Un día tal como hoy, 1 de Octubre de 1986
Aunque en esta ilustración se ve a un paciente sosegado, lo normal en la antigüedad era que los enfermos fueran fuertemente atados a la camilla del quirófano en medio de alaridos o de una enorme borrachera. (Rep. García)
Cuando los egipcios despojaban de sus vísceras a los cuerpos de los faraones para embalsamarlos y momificarlos se consideraban autorizados por sus dioses pues cumplían una misión sagrada, que era la de preservarlos a fin de que pudieran compartir su divinidad con la de aquellos en el otro mundo. Sin embargos, sus tribunales religiosos imponían crueles penas a quienes violaran cadáveres humanos por otros motivos es que no adoptaran una severidad parecida, con los trepanadores de cabezas que mataban a sus clientes, aunque con la intención de sacarles los demonios y los malos espíritus hospedados en sus cerebros. Estas prácticas eran impuestas por fanáticos sacerdotes que como lugartenientes del soberano, poseían temibles cuotas de poder políticos.
El instrumental de los antiguos cirujanos parecía más bien el de un carpintero o el de un mecánico, tan toscas eran las herramientas
Pero en el hirviente caldo de su misticismo y su superstición, bullían pensamientos racionalistas. Gracias a ellos habrían monopolizado los Premios Nobel en época, pues si más instrumentos de observación que sus ojos y su curiosidad hicieron sensacionales descubrimiento e incluso aprendieron a hacer deducciones meteorológicas, del movimiento de los astros. Frenaron el progreso de la medicina por estimar que la salud era un asunto de la competencia del cielo y sólo con su influjo podía ser mejorada. La muerte se debía al mandato de una voluntad suprema y quienes sufrían alcanzaban el rasgo de intocables.
Hubo médicos espoleados por el deseo de conocer las intimidades mecánicas del cuerpo humano. Intentaron inferir las que veían en los animales mientras los descuartizaban para ver sus órganos funcionando en los escasos minutos que duraban la agonía. El advenimiento de los Tolomeo se caracterizó por el realce de los valores de la ciencia y la cultura. Alejandría fue convertida en la sede de todas las expresiones avanzadas de la inteligencia. En ella se daría un paso importante en el conocimiento fisiológico del organismo humano, aunque a expensas de una escalofriantes decisión. Tolomeo II que había probado su alta sensibilidad artística al ordenar la traducción de el “Cantar de los Cantares” ordenaba también las disecciones in vivo del cuerpo humano.
No sólo las autorizaba en cadáveres sino también en los criminales, en cuyas entrañas abiertas en medio de alaridos desgarradores, harían sus pininos la anatomías comparadas y la anatomía patológicas. Hipócrates no llego nunca a examinar ninguna víscera con sus ojos porque también el paganismo helénico castigaba como un delito de impiedad el estudio de los cadáveres humanos. Pero los seguidores suyos aprovecharían el terrible liberalismo del nombrado rey. Herófilo sería el autor de los primeros hallazgos anatómicos del mundo, aunque aderezados con las confusiones de su paganismo.
Mientras hacia las incisiones que le colmaran curiosidad de gran investigador, reiteraba las prédicas de Platón de que el cuerpo era sólo la banal sustancia terrena que servía de vehículo a la suprema instancia del alma. Herófilo pudo descubrir que los nervios partían del cerebro y que unos servían para ver, oír, sentir, olfatear y gustar, y otros determinaban los movimientos. Describió el hígado, el bazo, el duodeno, la retina del ojo e incluso habló de los dos tubitos que salen de la cara superior del útero y desembocan en los ovarios. Advirtió el pulso de las arteria aunque increíblemente, no lo relacionó con los latidos del corazón.
Es probable que estuviera bloqueado por su convicción que la arterias transportaban sangre, a la veía como el jugos de los alimentos digeridos, pero que las venas eran las vías del neuma o espíritu vital. Sus discípulos Erasístrato acertó al diferenciar el cerebro del cerebelo y al señalar que la traquea no era para bebidas que refrescaran el pulmón, sino la vía del aire, el cual se transportarían de esos órganos al corazón y a la sangre. Aunque el llamara al aire el espíritu vital le asistía cierta razón puesto que junto con ese gas no llega el imprescindible comburente y productor de energía, que es el oxigeno. Con la muerte Erasístrato se cerró este breve paréntesis de racionalidad. Habrían de pasar mil quinientos años para el boloñés Mondino de Luzzi, iniciara la enseñanza de la anatomía durante disecciones, en las que, mientras la hacía explicaba a sus alumnos los pormenores de cada parte examinada.
Pero en el hirviente caldo de su misticismo y su superstición, bullían pensamientos racionalistas. Gracias a ellos habrían monopolizado los Premios Nobel en época, pues si más instrumentos de observación que sus ojos y su curiosidad hicieron sensacionales descubrimiento e incluso aprendieron a hacer deducciones meteorológicas, del movimiento de los astros. Frenaron el progreso de la medicina por estimar que la salud era un asunto de la competencia del cielo y sólo con su influjo podía ser mejorada. La muerte se debía al mandato de una voluntad suprema y quienes sufrían alcanzaban el rasgo de intocables.
Hubo médicos espoleados por el deseo de conocer las intimidades mecánicas del cuerpo humano. Intentaron inferir las que veían en los animales mientras los descuartizaban para ver sus órganos funcionando en los escasos minutos que duraban la agonía. El advenimiento de los Tolomeo se caracterizó por el realce de los valores de la ciencia y la cultura. Alejandría fue convertida en la sede de todas las expresiones avanzadas de la inteligencia. En ella se daría un paso importante en el conocimiento fisiológico del organismo humano, aunque a expensas de una escalofriantes decisión. Tolomeo II que había probado su alta sensibilidad artística al ordenar la traducción de el “Cantar de los Cantares” ordenaba también las disecciones in vivo del cuerpo humano.
No sólo las autorizaba en cadáveres sino también en los criminales, en cuyas entrañas abiertas en medio de alaridos desgarradores, harían sus pininos la anatomías comparadas y la anatomía patológicas. Hipócrates no llego nunca a examinar ninguna víscera con sus ojos porque también el paganismo helénico castigaba como un delito de impiedad el estudio de los cadáveres humanos. Pero los seguidores suyos aprovecharían el terrible liberalismo del nombrado rey. Herófilo sería el autor de los primeros hallazgos anatómicos del mundo, aunque aderezados con las confusiones de su paganismo.
Mientras hacia las incisiones que le colmaran curiosidad de gran investigador, reiteraba las prédicas de Platón de que el cuerpo era sólo la banal sustancia terrena que servía de vehículo a la suprema instancia del alma. Herófilo pudo descubrir que los nervios partían del cerebro y que unos servían para ver, oír, sentir, olfatear y gustar, y otros determinaban los movimientos. Describió el hígado, el bazo, el duodeno, la retina del ojo e incluso habló de los dos tubitos que salen de la cara superior del útero y desembocan en los ovarios. Advirtió el pulso de las arteria aunque increíblemente, no lo relacionó con los latidos del corazón.
Es probable que estuviera bloqueado por su convicción que la arterias transportaban sangre, a la veía como el jugos de los alimentos digeridos, pero que las venas eran las vías del neuma o espíritu vital. Sus discípulos Erasístrato acertó al diferenciar el cerebro del cerebelo y al señalar que la traquea no era para bebidas que refrescaran el pulmón, sino la vía del aire, el cual se transportarían de esos órganos al corazón y a la sangre. Aunque el llamara al aire el espíritu vital le asistía cierta razón puesto que junto con ese gas no llega el imprescindible comburente y productor de energía, que es el oxigeno. Con la muerte Erasístrato se cerró este breve paréntesis de racionalidad. Habrían de pasar mil quinientos años para el boloñés Mondino de Luzzi, iniciara la enseñanza de la anatomía durante disecciones, en las que, mientras la hacía explicaba a sus alumnos los pormenores de cada parte examinada.
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