Los helechos nunca supusieron que víctimas de un cataclismo reapareceían después de trescientos millones de años, vestidos de negro, como si guardaran luto por sí mismos en sus sepulturas.
En esta estructura del lignito se a simple vista el corte de su tronco fosilizado. En la hulla se apreciaría sólo con un microscopio. Tales vestigios están borrados del todo en la antracita
En esta estructura del lignito se a simple vista el corte de su tronco fosilizado. En la hulla se apreciaría sólo con un microscopio. Tales vestigios están borrados del todo en la antracita
El lecho de colosales pantanos se iba cubriendo de excedentes putrefactos de las raíces de musgos que crecían normalmente. En esa masa sin oxígeno y aislada de la atmósfera, habrían de caer y sepultarse bosques enteros de helechos gigantes que hasta entonces, con sus anchos troncos y sus alturas mayores de 25 metros, fueron los emperadores del mundo vegetal. La reciedumbre de sus estructuras era sin embargo, frágil brizna ante los vientos huracanados de 800 kilómetros por hora que los derribarán en diferentes momentos del período geológico que comenzó hace 340 millones de años y terminó hace 280. Estas acumulaciones de árboles muertos tendrían un destino especial.
Un resto vegetal en contacto con el aire, es descompuesto por oleadas de microorganismos, que culminan su obra convirtiéndolo en el polvillo fecundante del humus en los suelos. Nuestros protagonistas de hoy también habrían sufrido este reciclaje, de no haber sido por el medio en que quedaron enterrados, a salvo del ataque de bacterias, hongos y protozoarios que los habrían desintegrado. Por miles de siglos, las maderas de los corpulentos helechos abatidos fueron sometidos a la acción modificante de la química. Los materiales de sus fibras y de su celulosa fueron desmontados muy lentamente y reducidos a compuestos cada vez más simples.
Las macromoléculas se disgregaron en moléculas individuales, como eslabones sueltos de las largas cadenas a que pertenecían, la energía luminosa convertida en energía química almacenada en los helechos, se mantenía intacta concentrándose más a medida que pasaba el tiempo. En una primera fase tales fósiles alcanzaban la consistencia de una piedra porosa con cuatro quintas partes de agua por una sólida. Así nacía la turba, que bajo el peso de las capas geológicas que caían sobre ella, engendraban el lignito. Este, más comprimido todavía y bajo el efecto del calor que le transmitía, aunque desde lejos, la roca hirviente, sería padre de la hulla.
Hasta este punto llegó a la evolución de franjas carboníferas, como la del Zulia, cuyos yacimientos necesitarían otros millones de años, para alcanzar la formación del mejor de todos los carbones, que es a antracita. Recuérdese que durante las diferentes transformaciones de los helechos, el carbono fue renunciando poco a poco a los acompañantes que inicialmente tenía. Los cambios en los porcentajes de los elementos originales nos darán una idea más precisa del fenómeno. Mientras más viejo es este combustible, presenta menos sustancias volátiles y ofrece una llama más caliente. El más reciente, la turba, es de tan mala calidad, que al ser quemado, desprende humo, el cual no es del todo inútil, pues es empleado por los escoceses en la maduración de whisky.
La madera tiene un 50 % de carbono, 43% de oxígeno, 6% de hidrógeno y 1% de nitrógeno; la turba, 59% de carbono, 33% de oxígeno, 6% de hidrógeno y 2% de nitrógeno; el lignito, 69% de carbono, 25% de oxígeno, 5.5% de hidrógeno, y 0.8% de nitrógeno. La antracita, que como ya observé, es el carbón de mayor antigüedad, tiene 95% de carbono, 2.5% de oxígeno, 2.5% de hidrógeno y nada de nitrógeno. A uno le resulta difícil comprender los mecanismos de estos cambios operados por la naturaleza, en una sustancia portadora de un dinámico laboratorio, a pesar de su apariencia inanimada.
Un resto vegetal en contacto con el aire, es descompuesto por oleadas de microorganismos, que culminan su obra convirtiéndolo en el polvillo fecundante del humus en los suelos. Nuestros protagonistas de hoy también habrían sufrido este reciclaje, de no haber sido por el medio en que quedaron enterrados, a salvo del ataque de bacterias, hongos y protozoarios que los habrían desintegrado. Por miles de siglos, las maderas de los corpulentos helechos abatidos fueron sometidos a la acción modificante de la química. Los materiales de sus fibras y de su celulosa fueron desmontados muy lentamente y reducidos a compuestos cada vez más simples.
Las macromoléculas se disgregaron en moléculas individuales, como eslabones sueltos de las largas cadenas a que pertenecían, la energía luminosa convertida en energía química almacenada en los helechos, se mantenía intacta concentrándose más a medida que pasaba el tiempo. En una primera fase tales fósiles alcanzaban la consistencia de una piedra porosa con cuatro quintas partes de agua por una sólida. Así nacía la turba, que bajo el peso de las capas geológicas que caían sobre ella, engendraban el lignito. Este, más comprimido todavía y bajo el efecto del calor que le transmitía, aunque desde lejos, la roca hirviente, sería padre de la hulla.
Hasta este punto llegó a la evolución de franjas carboníferas, como la del Zulia, cuyos yacimientos necesitarían otros millones de años, para alcanzar la formación del mejor de todos los carbones, que es a antracita. Recuérdese que durante las diferentes transformaciones de los helechos, el carbono fue renunciando poco a poco a los acompañantes que inicialmente tenía. Los cambios en los porcentajes de los elementos originales nos darán una idea más precisa del fenómeno. Mientras más viejo es este combustible, presenta menos sustancias volátiles y ofrece una llama más caliente. El más reciente, la turba, es de tan mala calidad, que al ser quemado, desprende humo, el cual no es del todo inútil, pues es empleado por los escoceses en la maduración de whisky.
La madera tiene un 50 % de carbono, 43% de oxígeno, 6% de hidrógeno y 1% de nitrógeno; la turba, 59% de carbono, 33% de oxígeno, 6% de hidrógeno y 2% de nitrógeno; el lignito, 69% de carbono, 25% de oxígeno, 5.5% de hidrógeno, y 0.8% de nitrógeno. La antracita, que como ya observé, es el carbón de mayor antigüedad, tiene 95% de carbono, 2.5% de oxígeno, 2.5% de hidrógeno y nada de nitrógeno. A uno le resulta difícil comprender los mecanismos de estos cambios operados por la naturaleza, en una sustancia portadora de un dinámico laboratorio, a pesar de su apariencia inanimada.
El período geológico que les mencioné al principio es denominado así por razones obvias el Carbonífero. En su comienzo existieron los dinosaurios en miniatura, que serían el punto de partida de los de gran tamaño, que son los más conocidos. El lignito y la turba, son relativamente jóvenes, pues datan de un período inferior a los doscientos millones de años. Proceden de árboles como los mencionados y tal vez de las coníferas que surgieran posteriormente. Aunque sobre ellas pudieran revolotear reptiles con alas como las de los murciélagos, no convirtieron con las libélulas de treinta centímetros de largo, porque se habían extinguido en su lugar a las actuales.
1 comentario:
Felicitaciones por la página. Sus artículos me han ayudado a desarrollar el curso de Botanica.
Luis Molina
Guatemala
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