

Un resto vegetal en contacto con el aire, es descompuesto por oleadas de microorganismos, que culminan su obra convirtiéndolo en el polvillo fecundante del humus en los suelos. Nuestros protagonistas de hoy también habrían sufrido este reciclaje, de no haber sido por el medio en que quedaron enterrados, a salvo del ataque de bacterias, hongos y protozoarios que los habrían desintegrado. Por miles de siglos, las maderas de los corpulentos helechos abatidos fueron sometidos a la acción modificante de la química. Los materiales de sus fibras y de su celulosa fueron desmontados muy lentamente y reducidos a compuestos cada vez más simples.
Las macromoléculas se disgregaron en moléculas individuales, como eslabones sueltos de las largas cadenas a que pertenecían, la energía luminosa convertida en energía química almacenada en los helechos, se mantenía intacta concentrándose más a medida que pasaba el tiempo. En una primera fase tales fósiles alcanzaban la consistencia de una piedra porosa con cuatro quintas partes de agua por una sólida. Así nacía la turba, que bajo el peso de las capas geológicas que caían sobre ella, engendraban el lignito. Este, más comprimido todavía y bajo el efecto del calor que le transmitía, aunque desde lejos, la roca hirviente, sería padre de la hulla.
Hasta este punto llegó a la evolución de franjas carboníferas, como la del Zulia, cuyos yacimientos necesitarían otros millones de años, para alcanzar la formación del mejor de todos los carbones, que es a antracita. Recuérdese que durante las diferentes transformaciones de los helechos, el carbono fue renunciando poco a poco a los acompañantes que inicialmente tenía. Los cambios en los porcentajes de los elementos originales nos darán una idea más precisa del fenómeno. Mientras más viejo es este combustible, presenta menos sustancias volátiles y ofrece una llama más caliente. El más reciente, la turba, es de tan mala calidad, que al ser quemado, desprende humo, el cual no es del todo inútil, pues es empleado por los escoceses en la maduración de whisky.
La madera tiene un 50 % de carbono, 43% de oxígeno, 6% de hidrógeno y 1% de nitrógeno; la turba, 59% de carbono, 33% de oxígeno, 6% de hidrógeno y 2% de nitrógeno; el lignito, 69% de carbono, 25% de oxígeno, 5.5% de hidrógeno, y 0.8% de nitrógeno. La antracita, que como ya observé, es el carbón de mayor antigüedad, tiene 95% de carbono, 2.5% de oxígeno, 2.5% de hidrógeno y nada de nitrógeno. A uno le resulta difícil comprender los mecanismos de estos cambios operados por la naturaleza, en una sustancia portadora de un dinámico laboratorio, a pesar de su apariencia inanimada.