La versión de que los buhos localizan a sus piezas con los ojos no es del todo cierta, pues a pesar de que ven lo que para nosotros es invisible, usan con ese fin el oído que también posee una extraordinaria agudeza.
El cráneo del buho es relativamente consistente, pero es tan delgado como un papel. En las grandes cuencas que ocupan sus ojos abundan las células cilíndricas y el púrpura visual, que transforma el más diminuto vislumbre en un pequeño resplandor.
Quizá sus antepasados intentaran la vida a la luz del día pero fracasaran ante el predominio de águilas y halcones, tuvieron que acogerse a la alternativa de las sombras. Incompetentes para fabricar sus nidos con la pericia y la paciencia de los pajarillos, optaron por residenciarse en las oquedades de las rocas y en los huecos de los árboles, a donde jamás llega ningún rayo luminoso. Consideraron superfluo, por lo tanto el camuflaje de sus huevos, que son completamente blancos, al igual que los del pájaro carpintero y de otros animales, que improvisan sus domicilios en lugares a salvo de la mirada de intrusos.
Los colores pardo-amarillo en su dorso y blanco-grisáceo por debajo, tienen la finalidad de mimetizarse en las ramas de los árboles en que se posan cuando dejan sus dormitorios, para coger un poco de sol que les permita elaborar la vitamina D. Cuando hacen esto respiran de un modo tal que nadie podría advertir el inflar y desinflar de los pechos. Esa quietud de quien se hunde en graves reflexiones hizo que los griegos lo estimaran como el emblema de la sabiduría, colocándolo a la diestra de Palas, la diosa pagana de esta virtud. No creo que si se enteraran le dieran importancia a este honor, pues la ley biológica que obedecen les manda a comer toda la carne que puedan y la cumplen con la mayor obediencia.
En una sola noche un búho puede sacrificar a doce ratones y cuatro ratas grandes, de lo cual se infiere la utilidad que representan los depredadores de los sembrados agrícolas y de las huertas. Algunos aplican el principio de que de mosquito para arriba todo es cacería, pues a falta de la fibrosa carne de los mamíferos, se conforman con el consomé de proteínas excelentes de que están hechos los insectos. Su diseño responde en todo sentido, como pasa siempre con todas las criaturas de la naturaleza, a las necesidades de adaptarse plenamente al hábitat que le seleccionarán sus genes.
Así las plumas poseen en ciertos lugares finísimos hilillos con que amortiguan el ruido de las alas al deslizarse por el aire. Es cierto que en la oscuridad dejan a veces un rastro luminiscente. Esto puede pasar cuando su cuerpo ha sido cubierto por millones de hongos fosforescentes que viven en los sitios abandonados en que ellos anidan. Los de Centroamérica y América del sur son búhos de 20 centímetros de longitud. Pero en Europa, el Asia y el norte de Africa mora el búho real con 70 centímetros de longitud y una envergadura de más de metro y medio. Este puede cazar también conejos y gatos a los cuales les abre el estómago con un corte rápido de sus garras centrales para devorar sus vísceras de un solo golpe.
Esta conducta nos parece dramática, pero si nos fijamos bien, lo que nos diferencia de ellos es que nosotros contamos con matarifes que se encargan metódicamente de adelantarnos al beneficio de los animales que nos vamos a comer. La mirada inmóvil y penetrante de los búhos se debe a que no pueden mover los ojos, aunque estos podrían divisar cualquier animal u objeto con la débil luz que les llegara de un faro de cien kilowatios a ochocientos metros de distancia. No giran totalmente la cabeza. Describen, eso si, tres cuartos de círculo para mirar de lado, pues su visión es binocular como la humana. La necesitan para captar en tres dimensiones las imágenes de las presas que van a cobrar. Las descubren con su finísimo oído, que ubica con precisión matemática el lugar de procedencia de cualquier murmullo.
El cráneo del buho es relativamente consistente, pero es tan delgado como un papel. En las grandes cuencas que ocupan sus ojos abundan las células cilíndricas y el púrpura visual, que transforma el más diminuto vislumbre en un pequeño resplandor.
Hace sesenta millones de años las aves aprovechaban las ventajas de su sangre caliente y de sus alas voladoras, para instalarse en parajes con recursos y sin demasiados competidores. De este modo le ganaban junto con los mamíferos, la partida de la sobrevivencia, a los reptiles que hasta noventa millones de años antes fueran los reyes del planeta. Las aves estaban ahora en plan de diversificarse, según las nuevas aptitudes que iban a desarrollar, para explotar distintos ámbitos ecológicos. En éste período que ya cité surgen los pelícanos, las gallinas, las garzas, las aves de presa y entre estas los búhos, compañeros leales de la noche, que les brinda el marco apropiado para su subsistencia.
Quizá sus antepasados intentaran la vida a la luz del día pero fracasaran ante el predominio de águilas y halcones, tuvieron que acogerse a la alternativa de las sombras. Incompetentes para fabricar sus nidos con la pericia y la paciencia de los pajarillos, optaron por residenciarse en las oquedades de las rocas y en los huecos de los árboles, a donde jamás llega ningún rayo luminoso. Consideraron superfluo, por lo tanto el camuflaje de sus huevos, que son completamente blancos, al igual que los del pájaro carpintero y de otros animales, que improvisan sus domicilios en lugares a salvo de la mirada de intrusos.
Los colores pardo-amarillo en su dorso y blanco-grisáceo por debajo, tienen la finalidad de mimetizarse en las ramas de los árboles en que se posan cuando dejan sus dormitorios, para coger un poco de sol que les permita elaborar la vitamina D. Cuando hacen esto respiran de un modo tal que nadie podría advertir el inflar y desinflar de los pechos. Esa quietud de quien se hunde en graves reflexiones hizo que los griegos lo estimaran como el emblema de la sabiduría, colocándolo a la diestra de Palas, la diosa pagana de esta virtud. No creo que si se enteraran le dieran importancia a este honor, pues la ley biológica que obedecen les manda a comer toda la carne que puedan y la cumplen con la mayor obediencia.
En una sola noche un búho puede sacrificar a doce ratones y cuatro ratas grandes, de lo cual se infiere la utilidad que representan los depredadores de los sembrados agrícolas y de las huertas. Algunos aplican el principio de que de mosquito para arriba todo es cacería, pues a falta de la fibrosa carne de los mamíferos, se conforman con el consomé de proteínas excelentes de que están hechos los insectos. Su diseño responde en todo sentido, como pasa siempre con todas las criaturas de la naturaleza, a las necesidades de adaptarse plenamente al hábitat que le seleccionarán sus genes.
Así las plumas poseen en ciertos lugares finísimos hilillos con que amortiguan el ruido de las alas al deslizarse por el aire. Es cierto que en la oscuridad dejan a veces un rastro luminiscente. Esto puede pasar cuando su cuerpo ha sido cubierto por millones de hongos fosforescentes que viven en los sitios abandonados en que ellos anidan. Los de Centroamérica y América del sur son búhos de 20 centímetros de longitud. Pero en Europa, el Asia y el norte de Africa mora el búho real con 70 centímetros de longitud y una envergadura de más de metro y medio. Este puede cazar también conejos y gatos a los cuales les abre el estómago con un corte rápido de sus garras centrales para devorar sus vísceras de un solo golpe.
Esta conducta nos parece dramática, pero si nos fijamos bien, lo que nos diferencia de ellos es que nosotros contamos con matarifes que se encargan metódicamente de adelantarnos al beneficio de los animales que nos vamos a comer. La mirada inmóvil y penetrante de los búhos se debe a que no pueden mover los ojos, aunque estos podrían divisar cualquier animal u objeto con la débil luz que les llegara de un faro de cien kilowatios a ochocientos metros de distancia. No giran totalmente la cabeza. Describen, eso si, tres cuartos de círculo para mirar de lado, pues su visión es binocular como la humana. La necesitan para captar en tres dimensiones las imágenes de las presas que van a cobrar. Las descubren con su finísimo oído, que ubica con precisión matemática el lugar de procedencia de cualquier murmullo.
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