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diciembre 01, 2004

Todavía es insuficiente el número de megatones para consumar un holocausto total de la humanidad.

La Ciencia Amena. Arístides Bastidas.
Un día tal como hoy, 1 de Diciembre de 1983

En las bombas atómicas de Alamo Gordo, Hiroshima y Nagasaky se utilizó la fisión, es decir el rompimiento del átomo. Pero en las modernas tipo H, se usa la fusión, es decir, la unión de dos átomos para formar uno solo. (Rep. Dimas)


El hongo de esta bomba atómica sería cincuenta veces menor que el de las modernas, que tiene un megatón, es decir, un millón de toneladas de TNT. (Rep. Dimas)

(Tomado de mi libro "El Atomo y sus Intimidades". Pag. 269)
En reciente reunión de un círculo de pensadores de Gotinga, Alemania, se llegó a la conclusión de que el holocausto nuclear nunca sería total, porque todavía serían insuficiente para es fin, los megatones de bombas atómicas y de hidrógeno, que han logrado almacenar las grandes potencias, esto es Estados Unidos, la Unión Soviéticas, Inglaterra y Francia. Por la puerta de la cocina entraron en este club: La India y la China Popular, aunque aportando modernos periclitados, análogos a los de 1945. Los artefactos que en ese año cayeron sobre Japón apenas equivalían a la explosión de veinte mil toneladas de TNT. ya sabemos que en un segundo mataron a ochenta mil personas, e hirieron a cincuenta mil.

Los desaparecidos de inmediatos fueron afortunados porque escaparon del horrendo martirio de los que sufrieron una larga y agonía e incluso de los que en apariencia habían quedado ilesos, por encontrarse alejados del centro del estallido. El Hiroshima, entre los que se vaporizaron sin dejar rastro, los lesionados en el dramático momento y las victimas de la radioactividad se contaron veinte años después, 2150 mil inmolados. Un sobreviviente cristiano dijo que él había concebido, con la luz blanquísima y cegadora de la infernal bola de fuego, la trasfiguración de Jesúsu y su ascención al cielo.

En efecto, esa luz tan transparente era el primer síntoma del estallido y aunque ella de por sí sería inofensiva, no lo son los diez millones de grado centígrados que la acompañan, suficientes para hacer hervir una montaña de hierro como el Xerro Bolívar. En Nagasaki sólo quedaron las sombras de los niños y de las parejas de enamorados que estaban tranquilos en el parque. Así sucedió porque esa insólita onda de calor atomiza a todo ser vivo en un perímetro de dos kilómetros. Segundo después el aire se expande con un inmenso y prolongado trueno a tal velocidad, que los edificios caen como barajitas y los árboles vuelan a kilómetros de su lugar de origen.

Después de todo esto, la región queda inundadad de desperdicios atómicos que durante meses contyaminan la atmósfera de todo el país. Billones y billones de átomos electrizados y en desintegración invaden el cuerpo de las personas, totalmente incompetentes para percibir lo que está pasando. Cuando advierten el cáncer generado por las radiaciones beta y gamma, o las incurables alteraciones que ellas han causado en sus vísceras, ya es demasiado tarde para impedir un pronóstico letal. Añádese también a todo esto la destrucción de los servicios de agua, las tuberías cloacales, la falta de transporte y de comunicaciones, el deterioro de la asietncia médico hospitalaria y así tendremos completo el cuadro.

Los escritores, científicos y artistas que reflexionan acerca de esa experiencia con una intención prospectiva, sacaron una cuenta que aunque irónica, refleja el nivel del riesgo nuclear que en estos momentos afronta el hombre. Apoyándose en los índices de mortandad total por la bomba en el Japón, estimaron que se requerían cuatrocientos mil megatones para eliminar a los cinco mil millones de almas que hoy pueblan la Tierra. Ahora bién, aunque nadie sabe con exactitud cuál es la suma de las armas atómicas en el creciente arsenal de las grandes potencias, se ha especulado que hay suficientes explosivos de fisión y de fusión para arrasar las tres cuartas partes del globo terrestre.

No se sabe con precisión el significado de la experiencia adquirida por los ejércitos en el manejo nuclear, lo cual también contará. Recuérdese que cuando los guerreristas detonaron las primeras bombas A, eran novatos en el arte de emplearlas y no habían estudiado previamente como ahora lo hacen, las formas de dar en el centro de sus blancos para asegurar una acción más efcetiva, en las grandes ciudades y en los centros industriales y de combustibles, que serían sus primeros objetivos. Los intelectuales de Gotinga concluyeron que después de una catástrofe así, serían innumerables los perturbados mentales en el mundo y sería imprevisible la conducta de un considerable sector de la próxima generación, el cual esatría constituido por seres con genes trastornados por la radioactividad cuando todavía estaban en los vientres de sus madres.

Pensando en lo que nos tocaría de un desastre nuclear.
Durante la fiebre de las pruebas atómicas en los años cincuenta, los científicos comprobaron con sus contadores Gaiger, que la totalidad de la atmósfera que envuelve a la Tierra había sdio invadidad por enormes contingentes de basura radioactiva. Se evidenció la peligrosidad del Estronsio 90, el cual arrastrado por el viento a todas partes, caía con las lluvias en los suelos de donde nos llega a nosotros en los frutos vegetales que lo habían absorbidos o en las leches de las vacas que habían comidom pasto contaminado con ese elemento. Los guerreristas sostuvieron que los niveles de estroncio 60 esoarcido por la tierra estaban en el umbral de la tolerancia. Científicos como Linus Pauling, Nobel de Ciencia y Nobel de la Paz, sostuvieron que la radioactividad en cualquier proporció anormal podía causar mutaciones siniestras en las futuras generaciones.

Posteriormente se confirmó el daño genético que el estroncio 90 había causado en niños sobrevivientes de Hiroshima y Nagasaki y aparecieron los mortíferos cánceres por este agente en decenas de miles de adultos, residentes en las vecindades de esas dos ciudades. Hoy se sabe que el estroncio 90 es tan agresivo, que una millonésnia de gramo origina hasta cuatro millones de desintegraciones por segundo. Pues bien, una hecatombe nuclear podría espacir sobre nosotros una nube radiocativa mortal a mediano palzo, la cual nos vendría con el mismo viento que hoy nos trae frío del norte en épocas de navidad.

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