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septiembre 24, 2004

El hombre que sentía demasiado.

Un aire frío., entristecido, horada la redacción y enhebra el llanto oculto de los reporteros para estampar, en una frase, la noticia conmovedora que nadie quería leer: ¡Se fue Arístides!
En ese momento lastimoso cruce del océano, el periodismo venezolano amanece huérfano del maestro. Ese que tuvo su propia manera de soñar. Su propio rincón del cuento. Una calle secreta de donde salía vestido de reportero y volvía pleno de descubrimiento.
Humilde. Generoso. Amante de la vida. Severo. Bromista. Solidario. Culto. Un moralista vehemente. Arístides Bastidas fue, como pocos lo han sido quizás en ente incomprendido oficio, un hombre feliz. Un autodidacta que sembró escuelas. Formó redactores, investigadores y acuñó todos los reconocimientos posibles a través de su obra y en la herencia que dejó a los alumnos.
Ciego. Víctima de una demoledora artritis. Maltratado por las papilomas. Cai sin voz. Y hasta dolido de un accidente que lo confinó a la silla de ruedas. Arístides representa la voluntad del hombre que nació para vencer las dificultades. Otros, en su lugar, habrian tornado la página.
Viajero inmóvil que escribió sin enigmas en un estilo púdico y elevado, cumplía con una pasión admirable sus pautas diarias, a la vez que enseñaba a los becarios -generosamente auspiciados por el Conicit- a dudar y escribir "mejor que Cervantes".
Un acento extraviado. Una coma desubicada. Un punto innecesario. Era castigado inflexiblemente pero con amor. El fruto de esas horas reveladoras está siendo amasado con lágrimas por profesionales que tuvieron la dicha de entrar en la Brujoteca.
Arístides Bastidas - hay que decirlo sin enigmas- fue imprescindible. Continúa siéndolo. Podía escribir un día acerca de los misterios del cerebro y pasar luego a reseñar -como si hubiese estado allí- la proeza del Libertador en Carabobo. Tuvo la exigencia - extraña virtud - de no copiar jamás sus reportajes. Sus trabajos sobre el 5 de Julio, la Pasión de Jesus o Año Nuevo eran emocionantes. Ninguna solemnidad. Demasiada imaginación.
Hoy, esta magistral lección de vida se confunde en leyenda. El ala de la notoriedad que lo acarició en sus horas de insomnio. Su obra luminosa. Su verbo certero. Su prodigiosa memoria. El romanticismo de su aventura plasmada en cientos de miles de cuartillas se nos regresa en un desafío.
Nos queda también sus recuerdos. El agradecimiento por la dicha de habernos cruzado en su camino. La suerte de transitar juntos una profesión que santifica los heroismos cotidianos.
Se ha ido, pues, el Maestro. Y, si entonces, es más fácil morir cuando se está solo - como decía el prsonaje de Malraux en la Condición Humana - Arístides Bastidas habrá descansado tranquilo.
Acompañado por múltiples voces de una Venezuela inflexible y optimista.
No interesa ahora saber a cuál Arístides Bastidas recibirá la posteridad. Lo importante no es el lado de la sombra la cual se instala su ausencia, sino la luz que esta obra inmensa proyecta.
Por: Elizabeth Araujo.
24 de Septiembre de 1992


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