La Ciencia Amena. Arístides Bastidas.
Un día tal como hoy, 22 de Octubre de 1980.
Un día tal como hoy, 22 de Octubre de 1980.
El estroncio en su estado natural. Antes de las bombas átomicas sólo se conocían sus manifestaciones útiles. Todavía se le emplea para extraer las melazas de los jarabes de azúcar. (Rep. Tejada)
La ciencia desconoce los principios dominantes en el mundo infinitesimal , donde las sustancias efectúan caprichosas combinaciones o procesos muy perfeccionados, que escapan a la comprensión de los ingenieros biomoleculares. De allí que grandes pensadores como Linus y Pauling, premio Nobel de Ciencia y premio Nobel de la paz, sostengan que las nubes de partículas radiactivas dejadas por las explosiones atómicas se están acumulando en los genes de todos los seres vivos, que a largo plazo podrían sufrir mutaciones perjudiciales y quizás monstruosas. Vale la pena renovar está preocupación frente a las detonaciones nucleares que en el aire hizo la Republica Popular China en 1976 y más recientemente en 1980.
Hoy se sabe que la variedad de elementos peligrosos que despide una bomba atómica, es mucho más nutrida de lo que se creyó en 1945. el uranio o el plutonio que se pudieran usar en estas pruebas, pueden generar casi todos los componentes de la tabla de Mendeleiev y también algunos de los llamados transuránicos, porque vinieron después del número 92 y eran inexistentes en la naturaleza. Pues, bien, entre esa abundante basura que invade la totalidad de la atmósfera está el terrífico estroncio 90, que en algún momento hemos ingerido, no en las proporciones suficientes, para que nos ataque.
El estroncio ocupa el puesto número 38 en la referida tabla. Las luces de bengala de color escarlata se deben a un compuesto de nitrógeno con estroncio. Se le utiliza también para examinar la fertilidad de los suelos agrícolas y en ciertas afecciones de los ojos. Se le obtiene de un mineral llamado celestina, que no tiene nada que ver con el alcahuete personaje de Fernando Rojas. Es un metal suave y blando que al contrario de sus primos hermanos el hierro, el plomo y la plata, puede partirse tranquilamente con un cuchillo de mesa. Antes de los estallidos de Álamo Gordo, Hiroshima y Nagasaki, nadie tenía nada que sentir de él. Fue hombre quien le desato la maldad.
El estroncio es hermano carnal del calcio, con el cual guarda tantas afinidades, que el organismo humano y el de los animales no distinguen al uno del otro. Por eso, la células que fabrican y renuevan la partes del esqueleto y la médula ósea y emplear estroncio radiactivo porque lo confunden con el calcio. Este error es mortal si las cantidades ingeridas del agresivo reemplazante rebasan lo umbrales tolerables. Entonces puede surgir una leucemia aguda o un cáncer galopante en los huesos. Eso ocurre porque el estroncio 90 despide las penetrantes radiaciones alfa pueden ser detenidas por un simple papel; las radiaciones betas no llegan a atravesar una tabla; pero las radiaciones gamma sólo las frena un muro de concreto armado.
¿Cómo entra el estroncio 90 en nuestro cuerpo la nube del mismo despedida por la reciente explosión está rodeando toda la tierra, por encima de nosotros. Las lluvias se impregnan de estroncio 90 y lo fijan en los suelos. De aquí lo toman los vegetales. Y de ellos lo recibimos nosotros, directamente en los frutos o indirectamente en las carnes y en las leches de los animales que se alimentan con un pasto contaminado. La violencia de está sustancia es tan impresionante que en una millonésima de gramo de lugar a cuatro da lugar a cuatro millones de desintegraciones por segundo. Se estima letal una proporción de estroncio 90 en el aire, equivalente a dos mil millonésimas de curie.
Como los niños tienen un metabolismo tan ávido de calcio, puesto que consumen cuatro veces más que un adulto, son lo más proclives a padecer las mortíferas secuelas del estroncio 90. En los lugares más lluviosos, es mayor la carga de este isótopo que están absorbiendo los seres vivos. Aunque no se saben los efectos a largo plazo de la radiactividad sobre la especie humana, nadie duda de que las radiaciones en contacto con los genes, pueden modificar la normal formación de una criatura. La ciencia continua hoy intrigada por el nuevo género de esponjas gigante, como vasijas de un metro de altura, que aparecieron espontáneamente cerca de la isla de Farallón, a cincuenta kilómetros al oeste de San Francisco, donde hace treinta años se arrojaron unos barriles con desechos atómicos.
La ciencia desconoce los principios dominantes en el mundo infinitesimal , donde las sustancias efectúan caprichosas combinaciones o procesos muy perfeccionados, que escapan a la comprensión de los ingenieros biomoleculares. De allí que grandes pensadores como Linus y Pauling, premio Nobel de Ciencia y premio Nobel de la paz, sostengan que las nubes de partículas radiactivas dejadas por las explosiones atómicas se están acumulando en los genes de todos los seres vivos, que a largo plazo podrían sufrir mutaciones perjudiciales y quizás monstruosas. Vale la pena renovar está preocupación frente a las detonaciones nucleares que en el aire hizo la Republica Popular China en 1976 y más recientemente en 1980.
Hoy se sabe que la variedad de elementos peligrosos que despide una bomba atómica, es mucho más nutrida de lo que se creyó en 1945. el uranio o el plutonio que se pudieran usar en estas pruebas, pueden generar casi todos los componentes de la tabla de Mendeleiev y también algunos de los llamados transuránicos, porque vinieron después del número 92 y eran inexistentes en la naturaleza. Pues, bien, entre esa abundante basura que invade la totalidad de la atmósfera está el terrífico estroncio 90, que en algún momento hemos ingerido, no en las proporciones suficientes, para que nos ataque.
El estroncio ocupa el puesto número 38 en la referida tabla. Las luces de bengala de color escarlata se deben a un compuesto de nitrógeno con estroncio. Se le utiliza también para examinar la fertilidad de los suelos agrícolas y en ciertas afecciones de los ojos. Se le obtiene de un mineral llamado celestina, que no tiene nada que ver con el alcahuete personaje de Fernando Rojas. Es un metal suave y blando que al contrario de sus primos hermanos el hierro, el plomo y la plata, puede partirse tranquilamente con un cuchillo de mesa. Antes de los estallidos de Álamo Gordo, Hiroshima y Nagasaki, nadie tenía nada que sentir de él. Fue hombre quien le desato la maldad.
El estroncio es hermano carnal del calcio, con el cual guarda tantas afinidades, que el organismo humano y el de los animales no distinguen al uno del otro. Por eso, la células que fabrican y renuevan la partes del esqueleto y la médula ósea y emplear estroncio radiactivo porque lo confunden con el calcio. Este error es mortal si las cantidades ingeridas del agresivo reemplazante rebasan lo umbrales tolerables. Entonces puede surgir una leucemia aguda o un cáncer galopante en los huesos. Eso ocurre porque el estroncio 90 despide las penetrantes radiaciones alfa pueden ser detenidas por un simple papel; las radiaciones betas no llegan a atravesar una tabla; pero las radiaciones gamma sólo las frena un muro de concreto armado.
¿Cómo entra el estroncio 90 en nuestro cuerpo la nube del mismo despedida por la reciente explosión está rodeando toda la tierra, por encima de nosotros. Las lluvias se impregnan de estroncio 90 y lo fijan en los suelos. De aquí lo toman los vegetales. Y de ellos lo recibimos nosotros, directamente en los frutos o indirectamente en las carnes y en las leches de los animales que se alimentan con un pasto contaminado. La violencia de está sustancia es tan impresionante que en una millonésima de gramo de lugar a cuatro da lugar a cuatro millones de desintegraciones por segundo. Se estima letal una proporción de estroncio 90 en el aire, equivalente a dos mil millonésimas de curie.
Como los niños tienen un metabolismo tan ávido de calcio, puesto que consumen cuatro veces más que un adulto, son lo más proclives a padecer las mortíferas secuelas del estroncio 90. En los lugares más lluviosos, es mayor la carga de este isótopo que están absorbiendo los seres vivos. Aunque no se saben los efectos a largo plazo de la radiactividad sobre la especie humana, nadie duda de que las radiaciones en contacto con los genes, pueden modificar la normal formación de una criatura. La ciencia continua hoy intrigada por el nuevo género de esponjas gigante, como vasijas de un metro de altura, que aparecieron espontáneamente cerca de la isla de Farallón, a cincuenta kilómetros al oeste de San Francisco, donde hace treinta años se arrojaron unos barriles con desechos atómicos.
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