La Ciencia Amena. Arístides Bastidas.
Un día tal como hoy, 20 de Octubre de 1982
Un día tal como hoy, 20 de Octubre de 1982
Aún existe en Budapest el Hospital St. Rochus, donde Semmelewiss reconfirmó la importancia de la antisepsia. (Rep. García)
Hubo una época en la que en que los más pulcros hospitales de Europa, se morían como condenadas irremisiblemente a la últimas pena. Doce de cada cien mujeres recién paridas. Las dos autopsias revelaran que la llamada fiebre puerperal ere la causante de estas defunciones que ocurrían incluso, en paciente que habían ingresados llenas de salud, en las salas de obstetricia. El médico y biólogo Ignacio Felipe Semmelewiss (1818-1865), era un recién graduado cuando se preguntó por qué ese final trágico no le acontecía a las parturientas atendidas en sus domicilios por comadronas. Lucía realmente aventurada la sospecha de un investigador que no habían cumplido los 28 años; ¿eran los galenos, a pensar de su toga y birrete los responsables de un mal que no se registraba en manos de las parteras empíricas?
Semmelewiss había nacido en ciudad de Pest, al sur del Danubio, asiento de mercaderes y de gentes comunes y trabajadoras. Por esa razón era vista desdeñosamente por los habitantes de la margen norte de la otra urbe, donde estaban los poderes públicos y los aristocráticos orgullosos de sus títulos, de sus blasones y de otras necesidades. El muchacho era despierto y pensar de la humildad de su origen, pudo conseguir los medios para cruzar el río y para lograr que lo admitieran en las aulas de la Universidad de Buda. El acceso al plantel se lo habían facilitado los mismos profesores que los examinarán y apreciarán su promisoria inteligencia.
Hubo una época en la que en que los más pulcros hospitales de Europa, se morían como condenadas irremisiblemente a la últimas pena. Doce de cada cien mujeres recién paridas. Las dos autopsias revelaran que la llamada fiebre puerperal ere la causante de estas defunciones que ocurrían incluso, en paciente que habían ingresados llenas de salud, en las salas de obstetricia. El médico y biólogo Ignacio Felipe Semmelewiss (1818-1865), era un recién graduado cuando se preguntó por qué ese final trágico no le acontecía a las parturientas atendidas en sus domicilios por comadronas. Lucía realmente aventurada la sospecha de un investigador que no habían cumplido los 28 años; ¿eran los galenos, a pensar de su toga y birrete los responsables de un mal que no se registraba en manos de las parteras empíricas?
Semmelewiss había nacido en ciudad de Pest, al sur del Danubio, asiento de mercaderes y de gentes comunes y trabajadoras. Por esa razón era vista desdeñosamente por los habitantes de la margen norte de la otra urbe, donde estaban los poderes públicos y los aristocráticos orgullosos de sus títulos, de sus blasones y de otras necesidades. El muchacho era despierto y pensar de la humildad de su origen, pudo conseguir los medios para cruzar el río y para lograr que lo admitieran en las aulas de la Universidad de Buda. El acceso al plantel se lo habían facilitado los mismos profesores que los examinarán y apreciarán su promisoria inteligencia.
Si Semmelewiss hubiera vivido un año más, habría disfrutado la satisfacción y el desagravio implícito, que le habría dado Pasteur al denunciar a los microbios como causantes de enfermedades. (Rep. García).
No les defraudaría su confianza pues a los 23 años ellos mismos se complacerían poniéndole las calificaciones de Summa Cum Laude su tesis doctoral. El prestigio de Semmelewiss era tal que muy pronto fue llamado por las autoridades sanitarias de Viena, capital del Imperio Austro-Húngaro en 1844. se le nombró jefe del servicio de partos y de inmediato entendió que algo debía corregirse con urgencia. Para impedir del desenlace luctuoso de madres que habían dad a luz venturosamente. De cierto hecho infortunado le permitió intuir lo que pasaba algo desconocido había infectado la pequeña herida de un dedo, que un médico se hiciera mientras disecaba un cadáver.
Este murió a los pocos días y Semmelewiss advirtió que tanto los síntomas más del enfermo autopsiado, coincidían con las de la fiebre puerperal. El especialista sedujo que estaba ante un enemigo invisible y en 1847 dispuso que todos sus colegas se lavaran bien las manos, posible fuente del contagio, con una solución de cloro, el mismo que hoy usa el INOS para hacer solución de cloro, el mismo que hoy usa el INOS para hacer potable el agua. Bajo protesta fue cumplida su disposición, cuyo éxito se evidenciaba al año, cuando se había reducido al 1% el 2% de los decesos por fiebre puerperal. Sin embargo, los facultativos austriacos estarán resentidos, pues no querían aceptar que un húngaro les enmendara la planta, y mucho menos que les atribuyeran las comadronas una higiene mayor.
Los microbios serán conocidos pero a nadie se le había ocurrido pensar que seres tan minúsculos pudieran minar la vida de un hombre fuerte. Tampoco nuestro biografiado de hoy les reconoció ese rol. Sin embargo, los atacaba como quien lucha victoriosamente contra un adversario en la más absoluta oscuridad, pues el cloro mataba los estreptococos hemolíticos que se fijaban en las manos de los médicos al ponerse en contacto con los cadáveres que debían disecar. Luego, en las maniobras del parto pasaban al útero, cuya mucosa convaleciente y sangrante, era un caldo de cultivo para tales gérmenes, que de inmediato, formaban colonias móviles que se desplazaban por la sangre.
Semmelewiss no podría conocer esta explicación, y por este punto flaco sus celosos colegas, lo hicieron devolviera Hungría, aduciendo razonamientos patrióticos, cuando esta nación se alzo contra Austria. Semmelewiss repitió felizmente su experiencia en el hospital St. Rochus de Budapest, pero en su suelo natal también sufrió los ponzoñasos de la envidia profesional se le llamó charlatán y se le apostrofó de farsante mientras se consideraba que las bajas de la moralidad con la antisepsia 76que le había creado, era casuales y carecían de un fundamento científico. No resistió la presión del agresivo escepticismo que lo rodeaba y terminó confiando en un manicomio. En 1865, año de su muerte, aparecía el hombre que le daría la razón ante la Ciencia y la Historia; el Químico Luis Pasteur.
No les defraudaría su confianza pues a los 23 años ellos mismos se complacerían poniéndole las calificaciones de Summa Cum Laude su tesis doctoral. El prestigio de Semmelewiss era tal que muy pronto fue llamado por las autoridades sanitarias de Viena, capital del Imperio Austro-Húngaro en 1844. se le nombró jefe del servicio de partos y de inmediato entendió que algo debía corregirse con urgencia. Para impedir del desenlace luctuoso de madres que habían dad a luz venturosamente. De cierto hecho infortunado le permitió intuir lo que pasaba algo desconocido había infectado la pequeña herida de un dedo, que un médico se hiciera mientras disecaba un cadáver.
Este murió a los pocos días y Semmelewiss advirtió que tanto los síntomas más del enfermo autopsiado, coincidían con las de la fiebre puerperal. El especialista sedujo que estaba ante un enemigo invisible y en 1847 dispuso que todos sus colegas se lavaran bien las manos, posible fuente del contagio, con una solución de cloro, el mismo que hoy usa el INOS para hacer solución de cloro, el mismo que hoy usa el INOS para hacer potable el agua. Bajo protesta fue cumplida su disposición, cuyo éxito se evidenciaba al año, cuando se había reducido al 1% el 2% de los decesos por fiebre puerperal. Sin embargo, los facultativos austriacos estarán resentidos, pues no querían aceptar que un húngaro les enmendara la planta, y mucho menos que les atribuyeran las comadronas una higiene mayor.
Los microbios serán conocidos pero a nadie se le había ocurrido pensar que seres tan minúsculos pudieran minar la vida de un hombre fuerte. Tampoco nuestro biografiado de hoy les reconoció ese rol. Sin embargo, los atacaba como quien lucha victoriosamente contra un adversario en la más absoluta oscuridad, pues el cloro mataba los estreptococos hemolíticos que se fijaban en las manos de los médicos al ponerse en contacto con los cadáveres que debían disecar. Luego, en las maniobras del parto pasaban al útero, cuya mucosa convaleciente y sangrante, era un caldo de cultivo para tales gérmenes, que de inmediato, formaban colonias móviles que se desplazaban por la sangre.
Semmelewiss no podría conocer esta explicación, y por este punto flaco sus celosos colegas, lo hicieron devolviera Hungría, aduciendo razonamientos patrióticos, cuando esta nación se alzo contra Austria. Semmelewiss repitió felizmente su experiencia en el hospital St. Rochus de Budapest, pero en su suelo natal también sufrió los ponzoñasos de la envidia profesional se le llamó charlatán y se le apostrofó de farsante mientras se consideraba que las bajas de la moralidad con la antisepsia 76que le había creado, era casuales y carecían de un fundamento científico. No resistió la presión del agresivo escepticismo que lo rodeaba y terminó confiando en un manicomio. En 1865, año de su muerte, aparecía el hombre que le daría la razón ante la Ciencia y la Historia; el Químico Luis Pasteur.
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