Por Arístedes Bastidas.
Tomado de la Revista M. No. 54. Sept. 1975.
Tomado de la Revista M. No. 54. Sept. 1975.
Durante
millones de años
la vida prosperó sin el hombre
y podría continuar sin él,
pero jamás sin
los microbios del suelo.
Objetos innecesarios,
que sólo cubren
las necesidades artificiales
señaladas por Marcuse,
aumentan el gasto de energía
y nos acostumbran
a una molicie perjudicial para
la salud
millones de años
la vida prosperó sin el hombre
y podría continuar sin él,
pero jamás sin
los microbios del suelo.
Objetos innecesarios,
que sólo cubren
las necesidades artificiales
señaladas por Marcuse,
aumentan el gasto de energía
y nos acostumbran
a una molicie perjudicial para
la salud
La naturaleza debe estar arrepentida de haber promovido como el más equipado de sus modelos, a ese llamado hombre.
Durante 420 millones de años la vida conquistó la parte seca de la superficie planetaria, y allí proposperó a través de las más rica y diversas manifestaciones, tanto en las especies animales como en las vegetales. Los descendientes de las algas y de los peces se instalaron en tierra firme y edificaron sobre ella un generoso imperio natural, regido por opulenta armonía entre los seres que caminaban por los suelos, los que volabam por los cielos y los que habían hincado sus raíces en las entrañas suberráneas para obtener la savia vivificante con que crearían el verde esplendoroso del paisaje.
En tan largo periodo se extinguieron formas de vida que no supieron adaptarse, sustituidas por otras mejor preparadas para la sobrevivencia. Las áreas que permanecieran descubiertas durante 4 mil millones de años fueron cobijadas por un almohadón de restos orgánicos constituidos por dinámicos gérmenes, insectos y lombrices que hacían, antes como hoy, los cambios químicos formadores de las sustancias que absorberán las plantas.
Ahora bien, cuando apareció el bípedo, orgulloso de su inteligencia superior, impuso sus propias reglas persuadidos de que era el rey de la creación. Al intentar sustituir a la naturaleza, la quebrantó con tal gravedad, que no sólo ha extinguido diversas especies animales sino que ha puesto en jaque la existencia de su propio género.
La biosfera, es decir, la franja donde transcurre la vida, comienza a 10.000 metros en las simas del mar pobladas de peces provistos de órganos luminosos, continúa por toda la superficie terrestre y termina en el aire, en las copas de los árboles donde están los más elevados nidos de las aves. Esta franja es proporcionalmente una lámina más delgada que la que cubre una manzana. La residencia de la vida ocupa pues una pequeña dimensión del globo y no hay modo de mudarla para otra parte.
El recién llegado no parece comprender esto. Ufano de su razón la ha deformado tanto que luce preferible la sinrazón con que se han desempeñado los animales. Estos se ajustaron siempre a las normas del bosque, de la selva o la sabana donde estuvieran sus domicilios. Nosotros irrespetamos esas leyes y aplicamos las nuestras que, con el surgimiento de las primeras civilizaciones, consistieron en derribar árboles para diversos usos, sin preocuparnos por sembrar los sustitutos.
El hombre es el único ser que hace guerras masivas contra los miembros de su propia especie. Hubo quienes las justificarán con el absurdo argumento de que los conflictos bélicos, de modo igual a las pestes, controlaban el crecimiento humano. Les declaró también la guerra a distintos animales que ha eliminado, con el objeto de complacer ciertos atavismos como el de la caza, o de atender requerimientos lucrativos. Está a punto de desaparecer el Tigre de Bengala, víctima de una ensañada persecusión a tiros como la sufrida por hervíboros y carnívoros de Africa.
El hombre ha procedido así porque el rompimiento de esos enlaces ecológicos no ha causado dramático desequilibrio aunque, desde luego, lo causa.
Los investigadores estados unidenses quedaron sorprendidos cuando encontraron rastros de DDT en los pinguinos de Alaska, quienes habitan regiones muy distantes de aquellas en que se aplicacban los insecticidas graduales. De inmediato no se podrían vaticinar las consecuencias que ello acarree a esos animales y a los camarones con que se alimentan, que seguramente asimilaron el DDT al ingerir los corpúsculos orgánicos disueltos en el mar contaminado con el mismo, que llegaran a traves de los ríos, procedentes de los labrantíos. Esto podría ser un ejemplo de la vinculación que hay entre todos los fenómenos de la biosfera, aun entre aquellos separados por largas distancias.
Los animales dieron en un regio escenario la bienvenida al hombre hace 500.000 años. Deben estar pensando ahora que es así como paga el diablo al verlos manejar los bienes de la naturaleza con la audacia y los riesgos del aprendiz de brujo, y los respectivos riesgos, por supuesto.
Subrayemos el principio de que la conservación correcta es la que se hace en función de una vida sana y feliz.
Debemos aplicar las normas del mutuo auxilio. Si auyudamos a la naturaleza ella estará en condiciones de ayudarnos más y mejor. Sacrificamos permanentemente cabezas de ganado, aves de corral, cerdos, cuyas carnes han permitido este avasallante aumento de la población. Más como al mismo tiempo renovamos e incrementanmos el número de esos animales, nosotros ganamos por las proteínas que nos suministran, y ellos ganan porque aseguran su perpetuidad. La sociedad con el hombre, por otra parte, los libra de la preocupación de que buscar el sustento.
A fines del siglo pasado, los taladores de los árboles fueron una plaga que asoló los bosques de costa a costa en los Estados Unidos. Quedaron desnudas las superficies ocupadas por los estados de Michigan y Wisconsin. Aparecieron enormes desiertos erosionados donde antes la flora luciera su majestuosa belleza. El gobierno de Teodoro Roosevelt adoptó medidas eficaces. Gracias a las mismas , hoy, cuando la explotación maderera es la mayor en la hostoria norteamericana, se multiplican las reservas forestales porque siembran tres áboles por cada dos que se cosechan. No creo que hagamos algo parecido los venezolanos en la actualidad.
Nos han enseñado a juzgar mal a los microbios. Entre ellos hay algunos que producen enfermedades que nos obligan areplicar con una guerra defensiva. La mayoría, sin embargo, son buenos y provechosos para la existencia de las plantas, de los animales, de los seres humanos. En un puñado de tierra fértil hay un mundo de cientos de veces más poblado que el nuestro. Los contituyen gérmenes que transforman los cadáveres de animales o vegetales en gratos nutrientes de las raíces. Con esos nutrientes de tan feo origen se formarán mas tarde los pétalos de una flor, la pulpa azucarada de una fragante fruta, o el verde sugestivo del césped. Cuando esos microbios , milagros químicos invisbles, no están en la tierra, ella se torna estéril, y sólo sirve de sepultura a las semillas. Durante los incendios, gran parte de esos microraganismos mueren achicharrados por las altas temperaturas.
Dedúzcase fácilmente esta cadena ecológica: los microbios y los animalejos del suelo alimentan a las plantas; éstas alimentan a los animales y a los humanos a través de diferentes niveles; los cuerpos muertos alimentan a los microbios que lo transforman, y este ciclo se repite indefinidamente mientras no sufra interrupciones importantes. La ecología está representada por cadenas de la vida en las cuales los eslabones representan diferentes formas de lela en orden sucesivo. El error del hombre está en estimar que él es el eslabon más significativo y que los parásitos son el más despreciable. O rectifica esa opinión o su porvenir quedará gravemente comprometido. Deberá advertir que la vida existió durante millones de siglos sin su concurso, y aunque podría prescindir de él le sería imposible imposible mantenerse sin el auxilo de los microrganismos ya eludidos.
El señor Marcuse tenía razón cuando censuraba las necesidades artificiales que nos alienan. Podemos entender el papel de las máquinas que nos transportan o que fabrican los productos de utilidad esencial. No podríamos decir lo mismo de los artefactos que empleamos, no para hacer más confortable la existencia, sino para aumentar la molicie y librar a nuestros músculos y a nuestro cuerpo de movimientos y ejercicios buenos para la salud. Además, hemos aceptado masoquistamente la tiranía de ciertos artículos objetables, sin los cuales no estaríamos cómodos.
Entre los mismos se encuentran los recipientes desechables de aluminio, latón, plástico y de vidrio no retornable, con los que ensuciamos el planeta. Y ¡qué decir de la interminable sucesión de las modas!.
Ropas y calzados sin desgaste son echados a la basura para ser sustituidos por aquellos que constituyen el último hit de la novelería. En resumen, hay cosas y objetos innecesarios cuya producción consume enormes cantidades de energía a pesar de que sus fuentes tradicionales se agotan y que arrojan desperdicios químicos contaminantes de la tierra, de las aguas y del aire.
Sería absurdo secundar a Rousseau en su prédica de que el hombre retorne a sus estadios primitivos para ser dichoso. Lo juiciosos es proponer que use más inteligentemente los frutos de la inteligencia, y que no se deje ahogar en el océano de maravillas suntuosas y artificiales que le ofrece la tecnología cuando la dejan de su cuenta, sin las riendas que le den carácter profundamente humano.
Nos jactamos de los ingeniosos hallazgos de la ciencia moderna. Y soslayamos verdades que estaban presentes en otras gentes no tan doctas como las de hoy, pero más conscientes. Veamos unos párrafos de la carta que el Jefe Piel Roja Sealth le escribiera en 1855 al Presidente estadounidende Franklin Pierce:
"No hay un lugar de quietud en las ciudades del hombre blanco. No hay lugar donde oir las hojas de la primavera o el sonido de las alas de los insectos. Pero tal vez porque yo soy un salvaje y no comprendo, el ruido sólo parece insultar mis oídos. El indio prefiere el suave sonido del viento volando como un dardo sobre la superficie del lago, y el olor del viento limpio por la lluvia del mediodía o aromado por los pinos. El aire es precioso para el piel roja. Porque todas las cosas comparten el mismo aire, las bestias, los árboles, el hombre. El hombre blanco parece no darse cuenta del aire que respira." "¿Qué es un hombre sin las bestias? Si todas las bestias desaparecen, el hombre moriía de gran soledad de espíritu, porque todo lo que ocurre a las bestias tanbiém le pasa a los hijos de la tierra. Cuando todos los búfalos sean liquidados, los potros cerreros sean domados, los rincones secretos del bosque estén cargados del aliento de muchos hombres, y la vista de las colinas salpicadas por los cables del progreso, ¿dónde estará el águila? No existirá. Y ¿qué será decirle adiós al lazo y a la caza, el fin de la vida y el comienzo de la supervivencia? Nosotros podríamos comprender si supiéramos cuáles son los sueños del hombre blanco, qué esperanzas él les describe a sus hijos en las largas noches de invierno, qué visiones queman su imaginación y qué deseos tienen para el mañana. Pero somos salvajes , y los sueños del hombre blanco están ocultos para nosotros"
Yo sostengo a priori de que esos microseres que hay en el silente patrimonio de los suelos, poseen secretos para desafiar airosos grandes inclemencias. A Dios gracias.
Hace casi 30 años, las pruebas atómicas hechas en Bikini hicieron desaparecer todo vestigio de flora y fauna en la isla. Los microorganismos que allí quedaron, como redivivos, facilitaron la germinación de las semillas que retornaron en las aguas o en los vientos a la desértica región. El esplendor de la vida animal y vegetal volvió a Bikini, y yo me pregunto si ese reverdecimiento vital habría ocurrido si la isla hubiera sido invadida por la civilización de que tantos nos envanecemos en nuestras burbujeantes ciudades.
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