Un día tal como oy, 1 de Octubre de 1985.
Al llegar el siglo XVII, la experiencia humana en la manipulación de la materia estaba todavía en el arte de fundir los metales y en las reacciones del líquidos y minerales ante el fuego, que por varias centurias practicaban los locos alquimistas. El conocimiento de los gases no existía y se limitaba al hecho establecido por los griegos. De que el aire tenía consistencia, y de que el vapor de agua podía originar una presión en un recinto cerrado. A comienzo el siglo XVIII este campo de trabajo era el preferido por los precursores de la química, cuyas observaciones minuciosas les permitirían concluir la existencia de elementos hasta entonces ocultos. Entre las mentes que descorrían el velo de este nivel fluido de la materia estaba Enrique Cavendish (1731-1810).
Segundo hijo de Lord Carlos Cavendish, al nacer parecía más bien predestinado a las frivolidades de la corte y de la vida placentera. Apenas logró el uso de la razón comenzó a mostrar un temperamento huidizo e introvertido. La sensación de que su voz era aflautada, le hacía alejarse de familiares y amigos. Con esta tendencia, debieron ser para él difíciles los años de su aprendizaje escolar y de su formación superior. A ello debe atribuirse que a los veintidós años egresara del Peterhouse College de Cambridge sin haberse graduado. No obstante, debió comenzar de inmediato sus ensayos de investigación por la vía de los gases, que en el siglo anterior abriera su compatriota Boyle.
El Instituto Cavendish, adscrito a Cambridge, ha sido el asiento de una constelación de premios Nobel, con la cual se ha honrado la memoria del descubridor del Hidrógeno.
En la actualidad es la practica de la química, los estudiantes echan ácido clorhídrico sobre limadura de zinc para obtener cierto gas. Este explota con una llamarada en contacto con una astillita encendida. Tal experimento es el mismo que ideara Cavindish en 1766, con el objeto de iniciar el estudio del elemento que años más tarde sería llamado hidrógeno por Lavoisier. Cavindish volvió al laboratorio que tenía en su casa, rodeado por el mayor silencio y dentro de la más estricta disciplina. No hablada con sus servidores más palabras que las indispensables y se construyó un pasadizo especial para entrar y salir sin ser visto de su residencia. Nunca en la historia del conocimiento se cita un caso de tan exagerada excentricidad.
No se caso ni tu amigos. Se estima que dedicó sesenta de sus casi ochenta años de edad a la creación de conocimientos. Estos parecían interesarle más no por los mérito de hallarlos, como por el deseo de satisfacer su curiosidad. No sabía qué hacer con sus grandes heredades y le tenía sin cuidado su fortuna. A los cuarenta años recibió el legado de un millón de libras esterlinas, del cual no se había ocupado a la hora de su muerte. A sabiendas de que había investigadores sin su buena estrella, estableció una biblioteca en las afuera de Londres, con el fin de que la usaran para sus consultan sobre las ultimas novedades del conocimiento.
En 1782 demostró la falsedad aristotélica de que el agua era un elemento, al producirla haciendo arde el hidrógeno en el aire, y mediante la incorporación del oxígeno. Su dominio sobre las características del hidrógeno fue tal, que dedujo la proporción exacta de sus cantidades en nuestro entorno. Mediante repetidas pruebas trato de agotar el nitrógeno y el oxígeno que había en un recipiente. Quedaba siempre una burbuja mínima que nunca pudo identificar. Cien años después era señalada como el argón, uno de los llamados gases nobles, incapacitados para combinarse con ningún otro. En vísperas de cumplir setenta años de edad, hizo un descubrimiento en que se desbordó en lucidez, en sabiduría y en ingenio.
Concibió unas balanzas en las que dos grandes bolsas de plomo atraen a dos pequeñas por la acción gravitacional. Extendiendo los resultados a toda la tierra, Cavindish pudo calcular que la masa de ésta tenia un peso des seis mil seiscientos trillones de toneladas. Su hallazgos en el campo de la electricidad fueron tan importantes que Maxwell los acogió y los publicó en 1879. No obstante su carácter enfermizo y su contextura de apariencia vulnerable, tuvo una existencia activada por un pensamiento que jamás estuvo quieto y que se enfrentaba con la decisión de un descifrador de misterios, a las aventuras del conocimiento.
En la actualidad es la practica de la química, los estudiantes echan ácido clorhídrico sobre limadura de zinc para obtener cierto gas. Este explota con una llamarada en contacto con una astillita encendida. Tal experimento es el mismo que ideara Cavindish en 1766, con el objeto de iniciar el estudio del elemento que años más tarde sería llamado hidrógeno por Lavoisier. Cavindish volvió al laboratorio que tenía en su casa, rodeado por el mayor silencio y dentro de la más estricta disciplina. No hablada con sus servidores más palabras que las indispensables y se construyó un pasadizo especial para entrar y salir sin ser visto de su residencia. Nunca en la historia del conocimiento se cita un caso de tan exagerada excentricidad.
No se caso ni tu amigos. Se estima que dedicó sesenta de sus casi ochenta años de edad a la creación de conocimientos. Estos parecían interesarle más no por los mérito de hallarlos, como por el deseo de satisfacer su curiosidad. No sabía qué hacer con sus grandes heredades y le tenía sin cuidado su fortuna. A los cuarenta años recibió el legado de un millón de libras esterlinas, del cual no se había ocupado a la hora de su muerte. A sabiendas de que había investigadores sin su buena estrella, estableció una biblioteca en las afuera de Londres, con el fin de que la usaran para sus consultan sobre las ultimas novedades del conocimiento.
En 1782 demostró la falsedad aristotélica de que el agua era un elemento, al producirla haciendo arde el hidrógeno en el aire, y mediante la incorporación del oxígeno. Su dominio sobre las características del hidrógeno fue tal, que dedujo la proporción exacta de sus cantidades en nuestro entorno. Mediante repetidas pruebas trato de agotar el nitrógeno y el oxígeno que había en un recipiente. Quedaba siempre una burbuja mínima que nunca pudo identificar. Cien años después era señalada como el argón, uno de los llamados gases nobles, incapacitados para combinarse con ningún otro. En vísperas de cumplir setenta años de edad, hizo un descubrimiento en que se desbordó en lucidez, en sabiduría y en ingenio.
Concibió unas balanzas en las que dos grandes bolsas de plomo atraen a dos pequeñas por la acción gravitacional. Extendiendo los resultados a toda la tierra, Cavindish pudo calcular que la masa de ésta tenia un peso des seis mil seiscientos trillones de toneladas. Su hallazgos en el campo de la electricidad fueron tan importantes que Maxwell los acogió y los publicó en 1879. No obstante su carácter enfermizo y su contextura de apariencia vulnerable, tuvo una existencia activada por un pensamiento que jamás estuvo quieto y que se enfrentaba con la decisión de un descifrador de misterios, a las aventuras del conocimiento.
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