Un día tal como hoy, 15 de Diciembre de 1984
El satélite que lanzara la NASA el 26 de Eenero de 1978 sigue examinando seis recien nacidas estrellas, de las cuáles deduciremos cómo fue la infancia del Sol. (Rep. Estrella)
Los avances en el campo del espacio le están dando al hombre nuevas informaciones, algunas de las cuales han sido un virtual baño de agua helada, para ciertas teorías que parecían definitivas. La ciencia se había resignado a la hipótesis de que el oxígeno que hay en el veintiuno por ciento del aire y en la capa azul del cielo, había sido inicialmente aportado por las plantas vegetales. Hace dos mil millones de años, las algas verdiazules habrían redoblado durante la fotosíntesis la inyección de ese gas, amigo de la vida, en una atmósfera que sólo tenía metano, anhídrido carbónico, amoniaco, ácido sulfúrico, nitrógeno, hidrógeno y vapor de agua. Siempre quedó en pie la pregunta sobre la procedencia del oxígeno que facilitara la generación de energía en las células primigenias.
Según se cree, el recién nacido planeta capturó una atmósfera, la cual se marchó después empujada por el enorme calor desprendido de la corteza terrestre cuando estaba al borde de la incandescencia. Entre los gases disipados estuvo el oxígeno libre que no dejó aquí ni siquiera la cantidad que cabe en una muestra. Cuando la temperatura se normalizó, la Tierra pudo retener, con su atracción gravitacional, una atmósfera nueva con los componentes arriba citados, que habían irrumpido en chorros gigantescos, durante las erupciones de miles de volcanes, que pasaron milenios, como en una planetaria ininterrumpible batalla de artillería pesada.
Tampoco había oxígeno libre en esa nueva situación, pues el mismo se encontraba preso en los compuestos que formaba con otros elementos. Con el carbono estaba asociado en el CO2, y con el hidrógeno producía el vapor de agua. Los investigadores estimaban que estas combinaciones, como las demás, habían salido del interior de nuestro astro. Pero les inquietaban las existencias en estratos precámbicos, del óxido de hierro, que ocupaba aproximadamente el mismo lugar que le tocara cuando se constituyera este cuerpo espacial, que usamos como nave y como morada. Se acaban de hacer hallazgos que podrían satisfacer las interrogantes aludidas.
En 1978 la NASA puso en órbita el RW Aur, un satélite a través del cual fueron observadas, sin interferencia de las nubes, estrellas azules que todavía andan goteando, pues tienen apenas un millón de años. Las seleccionadas tenían, más o menos, la misma masa del sol. Se comprobó que ellas emiten las potentísimas radiaciones ultravioletas en una proporción diez mil veces mayor que la del Sol. Se infiere que éste también las generó en una alta magnitud en los lejanos días de su pubertad. Esas radiaciones ultravioletas habrían roto el CO2 o anhídrido carbónico y H2O del vapor de agua. Así habrían liberado oxígeno en las cantidades que ahora tenemos y en las indispensables, para constituir la capa azul de ozono que vemos arriba.
Según se cree, el recién nacido planeta capturó una atmósfera, la cual se marchó después empujada por el enorme calor desprendido de la corteza terrestre cuando estaba al borde de la incandescencia. Entre los gases disipados estuvo el oxígeno libre que no dejó aquí ni siquiera la cantidad que cabe en una muestra. Cuando la temperatura se normalizó, la Tierra pudo retener, con su atracción gravitacional, una atmósfera nueva con los componentes arriba citados, que habían irrumpido en chorros gigantescos, durante las erupciones de miles de volcanes, que pasaron milenios, como en una planetaria ininterrumpible batalla de artillería pesada.
Tampoco había oxígeno libre en esa nueva situación, pues el mismo se encontraba preso en los compuestos que formaba con otros elementos. Con el carbono estaba asociado en el CO2, y con el hidrógeno producía el vapor de agua. Los investigadores estimaban que estas combinaciones, como las demás, habían salido del interior de nuestro astro. Pero les inquietaban las existencias en estratos precámbicos, del óxido de hierro, que ocupaba aproximadamente el mismo lugar que le tocara cuando se constituyera este cuerpo espacial, que usamos como nave y como morada. Se acaban de hacer hallazgos que podrían satisfacer las interrogantes aludidas.
En 1978 la NASA puso en órbita el RW Aur, un satélite a través del cual fueron observadas, sin interferencia de las nubes, estrellas azules que todavía andan goteando, pues tienen apenas un millón de años. Las seleccionadas tenían, más o menos, la misma masa del sol. Se comprobó que ellas emiten las potentísimas radiaciones ultravioletas en una proporción diez mil veces mayor que la del Sol. Se infiere que éste también las generó en una alta magnitud en los lejanos días de su pubertad. Esas radiaciones ultravioletas habrían roto el CO2 o anhídrido carbónico y H2O del vapor de agua. Así habrían liberado oxígeno en las cantidades que ahora tenemos y en las indispensables, para constituir la capa azul de ozono que vemos arriba.
Desde el expacio exterior, la Tierra luce el color verde que le dan los árboles y el azul que reflejan los océanos. (Rep. Estrella)
Para que los rayos ultravioleta transformen el O2 de las moléculas que respiramos en el O3 el ozono, se requieren reservas extraordinarias del vitalizante gas, que las modestas algas jamás habrían podido fabricar. Ustedes se habrán dado cuenta que los rayos ultravioleta amolaron cuchillo para su garganta. El ozono creado por ellos integró la alcabala que los filtra y les impide pasar. Si lo hicieran, matarían a todos los seres vivos con sus altísimos niveles de energía. Está apunto de caerse la idea de que el oxígeno inicial fue hijo del reino vegetal. Los científicos que la refutan se fundan en buenas bases, en su crédito propio y en el de su institución.
Son ellos Vittorio Canuto y sus colaboradores C.L. Imhoff, L. Berkner Y K.M. Towe, del Golddar Institute for space studies de Nueva York. Sus comprobaciones han estremecido los elementos de la astronomía y, al parecer, reforzarían la noción de que las moléculas simples de la vida habrían venido a la tierra del espacio exterior, pues se considera que las mismas no habrían podido constituirse en presencia de una masa abundante de oxígeno. Hoy el hombre parece un proyecto propio que ensaya para modificar la atmósfera. En los últimos cien años las chimeneas industriales y los incendios forestales le han incorporado siete mil doscientos millones de toneladas de anhídrido carbónico, lo cual ha elevado en medio grado la temperatura del planeta.
Son ellos Vittorio Canuto y sus colaboradores C.L. Imhoff, L. Berkner Y K.M. Towe, del Golddar Institute for space studies de Nueva York. Sus comprobaciones han estremecido los elementos de la astronomía y, al parecer, reforzarían la noción de que las moléculas simples de la vida habrían venido a la tierra del espacio exterior, pues se considera que las mismas no habrían podido constituirse en presencia de una masa abundante de oxígeno. Hoy el hombre parece un proyecto propio que ensaya para modificar la atmósfera. En los últimos cien años las chimeneas industriales y los incendios forestales le han incorporado siete mil doscientos millones de toneladas de anhídrido carbónico, lo cual ha elevado en medio grado la temperatura del planeta.
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