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octubre 20, 2004

Es aparente la fragilidad de las moléculas del agua: ellas tienen una cohesión mayor que las de ciertos metales.



Las moléculas del agua, que en su estado líquido son como las lombrices que se deslizan entre sí, al formar hielo se convierten en cristales poliédricos como tallados por un fino orfebre (Rep. Dimas)

Cuesta trabajo aceptar la verdad de que el agua sea la consecuencia de un juego armonizado entre dos elementos de la materia y la fuerza electromagnética. Esta, se comporta como la eminencia gris del fenómeno, pues aunque no se le ve por ninguna parte, es la principal autora del mismo, haciendo que el oxigeno y el hidrógeno formen una molécula en un estrecho abrazo con un polo elector positivo y un polo eléctrico negativo. Así todas estas moléculas son virtualmente imanes, unidas férreamente por la invencible atracción de sus polos opuestos. Está característica es importantísima, no solo porque el líquido, sino también porque explica propiedades en conflicto aparente con las leyes de la física.

El hidrógeno hierve saliendo de su estado líquido a 253 grados centígrados bajo cero.

Al oxigeno le sucede lo mismo, pero a 183 grados centígrados bajo cero. Esto quiere decir que para esos dos gases, temperaturas mucho más gélidas que la Antártica, son como hornos prendidos a toda mecha. Cuando el oxigeno y el hidrógeno se convierten en agua, está debiera hervir a ochenta grados bajo cero, dada la referida vulnerabilidad de sus componentes ante el más ínfimo calor, en las vecindades del cero absoluto. No es así. Al combinarse engendrando el agua, pierde su fragilidad. Ya sabemos que ésta sólo hierve a los cien centígrados sobre el cero en los termómetros convencionales.

El aparente enigma tiene una explicación. Las moléculas de hidrógeno y las del oxigeno tienen un solo polo y por lo tanto no pueden atraerse con la fuerza de las moléculas del agua, que tienen dos polos opuestos. Ahora bien, ¿de donde salen esos dos polos, o mejor, la bipolaridad eléctrica de la molécula del agua? Ya dijimos que esa es una obra de la maravillosa fuerza electromagnética, pero la pregunta sigue en pie. La molécula de agua es como la cabeza de un osito, en que la cara representa al átomo de oxigeno, y las orejas a los dos pequeños átomos de hidrógeno. Ahora bien, estos dos últimos se vuelven positivos porque le han cedidos sus únicos electrones al oxigeno. 

Dentro de las moléculas de agua las fuerzas eléctricas están equilibradas. A los efectos de sus relaciones externas, los átomos de hidrógeno de cada molécula atraen al átomo de oxigeno de la molécula vecina y así sucesivamente, hasta formar una gota minúscula o un mar intenso.

El átomo de oxigeno a su vez se ha vuelto negativo porque tiene en su periferia más electrones de los debidos. La molécula del agua equilibrada interiormente tiene con el exterior una conducta semejante a la de ciertos políticos, que por un lado están empatados con el gobierno el otro con la revolución. Sin embargo, la molécula del agua usa esa propiedad con un fin muy noble. Gracias a ella existen los océanos, los ríos, las lagunas, las nubes y la lluvia. De no ser por esa virtud, la tierra sería un desierto, como la luna, sin árboles, sin flores y sin vida, pues el agua se habría ido del planeta con la volatilidad de una gota de éter al aire libre.

Una barra de hierro, puesta en un recipiente de hierro fundido se hunde inexorablemente. Una panela de hielo puesta en el agua flota, contrariando el principio de que los cuerpos al solidificarse se contraen y se vuelven más densos. El agua puede ufanarse del privilegio de alcanzar su máxima densidad a los 4*C, que es cuando funciona más eficientemente la misteriosa fuerza electromagnética. Sí el hielo fuera como el hierro, se congelarían los ríos de las zonas templadas en época de invierno, extinguiéndose todas las formas de vida en su seno y sin que pudieran suministrar a las poblaciones humanas y animales las aguas que siguen fluyendo bajo el hielo de sus superficies.

Para que el hielo enfríe el refresco que nos tomamos, es necesario que se licue, porque sólo así se absorbe el calor circundante. En cambio cuando se solidifica, entrega al medio externo parte del calor que lo acompaña.

En los países con la variedad de las cuatro estaciones, los otoño tienen una temperatura sobria, porque el hielo devuelve al aire, el calor del agua con que se esta formando. Y las primaveras en medio del sol más radiante guardan el frío invernal en sus primeros días, durante los cuales el hielo y la nieve absorben el calor del aire para transformarse en los fecundantes arroyos y manantiales de la cantada estación. 

 La Ciencia Amena. Arístides Bastidas. 
20 de Octubre de 1983

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