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noviembre 02, 2004

Con la intención de que sus semillas busquen surcos por doquier las frutas gratifican con sus pulpas a los amigos que las diseminan.

La Ciencia Amnena. Arístides Bastidas
Un día tal como hoy, 2 de Noviembre de 1983


En el coco, como no hay animal que le transporte su semilla, el equivalente a la pulpa es un material fibrosos con el que ella flota en el mar mientras llega a la playa para germinar. (Rep. Sardá)

Usted consideraría que está pagando penitencia por un pecado mortal, si lo obligaran a comerse un cambur verde. Los ácidos que hay en sus células le lacerarían su lengua y le causaría una dentera de padre y señor mío, sin contar la intoxicación por sustancias indigestas y el estreñimiento que le ocasionarían los tanitos del producto vegetal en su estado jojoto. Esto le pasaría con cualquier fruta cruda en la fase inicial de su desarrollo cualitativo. Este, es el correspondiente a la transformación de unos compuestos químicos hostiles por otros amistosos y saludables. En la etapa anterior el desarrollo ha sido cuantitativo, porque el cambur sólo se ocupa de crecer hasta lograr su tamaño normal y nada más.


El tomate está entre los frutos que a falta de una semilla grande y fuerte, elaboran centenares para compensar con cantidad el déficit de calidad (Rep. Sardá)

Estamos hablando obviamente de las frutas que se rodean de una sabrosa pulpa, para garantizar a quiénes al consumirla, se convierten en el vehículo diseminador de la semilla acompañante. La biografía de estos paquetes naturales de azúcares, vitaminas y minerales, comienza cuando el polen fecunda a la cosfera de una flor. El recién llegado trae junto con su equipaje genético, hormonas que al estimular la reproducción, incorporan de un modo inexplicable, el ovario al proceso. Este, se convertirá en la corteza o concha del mango verbigracia, mientras que en su parte inferior se depositará la ofrenda camosa del vegetal.

En el centro, irá colocado dentro de la semilla y con suficientes provisiones, el embrión de una nueva planta. Esta tendencia a la compensación de sus colaboradores no la tuvieron ni las plantas primigenias, como algas, líquenes, musgos y helechos, ni tampoco las coníferas, como pinos, abetos y cipreses. N es que fueran ingratas sino que estaban lejos de su fase evolutiva en que se produciría un cambio tan inteligente, tan previsivo y sobre todo tan bien estudiado. Evidentemente, las plantas de vistosas flores estaban asistidas por dones bioquímicos negados a sus antecesoras. Fue por eso que aunque como los pinos se valieron del aire, servidor sin apetencia, para la polinización, optaron por esparcir sus semillas con la estrategia comentada.

Hace más de cien millones de años, la lechosa los nísperos, los duraznos, la ciruela, los semerucos y la totalidad de sus afines se dieron cuenta de que la experiencia de seducir con los olores de sus pétalos y la exquisitez de sus néctares a los insectos, podía reiterarse con igual provecho con respecto a los cuadrúpedos. Así pues, adornaron con matices atrayentes a sus frutas, las dotaron de sabores exclusivos y de la capacidad de despedir la más suaves y llamativas fragancias. ¿Cómo sabían que había una estrecha conexión entre la vista, el gusto y olfato con el aparato digestivo?

Hoy se sabe que para lograr esas sensaciones destinadas a conseguir socios, las plantas frutales tuvieron que resolver complicados problemas de la química. El amarillo oro del cambur aparece cuando se desvanece por innecesaria la verde clorofila que lo ocultaba. El dulce de la glucosa y la levulosa se forma cuando el almidón que ya estaba en el cambur verde, se ha unido con moléculas de agua para formar tales azúcares. Los ácidos se han transformado en compuestos amigables y la blandura del duro plátano se debe a que el oxígeno que respiraba como todo ser vivo, se combinó con el hidrógeno de los carbohidratos para fabricar agua y gas carbónico,
Los convidantes aromas tienen una explicación más enredada. En el centro de la fruta falta el oxígeno, pero hay enzimas que descomponen los azúcares, de los cuales no se desprenden ni agua ni gas carbónico como en el caso anterior, sino alcohol, así como lo están leyendo. Ese alcohol se combina con los ácidos que aún quedan, dando lugar a los ésteres. Su nombre resulta extraño, pero están más cerca de nosotros de lo que creemos, puesto que gracias a su volatilidad son los padres de todas las esencias y de los buenos olores. Son ellos los que le dan a cada fruta el sabor y las fragancias que las caracterizan. Se deduce pues que las frutas nacen, crecen, viven y mueren cumpliendo siempre un buen destin

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