La misma inteligencia creadora del Código Morse fue la autora de un texto precursor del McCartismo titulado "Conspiración extranjera contra las libertades norteamericanas".
Hay seres humanos con existencias tan dionisíacas, que incluso las batallas con las que han alcanzado deslumbrantes éxitos, han alcanzado paseos en alfombras voladoras por un cielo despejado; y sin embargo, algunos son inexplicablemente resentidos. Eso fue el caso del inventor del telégrafo, Samuel Morse (1791-1872). Nacido en Massachusetts, estudió en la universidad de Yale, donde se graduara. Aprovechando la renta heredada de su padre, se fue en 1811 a estudiar pintura en Inglaterra, donde encauzó su temperamento neurótico, a través de los pensamientos sombríos de Dante y de los principios filosóficos de Spencer que hacían extensivas a los seres humanos las normas de selección natural.
Al cumplir los ochenta años, Morse asistió a la inauguración de una estatua suya de bronce, en el Parque Central de Nueva York, donde permanece.
Morse encontró así la sustentación filosófica para sus rencores fantasmales, expresados en un semblante frío, que no se alteró ni siquiera cuando la Adelphi Society of Arts le otorgara en Londres su medalla de oro como recompensa por un cuadro pésimo llamado Hércules Moribundo. Mientras tanto seguía militando en una Liga de Fanáticos, que en los Estados Unidos, preconizaban la persecución de los católicos y de los inmigrantes. Morse tenía la agilidad mental requerida para atrapar las ideas, con la rapidez de una araña cazadora de moscas, pues de inmediato los digería y las encaminaba. Este don le sería de gran utilidad cuando cansado de sus lienzos y de sus pinceles, porque no le producían dinero, abordó la física y las matemáticas prácticas que sí habrían de enriquecerlo.
Durante un viaje por el mar, robusteció sus conocimientos de la incipiente electricidad de entonces, con los de un científico ingenuo pero de gran competencia, Joseph Henry. Este había desarrollado poderosos electroimanes que levantaban pesos de miles de libras. En su casa había probado que al suministrarle corriente a través de un alambre, a un pequeño electroimán, éste podría atraer la pieza metálica, a la que soltaba después de un ligero chasquido, cuando se le suspendía la corriente. Henry sabía que tenía en sus manos un sistema de comunicación a distancia que no quiso patentar, pues consideraba que los haberes de la inteligencia le pertenecían a la humanidad no a los individuos. Morse oyó en silencio toda esta información, cuyos detalles le fueron demostrados en su totalidad por Henry durante los días que duró la travesía. A partir de 1830, Morse realizó infatigables ensayos en los que empleaba alternativamente un sistema triple de emisiones de corriente negativa – corriente positiva – cero corriente. De este modo lograba que el electroimán del otro lado generara sonidos brevísimos que llamaba puntos, y otros largos que llamaba rayas. Punto y raya por ejemplo equivalían a la letra A; raya – punto – punto –punto a la B. ; punto-punto-punto a S. Cinco rayas, el cero. Cinco puntos el 5 y así sucesivamente.
El invento estaba listo en 1835, pero debieron pasar nueve años, para que el Congreso de Estados Unidos aflojara los treinta mil dólares necesarios para comenzar su aplicación. El 24 de mayo de 1844, en un acto revestido de gran solemnidad, se transmitía entre Nueva York y Baltimore, a través de una línea de 64 kilómetros el primer mensaje telegráfico: ” Lo ha creado Dios.” El tiempo gastado en el mismo, se ha calculado hoy fue de una cinco milésima de segundo. Morse advirtió que el impulso energético de debilitaba por la distancia, pero superó el problema de una técnica también previstas por el bondadoso Henry.
En la cima de su notable acierto y dueño de la colosal fortuna que le deparara el telégrafo, Morse negó el soporte, imprescindible a todas luces, que había encontrado en las enseñanzas de Henry. Tuvo además el mérito de introducir en América del Sur el primer daguerrotipo y de intervenir en la planificación de los cables submarinos. Pero las satisfacciones, los honores y el dinero que tanto acumulara eran insuficientes para despertar su sentido de la bondad y de la solidaridad. En 1865 se indignó, a pesar de que era norteño, por la derrota que sufrieran los sureños, pues compartía el criterio de que los negros eran inferiores y su destino no podía ser mejor que el de los esclavos.
Al cumplir los ochenta años, Morse asistió a la inauguración de una estatua suya de bronce, en el Parque Central de Nueva York, donde permanece.
Morse encontró así la sustentación filosófica para sus rencores fantasmales, expresados en un semblante frío, que no se alteró ni siquiera cuando la Adelphi Society of Arts le otorgara en Londres su medalla de oro como recompensa por un cuadro pésimo llamado Hércules Moribundo. Mientras tanto seguía militando en una Liga de Fanáticos, que en los Estados Unidos, preconizaban la persecución de los católicos y de los inmigrantes. Morse tenía la agilidad mental requerida para atrapar las ideas, con la rapidez de una araña cazadora de moscas, pues de inmediato los digería y las encaminaba. Este don le sería de gran utilidad cuando cansado de sus lienzos y de sus pinceles, porque no le producían dinero, abordó la física y las matemáticas prácticas que sí habrían de enriquecerlo.
Durante un viaje por el mar, robusteció sus conocimientos de la incipiente electricidad de entonces, con los de un científico ingenuo pero de gran competencia, Joseph Henry. Este había desarrollado poderosos electroimanes que levantaban pesos de miles de libras. En su casa había probado que al suministrarle corriente a través de un alambre, a un pequeño electroimán, éste podría atraer la pieza metálica, a la que soltaba después de un ligero chasquido, cuando se le suspendía la corriente. Henry sabía que tenía en sus manos un sistema de comunicación a distancia que no quiso patentar, pues consideraba que los haberes de la inteligencia le pertenecían a la humanidad no a los individuos. Morse oyó en silencio toda esta información, cuyos detalles le fueron demostrados en su totalidad por Henry durante los días que duró la travesía. A partir de 1830, Morse realizó infatigables ensayos en los que empleaba alternativamente un sistema triple de emisiones de corriente negativa – corriente positiva – cero corriente. De este modo lograba que el electroimán del otro lado generara sonidos brevísimos que llamaba puntos, y otros largos que llamaba rayas. Punto y raya por ejemplo equivalían a la letra A; raya – punto – punto –punto a la B. ; punto-punto-punto a S. Cinco rayas, el cero. Cinco puntos el 5 y así sucesivamente.
El invento estaba listo en 1835, pero debieron pasar nueve años, para que el Congreso de Estados Unidos aflojara los treinta mil dólares necesarios para comenzar su aplicación. El 24 de mayo de 1844, en un acto revestido de gran solemnidad, se transmitía entre Nueva York y Baltimore, a través de una línea de 64 kilómetros el primer mensaje telegráfico: ” Lo ha creado Dios.” El tiempo gastado en el mismo, se ha calculado hoy fue de una cinco milésima de segundo. Morse advirtió que el impulso energético de debilitaba por la distancia, pero superó el problema de una técnica también previstas por el bondadoso Henry.
En la cima de su notable acierto y dueño de la colosal fortuna que le deparara el telégrafo, Morse negó el soporte, imprescindible a todas luces, que había encontrado en las enseñanzas de Henry. Tuvo además el mérito de introducir en América del Sur el primer daguerrotipo y de intervenir en la planificación de los cables submarinos. Pero las satisfacciones, los honores y el dinero que tanto acumulara eran insuficientes para despertar su sentido de la bondad y de la solidaridad. En 1865 se indignó, a pesar de que era norteño, por la derrota que sufrieran los sureños, pues compartía el criterio de que los negros eran inferiores y su destino no podía ser mejor que el de los esclavos.
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