de atacarlos o de amenazar a sus crías. Estos animales adoptan con sus hembras refinamientos que deberían ser aleccionadores para los machistas de nuestra especie. Efectuar la cúpula el silencio después de un prolongado cortejo de caricias y de sonidos que entre ellos son seguramente los equivalentes a las palabras de los enamorados. Sus gigantescos incisivos son pesados y a fin de soportarlos se quedaron con un cuello corto con poderosos músculos. Un caballo o una jirafa se desnucarían con las vértebras cervicales rotas si tuvieran que sostener un peso como el antedicho.

No podían bajar sus bocas ni alzarlas para tomar su dieta estrictamente vegetariana, del suelo o de los ramajes. Superaron el problema prolongando su labio superior para formar la flexible trompa. Fueron virtualmente inmunes a todos los depredadores que los siguen mirando con respeto, hasta que apareció el hombre el primitivo que los cazaba, valiéndose más de la inteligencia que de sus armas de piedra y nunca los puso en el riesgo de desaparecer La codicia por el marfil de sus incisivos hizo que el llamado hombre blanco y civilizado, los destruyera por millares con fusiles ante los cuales son indefensos. Por fortuna, los gobiernos que sucedieran a lo colonialistas les han devuelto parte de su predio a estos animales y los están protegiendo.

Los tatarabuelos de los elefantes convivieron con los del caballo. La línea evolutiva de ambos fue similar pero son diferentes sus medios defensivos y sus tácticas ante el peligro. Los caballos no se avergüenzan de correr frente a sus enemigos, porque la velocidad es su mejor arma. Para los elefantes son su epidermis gruesa e impenetrable, su corpulencia y sus marmóreos y colosales alfanjes. Enfrentan a quien sea y de nada les serviría escapar con unas patas lentas, que se mueven primero la del lado izquierdo, luego la del derecho y así sucesivamente. Los elefanticos nacen después de un embarazo de 20 meses y de inmediato ingieren tres de los quince litros de leche que requerirían por día. Sus padres les prodigan afectos, atenciones y seguridad hasta que cumplen 24 meses, cuando sería un loco el que se metiera con ellos.

mayo 07, 2006

Hasta Linneo se equivocó al clasificar como moluscos a un género de crustáceos que construyen casas de las que nunca salen de ellas.

Una colonia de bellotas, cada una encerrada y sin ojos , en su vivienda después que baja la marea.

El común de la gente imaginamos que los crustáceos son solamentes las langostas, los camarones, los cangrejos y otros seres que estrenaran las patas en el mar hace ochocientos millones de años o más. Ese error es tan excusable que lo cometieron el gran Carlos Linneo y otros notables estudiosos de las ciencias naturales. Durante mucho tiempo se incluyó entre los moluscos a ciertas criaturas parecidas a las ostras, a los mejillones y a los caracoles, porque se rodeaban de envolturas calsificadas y duras. Aunque estos coincidían con aquellos en acorazarse para que no se la comieran, era de otra estirpe. He aludido a los percebes y sobre todo a ciertos parientes suyos clasificados también a ultima hora, entre los antecesores de los insectos y los arácnidos.

Yo diría que son los únicos seres que una vez que fabrican casitas portátiles se quedan en su interior sin salir jamás, por el resto de sus vidas. Son pocos comunes en los trópicos y los europeos los bautizaron con el nombre de Bellotas. Les recordaban los frutos de la encina, el árbol en cuyas ramas el ruido del viento vaticinaba lo que iba a pasar entre los griegos. Al menos eso es lo que aseguraban los vicarios terrenales de Zeus. Algo de esa condición sacra le fue transferido a las bellotas marinas por los romanos. Ellas se ven como volcanes en miniatura cuando baja la marea, y por eso las obserbaban convencidos de que les anticiparían con alguna señal, los estallidos del Vesubio.


Dentro de su casa la bellota de mar vive apoyándose en el piso con su cabeza para mantener fuera de ella las patas que usan para mantener fuera de ella las patas que usan como redes de pesca.

Pasan la mitad del tiempo en el agua y la otra mitad fuera de ella. Ya sabemos que la mayoría de los crustáceos captan el oxigeno con la humedad que guardan en las partes descubiertas de su piel. El proceso es semejante al de los sapos porque carecen de nariz, laringe y tráquea para inhalar el aire. Si esto es verdad ¿por qué las bellotas de mar no mueren asfixiadas durante las doce horas que pasa diariamente expuestas al sol.? En sus microcráteres tienen bocas con cuatro delgadísima valvas que se ciertran al quedar fuera del agua con el automatismo del obturador de una cámara fotográfica.

De este modo el animalito que está dentro de su morada completamente encerrado, preserva la humedad en su piel y las reservas mínimas de aire para su respiración. Las bellotas de mar, cuyo nombre científico es Balanus blanoides se las arregla para ganarse el pan nuestro de cada día sin abandonar su vivienda. Cuando la marea sube y el agua la cubre, despliega seis pares de patas con el aspecto de plumas o de cirros, por lo que su familia es la de los crirrópodos. No las usa ni para caminar ni para remar como nos los indicaría una lógica sencilla. La emplea para provocar remolinos del líquido ricos en corpúsculos de planckton, los cuales descienden hasta sus bocas que los ingerieren y apartan el agua. Ya dijimos que sus residencias se fijan a perpetuidad en estructuras como rocas o trozos de madera.

Son machos y hembras al mismo tiempo pero jamás incurrirían en la piña genética de autofecundarse. Largos apendices en el abdomen se contactan con las articulaciones de las patas traseras de sus extranas cónyuges. En esas articulaciones cargas los ovarios. Huevos con el tamano de un alfiler, son lierados a su suerte y flotando bajo el impulso de las aguas salen por las bocas de la vivienda. En ellos se formarán larvas que crecerán al tiempo que mudan de envolturas con las sustancias que les aportan los microorganismos que se comen. Esta es la única fase natatoria de estos seres. Y al estudiarlas, los embriólogos aclararon que no eran moluscos sino crustáceos. Luego de su máximo desarrollo las larvas se adhieren con ventosas de sus antenas a la primera superficie sólida que encuentren.

Aún si conservararan su competencia de expertas pescadoras y se proveerán de lo necesaro para convertirse en adultas al tiempo que se rodean de placas calcificadas con bocas provistas de un dispositivo que abren y cierran con un nervio accionado a control remoto con una técnica comparable al ojo mágico de ciertas puertas. Por las bocas de sus casitas sacan sus doce patas que son más bien redes para atrapar los córpúsculos alimenticios que descienden en mini-torbellinos de un modo semejante al de un tornillo que da vueltas hasta incrustarse del todo en una estructura. Su diseño será tosco y antiquisi,o pero les ha servido para atravesar inedmnes la noche de los tiempos y para seguir prolioferando exitosamente y a salvo de sus enemigos.

abril 22, 2006

Los Reptiles Voladores no tienen que ver con las aves: Hace treinta millones de años que se extinguieron para siempre.

Los Pterosaurios ahuecaron inclusive sus huesos para aligerar su peso en el aire, pero fracasaron cuando aparecieron las aves pescadoras, nás ágiles, más competentes y mejor dotadas,

Los primeros animales que intentaron la navegación aérea fueron los peces voladores, que todavía se impulsan dentro del agua para saltos de hasta seis metros fuera de ella. El honor de la locomoción en la atmósfera lo conquistaron los insectos a pesar de que sus alas tienen un movimiento primitivo análogo al del helicóptero. Hubo un momento en que sin enemigos que los controlaran, se multiplicaron exageradamente. Constituyeron peligrosas plagas que amenazaban la prosperidad de los helechos gigantes y sus cálidos bosques llenos de hermosura. En eso aparecieron los antecesores de los reptiles que se liberaban del agua, atraídos por las excelentes proteínas de las libélulas, las cucarachas y sus afines.

Los recién llegados también proliferaron alimentados con diminutas presas que cazaban en grandes cantidades. Algunas de estas especies variaron su dieta, haciéndose vegetarianos y carnívoros insaciables. Hubo grupos insuficientemente equipados para competir por la comida. Entre éstos se hallaban los pterosaurios, que no eran rivales ni para los gigantescos brontosaurios ni para el enorme y sanguinario tyranosaurios que tenía fauces armadas con centenares de puñales del más blanco marfil. Los pterosaurios dominaron entonces el aire a través del cual explotarían la despensa del mar.

Los reptiles asumieron el comando del planeta hace unos doscientos cincuenta millones de años. Se desconoce con exactitud el período en que aparecieron los que volvieron al océano con el aspecto de ballenas y los que desarrollaron alas membranosas hasta de 7 metros de envergadura. Sus cuerpos eran livianos para aprovechar las corrientes de planeo. Cuando sorprendían a un pez en las superficies de las aguas, descendían en vuelo rasante, lo atrapaban entre sus mandíbulas con dientes y se volvían a elevar. Se ignora si eran capaces de aletear al escalar las alturas, pues ello permanece en el terreno de la hipótesis. Los fósiles rescatados revelan que poseían un largo dedo, con el cual sostenían el tejido tegumentoso, ensamblado en forma parecida al de las alas de los murciélagos.

Pterosaurios Guinanzi: Procedencia:Parque nacional de las Quijadas. San Luis. Argentina. Edad: Crestásico Inferior 120. m.a. Era mesozoica. Habito: Volador. Reptil hasta 3 mts alar.

Sin duda de que sus patas les permitieran una marcha normal, aunque es evidente que los restantes dedos de sus brazos los usaban para subir a los acantilados, desde donde se lanzaban de un modo más acertado que el de los seres humanos que practicaban hoy el deporte de los ícaros. A pesar de su rudimentario dominio de la aeronáutica, permanecieron en este mundo varios millones de años hasta que se acabaron para siempre sin dejar seguidores. Al igual que sus hermanos de tierra y agua sufrían la contrariedad de ser animales de sangre fría, que así se continúan llamando a los qe no tienen la propiedad con que las aves y los mamíferos se mantienen calientes aunque sea baja la temperatura exterior.

Sería imposible que Raquel Welch fuera amenazada por un pterosaurios cuando se bañaba como se ve en cierta película, por la sencilla razón de que hace treinta y cinco millones de años, cuando se extinguieron esos animales, no existían ni siquiera los monos, mucho menos las mujeres. Hay que recalcar que el bisabuelo de las aves fue un reptil muy distinto de los que llegaron a volar. Se supone que fue un tecodontos, de poco tamaño, que andaba sobre sus patas traseras equilibradas con la cola. Por alguna mutación dio lugar al Archaeopteryx, que existió hace ciento cincuenta años. Tenía cabeza de cocodrilo, huesos macizos, carecía de quilla y sólo sabía planear. Con todo y eso era un ave porque tenían plumas y sangre caliente.

Los reptiles voladores y los dinosaurios fueron ensayos que la naturaleza archivó por sus malos resultados. Pero otras líneas lograron perennizarse en el planeta. Fueron aquellas de las que se derivaron los caimanes, las babas, las tortugas, las iguanas, las serpientes y las tuateras. Los mamíferos reemplazaron a los reptiles, pero éstos tuvieron los tres caracteres propios de la evolución: extinción, sobrevivencia y radiación. No recordemos que el huevo con cáscara protectora del agua y del futuro embrión de una criatura, no lo heredaron de los reptiles que con esa innovación suprimieron la dependencia del agua que siguen sufriendo los sapos y otros anfibios.

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marzo 12, 2006

Recordando hoy 12 de Marzo al maestro Arístides Bastidas: Mientras superaba el dolor hacía amena a la ciencia.

Joaquín Pereira
ABN 12/03/2006

Caracas, 12 Mar. ABN.- A lo largo de la historia han existido hombres que han hecho de las adversidades el acicate que los impulsó hacia el éxito.

Venezuela fue la tierra donde no sólo nació sino donde pudo «ser profeta» uno de estos seres excepcionales. Su nombre Arístides, su apellido Bastidas, su rasgo más característico: el optimismo.

En una humilde casa de la población de San Pablo, estado Yaracuy, nació el 12 de marzo de 1924 quién sería reconocido nacional e internacionalmente como uno de los mejores periodistas científicos en lengua española. La clave de su éxito fue el haber traducido la ciencia al lenguaje del pueblo y haberla hecho amena.

La vida le tendría destinado un camino paradójico. Recibiría todos los reconocimientos posibles que se le pueden dar a un periodista pero también serían abundantes sus padecimientos físicos.

«¿Cómo estás?», le decía alguien al verlo. «Chévere cambur pintón, parchita, mango, cotoperí, guanábana, melón», respondía un Arístides que hasta en el saludo era generoso.

Saludo y sonrisa que contrastarían con su estampa en los últimos 20 años de su vida, cuando estuvo ciego, paralítico, casi mudo y con afecciones graves en articulaciones y piel.

«He desarrollado una luz interior que sólo uso para mirar los bellos pensamientos y las buenas intenciones», afirmó en una ocasión sobre su ceguera.

Pese a sus problemas de salud, quienes lo conocieron afirman nunca haber escuchado que se quejara, más bien decía estar contento pues se consideraba «un hombre con buena suerte».

Y si suerte se le puede llamar a estar rodeado de mujeres bellas e inteligentes, eso fue precisamente lo que tuvo Bastidas. En los últimos 13 años de su vida disfrutó de la amistad de Myriam Cupello, quien no sólo fue Miss Venezuela sino que dedicó su vida a la investigación antropológica en los más distantes poblados del planeta.

Cupello escribió en 1994 un libro en homenaje a Bastidas, documento que sumado a las entrevistas, a la autora y a uno de los hijos del periodista, el fotógrafo Pavel Bastidas, servirían de base para esta semblanza del recordado autor de la columna La ciencia amena, publicada diariamente en el diario El Nacional desde 1971 hasta su fallecimiento, el 23 de septiembre de 1992.

De «loquero» a periodista

«Me he dedicado al periodismo, primero por una extraña vocación que aún no alcanzo a entender muy bien, y después porque comprendí que a través de la comunicación social podemos penetrar en las raíces íntimas de nuestro pueblo, en las raíces íntimas de cada hombre, con el objeto de ayudarlo a fortalecerse y de ayudarlo a enaltecerse, y de ayudarlo a convertirse en el ser creador, en el ser responsable que va a transformar su sociedad», fue la respuesta que le dio Bastidas a Cupello, cuando ella le preguntó en una oportunidad porqué se había dedicado a la profesión.

Desde muy pequeño, Arístides tuvo que trabajar para colaborar con el sustento del hogar. Llegó a ejercer de quincallero, vendedor ambulante, repartidor de arepas a domicilio, colector de autobús, secretario de oficina y hasta de «loquero» o asistente de enfermería en un hospital psiquiátrico.

«Algunas veces dejaba salir a un loco enamorado de su mujer. Regresaba tempranito y me traía uvas», es una de las anécdotas que recoge Cupello de Bastidas.

Aunque sólo llegó a estudiar hasta el primer año de bachillerato, en el Liceo Fermín Toro de Caracas, Bastidas logró ingresar en el primer grupo de reporteros del Diario Últimas Noticias.

Una «generación de improvisados», como él los recordaba, que aprendieron a hacer periodismo según el método de Kotepa Delgado, jefe del rotativo. Este lanzaba a los novatos a la calle «como hacen los margariteños con los niños para que aprendan a nadar: los lanzan al mar sin salvavidas».

Se inició cubriendo la fuente policial, luego hizo información general y más tarde trabajó buscando noticias del Parlamento y de política nacional. Ganaba para aquel entonces alrededor de 200 bolívares mensuales.

El 24 de noviembre de 1948, cuando apenas comenzaba en el oficio, le tocó estar presente en Miraflores, sede del Poder Ejecutivo venezolano, durante el golpe de Estado contra el presidente Rómulo Gallegos, liderado por Marcos Pérez Jiménez.

Cuatro periodistas estaban en el sitio y fueron encañonados con ametralladoras: Miguel Otero Silva, Francisco 'El Gordo' Pérez, Ramón Medina Villasmil Villa y Arístides Bastidas.

Su verdadera vocación, de periodista científico, surgiría en 1953 cuando ingresó al diario El Nacional como sucesor de la periodista Francia Natera para seguir con el trabajo que ella realizaba de escribir la columna Entérese usted, junto con Miguel Otero Silva, director del periódico.

Durante la dictadura de Pérez Jiménez fueron despedidos de El Nacional aquellos periodistas que comulgaban o apoyaban las ideas del comunismo. Bastidas tuvo la suerte de no ser expulsado por dedicarse a escribir sobre ciencia, pese a que por un tiempo prolongado fue acosado en su trabajo.

«Durante semanas venía cada tarde una persona del régimen y le rompía sus notas en la cara. El nunca se afectó y continuó escribiendo hasta que se dieron cuenta de que sus escritos no eran peligrosos», recordó Myriam Cupello.

Paradójicamente, el periodismo científico nació en Venezuela gracias a la dictadura que permitió desarrollar temas diferentes a la política, fuente que estaba censurada.

Revolucionario por un «coscorrón»

Arístides Bastidas comentaba que de alguna forma empezó a ser revolucionario por un «coscorrón» que le diera un cura en su época de monaguillo.

Para cumplir una promesa que hizo su madre cuando él nació, Arístides tuvo que irse a vivir un tiempo a la iglesia. Él, Bastidas, de origen indio, y otro joven de tez blanca ayudaban al párroco durante las misas.

Gracias a su excelente memoria y su fervor logró fácilmente aprender las diversas respuestas que se dan durante el servicio religioso, que en aquella época se desarrollaba en latín.

Bastidas contaba que el trato del cura era diferente para los dos monaguillos, mientras el blanco recibía las mejores comidas, ropa, cama y tratos, a él siempre le tocaba la peor parte.

Un hecho decepcionaría al joven Bastidas y ocurrió cuando respondía en una de las misas de forma inspirada pero en voz baja, el cura le dio un golpe en la cabeza por no escucharlo bien. En cambio al compañero que se quedaba callado, por no haber aprendido el latín, no le hacía nada.

Esto lo obligó a alejarse de la iglesia. Más tarde se enroló en las filas del comunismo, donde veía que verdaderamente se practicaba la doctrina de Jesús: luchaba por la igualdad, la fraternidad y el amor a los semejantes.

Al final de su vida, comentó Cupello, retornaría en Bastidas su necesidad por la religión.

Mientras tanto, los comunistas lo introdujeron al mundo de la música clásica, una de sus pasiones luego del periodismo.

Sus ideas y la tortura

Por actividades sindicales y políticas, Bastidas fue detenido en dos oportunidades por la llamada Seguridad Nacional de la dictadura, una vez en 1949 y otra en 1950.

En una ocasión, sus captores al conocer su padecimiento de reumatismo, mojaron diariamente su celda con agua para provocarle sufrimiento. «Salí casi totalmente paralizado», le contó Bastidas a Cupello.

Luego de ser puesto en libertad le impusieron «por cárcel» la ciudad de Barquisimeto, estado Lara, es decir, no pudo retornar por un tiempo a la capital.

En esa entidad creó la corresponsalía de El Nacional y trabajó allí por dos años.

Su pasión: El trabajo

Para el hijo mayor de Arístides Bastidas, el trabajo era una necesidad vital de su padre. «Le apasionaba lo que hacía. Salía todos los días muy temprano en la mañana y regresaba tarde», recordó Pavel Bastidas.

Uno de los mayores legados que pudo dejar Arístides Bastidas al país fue la siembra de conocimiento y de moral en los discípulos que asistían a diario a su querida «Brujoteca», como cariñosamente llamaban a su oficina.

Mientras los pasantes le leían la información de la columna del día, que podría versar sobre la mirra, la diabetes o el espermatozoide, el maestro les brindaba su sabiduría en frases que hicieron transformar a estos jóvenes en hombres y mujeres comprometidos con su trabajo y con el país.

«Disfrutar del éxito ajeno como si fuera el mío propio», era su principio en contra del periodismo deshonesto. «No hay soledad eterna, hay que mantenerse listo para darle la bienvenida a la esperanza», decía también.

Todos los honores

El hombre inmune al dolor y el traductor de la ciencia al pueblo fue reconocido en vida en múltiples ocasiones y su nombre ha sido utilizado para señalar desde plazas y bosques hasta escuelas y un municipio.

Fue el primer hombre vivo al que nombraron símbolo de la Semana de la Conservación. Antes que a él fueron nombrados los ya fallecidos Agustín Codazzi, Francisco Tamayo y Henri Pittier.

Asimismo, Bastidas fue nombrado Doctor Honoris Causa de la Universidad Central de Venezuela y recibió también el premio de la Federación Médica.

Con 44 años de edad, en junio de 1958, recibió el Premio Nacional de Periodismo.

Obtuvo, por parte del diario El Nacional, los premios más importantes destinados a sus periodistas: el Enrique Otero Vizcarrondo, en 1956, y el Antonio Arráiz, en 1975.

En 1970 recibió el Premio Latinoamericano Científico John Reitemeyer, otorgado por la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP).


El 7 de mayo de 1982, en la sede central de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco, por sus siglas en inglés) en París, recibió el premio Kalinga, equivalente al Nóbel otorgado para divulgadores científicos. La decisión de escogerlo fue unánime, de entre 68 participantes que aspiraban al reconocimiento.

En la entrega del premio, Amadou M´Bow, director General de la Unesco para entonces, dijo que Arístides Bastidas «tiene el don de comunicarse o saber, en términos simples, rendir los conocimientos de más alto nivel al alcance de cada uno. Bastidas no sólo ha luchado contra la adversidad social y económica, sino también debió superar un doble handicap físico: su invalidez y su ceguera, gracias a un coraje fuera de lo común, aliado a una capacidad excepcional de análisis y síntesis».


La Venezuela de sus sueños

Aparte de su amor por la enseñanza, Bastidas fue fundador de importantes asociaciones que trabajan a favor de los periodistas en Venezuela: el Círculo de Periodismo Científico de Venezuela, el Sindicato Nacional de Trabajadores de la Prensa y el Instituto de Previsión Social del Periodista.

Sobre el país le molestaban cuatro cosas: las carreras de caballos, las loterías, la burocracia y los politiqueros.

Pese a esto, el periodista llegó a afirmar que el país tenía grandes objetivos que alcanzar, como el pleno ejercicio de la soberanía nacional, la plena administración de sus riquezas naturales, la plena independencia económica y el amplio desarrollo de la industria y la producción agropecuaria, «elementos fundamentales para librarnos de la interferencia de intereses foráneos».

«Conservo plena fe en la emancipación económica de mi país, que quizás no la vea yo pero confío en que la vean mis hijos», dijo en una oportunidad.

Si desea saber más sobre Arístides Bastidas, quién mejor de quienes fueron sus alumnos y compañeros de trabajo, disponga usted de su mouse y haga clic en:

1.-
El hombre que sentía demasiado. (Por Elizabeth Araujo. 24/09/92)
2.- Amor al Maestro. (Por Iván González R. 24/09/92)
3.- El escudero del crepúsculo se fue a encender aurora. (Por A. Monte de Oca. 24/09/92)
4.- Radiante Humanidad. (Por Mara Comerlati. 24/09/92)
5.- Los Ojos del Futuro. (Por Acianela Monte de Oca. 24/09/92)
6.- Estará siempre con nosotros. (Por Magda Echezurria 24/09/92)
7.- Nos enseñó más que periodismo. (Por Marlene Rizk. 24/09/92)
8. El constante luchar de Arístides. (Por Carlos Molleja. 24/09/92)
9. Maestro, compinche y compadre. (Por Asdrúbal Barrios. 24/09/92)
10.- Una Enseñanza más allá del amor. (Por Douglas paredes. 24/09/92)
11.- El labriego del periodismo científico desplegó sus alas hace 10 años. (Por Vanesa Davies.)

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12.- Recordando y reflexionando sobre el maestro. (Ing. F. González)
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El plátano y el cambur: musa del paraíso, musa de la sabiduría, así lo bautizó Linneo

En medio de la temperatura más calcinantes, un cambural es como una cava por las enormes cantidades de calor que absorben sus hojas y que a la vez expulsan con la transpiración.

El plátano y el cambur debieron aparecer mucho después del pino y las demás coníferas, para superar el sistema de reproducción de helechos, algas, musgos y hongos, a base de esporas. Eso lo hicieron también otras gramíneas, pero las mencionadas, que todavía generan agrupaciones de flores masculinas, femeninas y hermafroditas prescindirán con el tiempo esa técnica, confiando en otras igualmente innovadora, pero que encontró pocos seguidores entre las demás fanerógamas. El plátano y el cambur, considerados hoy como subespecies, están entre los inventores de los tallos subterráneos de crecimiento horizontal, llamados rizomas.

De ellos se desprenden hijos con sus respectivas raíces que adoptarán la totalidad de las características de la planta madre. Podría decirse que son copias absolutamente fieles en las que los genes conservan intacto el orden y las funciones que adoptaran hace miles de generaciones. Es probable que con este recurso esas plantas intentaron librarse de las hostilidades del ambiente, para aguardar cambios favorables a los mecanismos de su supervivencia. De este modo lograba una autodependencia, en base a la cual no tendrían la necesidad de elaborar frutos, los cuales se explican sólo por las exigencias de la reproducción. ¿Pero son las plantas tan egoístas cómo esas gentes que lo hacen por interés?

En la inflorescencia del cambur la naturaleza hace un despliegue excesivo, porque las únicas flores útiles son las femeninas, las masculinas y las hermafroditas no son ni siquiera decorativas.

No debemos creerlos así porque la naturaleza como buena madre, le atribuye a cada descendiente aptitudes, que usará no sólo en provecho propio sino también en beneficio de las demás especies que hay en el entorno que comparte. Según esta norma, los plátanos y los cambures se prodigarían para ayudar a los seres animales de su hábitat porque estos son los eslabones de una cadena ecológica cuya armonía debe mantenerse y cuyas perspectivas deben potencializarse. Llama a la meditación el hecho de que esos frutos sean tan espléndidos, a pesar de que proceden de una sola línea de cromosomas. Como se sable, la interacción de los dos sexos tiene el objetivo de lograr descendientes más competentes y más vigorosos por el cruce de los cromosomas del padre con los de la madre.

Ya insinuamos que en el momento de sus estudios incipientes estas plantas comprendidas en el orden de las escitamíneas, producían semillas, puesto que continúan ostentando los órganos para ese fin. En algún momento debió surgir entre las flores femeninas una emancipación tan radical, que haría recordar a la dama que en la Convención de las Naciones Unidas en el año de la mujer, declaró que el hombre era un engendro porque no podía concebir ni parir. Las flores masculinas fueron así arrinconadas del todo en los plátanos y en el cambur porque estos no necesitan la polinización.

Este fenómeno de frutos con madre pero sin padre se denomina patermocarpia y en el mismo los ovarios se desarrollan por su propia cuenta y sin ningún óvulo fecundado. Con este fin se valen de una hormona del crecimiento, la auxina, descubierta en 1927, cuando se creía que esas sustancias eran exclusivas de los animales. El plátano y el cambur vienen en racimos de seis a nueve manos que aunque pesan mucho, son sostenidos firmemente por una estructura frágil y esponjosa de los peciolos de las hojas, los cuales son grandes y alargados. Abrazados unos sobre otros llegan a constituir una forma parecida al tronco de los árboles. No debemos olvidar que estas plantas son las hierbas más robustas de su familia y que sus peculiaridades son iguales a las de la grama, sus hermanitas menores.

Hay más de treinta variedades variedades en las zonas tropicales, donde se encuentran la luz solar en la abundancia que les hace falta y el agua necesaria para transpirar más de veinte litros por día. La lozanía y la frescura que se siente en medio de un platanal o de un cambural, pueden ser arruinadas por el hongo que les causa el mal de Panamá, los nemátodos que le roban la savia o las bacterias que le desatan el herequen. A pesar de estos flagelos no cesa de prodigarnos sus dones. Seducidos por el aroma del manzano y el sabor del plátano, Linneo bautizó a esos subespecies como Musa de la sabiduría y Musa del paraíso.
La Ciencia Amena. 12 de marzo de 1986

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