Se ha dicho que las aves y mamíferos que forman sociedades, son menos ordenadas en Latinoamérica que en el Viejo Mundo. Esto fue discutible hasta que los naturalistas confirmaron que los monos del Nuevo Mundo son indisciplinados y no hacen mucho caso de sus jefes, que, por otra parte, les falta carácter para hacerse obedecer. Yo, que presencié en mi infancia el trato igualitario entre las gallinas de los patios campesinos, leo ahora, no sin cierta incredulidad, los resultados de investigaciones en el mundo avanzado, según las cuales las gallinas en un mismo corral conquistan rangos y establecen diferencias jerárquicas que hacen recordar la organización de los militares. Al tanto de que en la naturaleza todo hábito tiene explicación, los ornitólogos tratan de confirmar la correspondiente a este comportamiento.
El especialista en conducta animal de la Universidad de Oslo, Noruega, T. Schjelderup-Ebbe, anotó las desigualdades sociales entre gallinas criadas en un mismo ambiente. Debió usar la agudeza del buen investigador para percibirlas, pues pasarían inadvertidas para un observador común. Sabía que se daban picotazos entre sí y el mérito de su trabajo estuvo en descubrir que esos signos de agresividad no eran la consecuencia de antipatías recíprocas o de estados neuróticos. Respondían, llana y simplemente, a una norma destinada a mantener su ordenamiento social. Hizo un experimento, que consistió en aislar una comunidad de pollas a punto de hacerse adultas y ponedoras de huevos.
Los pollos de ambos sexos, al igual que las demás especies de animales evolucionados, crecen dotados de una neutralidad sexual que se apaga cuando llegan a la edad crítica en que se les despiertan las hormonas genitales. Schjelderup-Ebbe cuidó de que entre sus pollas no hubiera ningún sultán. Ellas constituían un harén en el que ni siquiera había eunucos encargados de cuidarlas. Las nuevas gallinas protagonizaron inicialmente un caos de picotazos en las horas en las que estuvieran despiertas durante tres días. Al cuarto día los picotazos eran escasos y al quinto día, el investigador confirmó sus sospechas de que los mismos tenían el objetivo de establecer un sistema de categorías escalonadas. La gallina "A" era como un general en jefe que manda a todo el mundo, pero nadie lo manda a él.
Para ser más claros diremos que ella podía picotear a las demás sin que ninguna se atreviese a replicarle. La gallina "B" tenía el mismo privilegio con sus subalternas, pero no con ia gallina "A". La escala descendía con la gallina "C", que podía picotear a las que estaban por debajo de ella, pero estaba obligada a dejarse picotear por las gallinas "A" y "B". La última gallina, digamos la "Z", era el trompo servidor del grupo porque las de más categoría podían picotearla a ella y si intentaba ripostar, las demás le caían encima por meterse a rebelde. El lesbianismo es rarísimo en la naturaleza, pero cada una de estas hembras sin consorte, tenía la opción de cubrir platónicamente a otra de menor categoría.
En la Universidad de Chicago el endocrinólogo W.C. Alley y sus estudiantes inyectaron hormonas masculinas en gallinas débiles y al día siguiente se rebelaban con inesperada agresividad contra las fuertes y opresoras. A su vez éstas inyectadas con hormonas femeninas protagonizaron el caso de sargentos déspotas que de buenas a primeras se conducen como mansos reclutas. Pusieron en contacto dos gallineros que de inmediato se declararon una guerra sin cuartel. Las gallinas de ambos bandos se resistían recíprocamente a reconocer los rangos que establecieran separadamente. Quedó claro que la lucha por una mayor jerarquía no era causada por la selección natural, como la que ocurre cuando dos venados pelean para ganarse los favores de una diva. Resulta que las gallinas de alto rango eran relativamente frígidas al lado de las de bajo rango.
Entre los pollos a punto de hacerse gallos se notó que los mayores cubrían platónicamente también a los menores. Se probó que no lo hacían por razones homosexuales sino para ensayar su técnica de acoplamiento. Esta consiste, ya lo sabemos, en la danza con la cabeza agachada y ladeada del gallo, en torno de la pretendida antes de encaramársele y pisarle ambas alas para efectuar la más veloz de las cópulas. También se confirmó que las aparentes lesbianas dejaban ese comportamiento para siempre apenas entraban en un corral donde las esperara un galán. Ya sabemos que los gallos llegan al extremo de consumar gallicidios con sus dos puñales para establecer »u supremacía sexual y por lo tanto procreativa. La jerarquía escalonada de sus odaliscas, es sólo, ya lo dijimos, para resguardar el orden social.
EL NACIONAL / Viernes 12 de abril de 1991).
NOTA DE Manuel Esparragoza Herrera: Esta situación ha sido estudiada por sociólogos estadounidenses, quienes la han denominado principio del pick up. Conozco un artículo de Arturo Uslar Pietri, donde alude a esta materia.
El especialista en conducta animal de la Universidad de Oslo, Noruega, T. Schjelderup-Ebbe, anotó las desigualdades sociales entre gallinas criadas en un mismo ambiente. Debió usar la agudeza del buen investigador para percibirlas, pues pasarían inadvertidas para un observador común. Sabía que se daban picotazos entre sí y el mérito de su trabajo estuvo en descubrir que esos signos de agresividad no eran la consecuencia de antipatías recíprocas o de estados neuróticos. Respondían, llana y simplemente, a una norma destinada a mantener su ordenamiento social. Hizo un experimento, que consistió en aislar una comunidad de pollas a punto de hacerse adultas y ponedoras de huevos.
Los pollos de ambos sexos, al igual que las demás especies de animales evolucionados, crecen dotados de una neutralidad sexual que se apaga cuando llegan a la edad crítica en que se les despiertan las hormonas genitales. Schjelderup-Ebbe cuidó de que entre sus pollas no hubiera ningún sultán. Ellas constituían un harén en el que ni siquiera había eunucos encargados de cuidarlas. Las nuevas gallinas protagonizaron inicialmente un caos de picotazos en las horas en las que estuvieran despiertas durante tres días. Al cuarto día los picotazos eran escasos y al quinto día, el investigador confirmó sus sospechas de que los mismos tenían el objetivo de establecer un sistema de categorías escalonadas. La gallina "A" era como un general en jefe que manda a todo el mundo, pero nadie lo manda a él.
Para ser más claros diremos que ella podía picotear a las demás sin que ninguna se atreviese a replicarle. La gallina "B" tenía el mismo privilegio con sus subalternas, pero no con ia gallina "A". La escala descendía con la gallina "C", que podía picotear a las que estaban por debajo de ella, pero estaba obligada a dejarse picotear por las gallinas "A" y "B". La última gallina, digamos la "Z", era el trompo servidor del grupo porque las de más categoría podían picotearla a ella y si intentaba ripostar, las demás le caían encima por meterse a rebelde. El lesbianismo es rarísimo en la naturaleza, pero cada una de estas hembras sin consorte, tenía la opción de cubrir platónicamente a otra de menor categoría.
En la Universidad de Chicago el endocrinólogo W.C. Alley y sus estudiantes inyectaron hormonas masculinas en gallinas débiles y al día siguiente se rebelaban con inesperada agresividad contra las fuertes y opresoras. A su vez éstas inyectadas con hormonas femeninas protagonizaron el caso de sargentos déspotas que de buenas a primeras se conducen como mansos reclutas. Pusieron en contacto dos gallineros que de inmediato se declararon una guerra sin cuartel. Las gallinas de ambos bandos se resistían recíprocamente a reconocer los rangos que establecieran separadamente. Quedó claro que la lucha por una mayor jerarquía no era causada por la selección natural, como la que ocurre cuando dos venados pelean para ganarse los favores de una diva. Resulta que las gallinas de alto rango eran relativamente frígidas al lado de las de bajo rango.
Entre los pollos a punto de hacerse gallos se notó que los mayores cubrían platónicamente también a los menores. Se probó que no lo hacían por razones homosexuales sino para ensayar su técnica de acoplamiento. Esta consiste, ya lo sabemos, en la danza con la cabeza agachada y ladeada del gallo, en torno de la pretendida antes de encaramársele y pisarle ambas alas para efectuar la más veloz de las cópulas. También se confirmó que las aparentes lesbianas dejaban ese comportamiento para siempre apenas entraban en un corral donde las esperara un galán. Ya sabemos que los gallos llegan al extremo de consumar gallicidios con sus dos puñales para establecer »u supremacía sexual y por lo tanto procreativa. La jerarquía escalonada de sus odaliscas, es sólo, ya lo dijimos, para resguardar el orden social.
EL NACIONAL / Viernes 12 de abril de 1991).
NOTA DE Manuel Esparragoza Herrera: Esta situación ha sido estudiada por sociólogos estadounidenses, quienes la han denominado principio del pick up. Conozco un artículo de Arturo Uslar Pietri, donde alude a esta materia.
Nota importante:
Gracias a la colaboración del amigo Manuel Esparragoza Herrera es posible la publicación de este artículo, quien el 1ro de Mayo de 2008 nos hizo llegar este escrito del Gran maestro Arístides. Prometimos publicarlo en este blog y hoy cumplimos nuestro compromiso. Gracias amigo por tan bello hallazgo.
1 comentario:
Adelante hermano que hay un grupo que sigue la lectura de esta columna.
Publicar un comentario