En Platero y yo, Juan Ramón Jiménez decía que a los asnos malos deberían llamarlos personas y a las personas buenas deberían llamarlos asnos. Estos animales carecen de la elegancia de los caballos y de expersiones afectivas con sus socios humanos. Diríase que son fríos e indiferentes, y que se rigen por la norma "Que nadie se meta conmígo que yo con nadie me meto". Sin embargo, deben poseer un don subjetivo, porque de otra manera, ¿por qué se le atribuyó a uno de ellos, el privilegio de haber sido el compañero de José, María y el Niño durante la huida a Egipto, o como dócil cabalgadura durante la victoriosa entrada de Jesús en Jerusalén?. Desde la antiguedad los asnos han inspirado a los buenos poetas y Sancho Panza, quien nunca quiso un cordel, derramó lágrimas vivas cuando un atracador de camino le robo a su Rucio.
Ahora puedo contestarme la pregunta que me hacía en mi infancia sobre el origen de estos amigos, a los que nunca he dejado de considerar como filósofos serios y como genuinos amantes de la paz. Por sus venas y por las de las cebras corren genes del caballo, el cual hace 50 millones de años era registrado por la naturaleza como un nativo norteamericano. Desconocemos la causa por la que emigrara al Asia y al Africa. En estos continenetes, el caballo no sólo diversificó sus razas, sino también dio lugar a varias especies de burros, a la cebra y a una especie parecidas a estas, el Kwaga extinguida por el sujeto que ya ustedes conocen. Los asnos son sobrios, saborean por igual una porción de cebada en granos y un puñado de hierba seca. Pero gustan calmar su sed con agua cristalina y se espantan en una nevada repentina.
En el sudeste de Asia se establecieron tres especies de estos équidos, que nunca se han dejado montar. Entre ellas está la popularizada por los crucigramas. Es el onagro, de 30 cms. más bajo que el asno doméstico. Es el único de este grupo que vive en manadas organizadas, las cuales ven un paraíso terrenal cualquier desierto arenoso, porque en el mismo localizan restos de plantas lignificadas, que ingieren como el más tierno de los platos. Aunque se hayan alejado mucho de sus residencias habituales, nunca se pierden y disponen de un sexto sentido para dirigirse en línea recta a los oasis con pozos de agua en los que nunca han estado. Durante las tormentas se colocan de espaldas al viento y despliegan los abanicos de sus colas a modo de escudo contra el impacto de la arena.
Parece que mientras el caballo se extendía por las zonas templadas del Asia, sus primos avanzaban resueltamente hacia las zonas calientes. Esto explica que los asnos y las cebras se les adelantaran en la toma de las regiones con más de 25 grados C, del sueste asiático y del norte de Africa. Hay que señalar que las reinas de las rayas descendieron al centro del continente negro y, por tanto, son tan tropicales como los cimbreantes palmeras o la cimbreadora rumba. Los asnos, en cambio, desarrollaron una especie en Nubia, la cuna del heroico esclavo Espartaco. Este medio era como una conjunción entre las arenas solitarias que sedujeran a sus ancestros y la fuente de verdes y apetitosos pastos silvestres, a ambos lado del Nilo. Fueron estos los primeros équidos que se dejaron enjalmar por el hombre.
Fue después cuando los caballos concertaron un pacto parecido, mediante el cual recibían cuidados y alimentación a cambios de sus servicios. Nuestros asnos proceden indirectamente de Nubia, pues del norte de Africa fueron llevados a las costas europeas del Mediterráneo. Los asnos es extendieron en Sevilla, Málaga y Alicante por su eficiencia de ayudantes y por su paciencia inconmovibles con quienes lo trataban bien. Durante la invasión de Granada por los árabes, los españoles también fracasaron al intentar usarlos como transportadores de soldados y de efectos militares. Tanto en Egipto como Mesopotamia, los asnos habían hecho gala de su terquedad. Ni por las buenas ni por las malas, habían aceptado que los enrolaran en los ejércitos y mucho menos en las guerras.
Su prodigiosa intuición los hace detenerse ante una víbora enrollada a varios metros de distancia, aunque al igual que quien las conduce, no la hayan visto todavía. Les pueden caer a palos, pero cuando adoptan una alternativa que siempre es hija de la razón, no hay forma de que cambien de parecer. Hace 2 millones de años eran fáciles presa de los tigres y otros felinos. Hoy eluden ese riesgo, con su olfato que les permite detectar, como si lo estuvieran viendo, a un felino oculto a cinco kilómetros de distancia. Hay versiones ciertas de jaguares cebados con rebaños de ganado vacuno. Pero nadie recuerda una historia en la que un carnívoro se haya comido un burro. Este es un campeón en el diseño de medidas precautelativas. Cuando se siente a buen seguro, y hay un ruido que le molestia, corre una cortina que tiene sus oídos y se sumerge en un silencio gratificante. ¿Envidiable verdad?
La Ciencia Amena. 2 de Junio 1992
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