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octubre 15, 2004

Los Jazmines se encuentran entre las primeras flores que se valieron del perfume para seducir a los insectos

Hoy se fabrica en los laboratorios la esencia del jazmín destinada a la perfumería, pero uno duda de que sea tan buena como la natural.


Cuando una mariposa se mete dentro de una flor que le dará el néctar alimenticio, ignora que al mismo tiempo hace el trabajo de polinización, mutuamente útil para la multiplicación del insecto y de la respectiva planta.


Cuando los pinos, los abetos, los cipreses y otras coníferas introdujeron en el reino vegetal el cambio revolucionario de la semilla, confiaron exclusivamente en la brisa como medio para transportar el polen a los órganos femeninos de la planta. Las flores que aparecieron mucho después con las fanerógamas, traían en su programa la idea de utilizar, además de ese vehículo, otros que ellas podían controlar mediante un sistema de recíproco aprovechamiento. Esos nuevos vehículos serían los insectos, que a pesar de volar mal, fueron los primeros en apropiarse del aire. Debieron pasar millones de años antes de que las flores hallaran el modo, no tanto de cautivarlos como gratificarlos, por cierto servicios.

Las flores precedieron a Pavlov en el empleo del reflejo condicionado. A que un insecto que se acostumbrara al néctar especifico de cada especie, le bastaba finalmente con advertir el colorido de ella para identificarla mientras se le hacia agua la boca. Algunas flores fueron más allá y desarrollaron aromas que indicarían a los insectos, por el sólo olfato de sus antenas, la presencia de una amiga con azúcares de su preferencia. Por supuesto que no sabía y aun lo ignoran, que al tomar la deliciosa sustancia, hacían el papel de celestinos entre la célula masculina de los estambres y la célula femenina de los pistilos. Como se ve, las inmóviles flores parecieron aplicar una capacidad de análisis utilitario, de que no se han dado cuenta sus pequeños aliados.

Entre las flores que adoptaron la táctica de perfumarse para atraer a los insectos con los que habían celebrado un pacto ecológico, estuvieron los jazmines blancos. Está demás recordar que el aliento poético que tanto place al alma humana, no es el principal móvil de la belleza de unos pétalos ni de la fragancia de otros. Los insectos harían caso omiso de tales dones. Si su presencia no les diera la seguridad del nutriente néctar que les esperara. Así pues, que los jazmines como las demás flores olorosas, no descuidan la elaboración de esta ofrenda en el fondo de sus cálices.

Ahora bien los jazmines son tan dispendiosos con su esencia, que han conquistado igualmente la diferencia de los seres humanos, que al sembrarlos en sus bosquecillos y jardines contribuyen a la perpetuidad de sus numerosas especies. Diríase que algunas de ellas no han resuelto todavía el problema de la fuerza gravitacional, pues sus ramas deben trepar por paredes y enrejados, en busca de soportes para no caer. Los jazmines están entre las dicoteledonias de la peculiaridad de que sus pétalos están soldados, formando como pequeños y alargados vasos, en los extremos superiores de los tallos de sus arbustos.

Las flores, si hay humedad, pueden mantenerse casi todo el año, mientras en su interior el óvulo fecundado crece hasta formar una baya del tamaño de un garbanzo, en cuyo interior habrá semillas. El hermano Hoyos nos habla del jazmín amarillo que, precedente del Brasil, se ha generalizado en Falcón con sus flores amarillas y de un diámetro de cuatro a doce centímetros. Esta especie de las esencias que le han dado fama a su hermana y tiene la particularidad de que sus semillas poseen unos filamentos para volar lejos con el viento, en busca de su dispersión. El jazmín común es originario del Irán y la China, donde hace 25 siglos era el orgullo de los emperadores y de los mandarines en sus palacios.

En la Edad Media, los médicos aplicaron los derivados de la flor del jazmín como tranquilizantes del sistema nervioso, en el intento de atacar la epilepsia. Se dice que Napoleón, enfermo de este mal, bebía esperanzado un aceite extraído de la planta, que como se sabe, es miembro junto con el olivo y el fresno de la familia de los oléaceas. Hoy se ha comprobado plenamente que el jazmín no tiene virtudes curativas de nada, tal vez porque sabe que con embalsamar la atmósfera se gana el derecho a que lo quieran. Yo creo que los químicos hicieron de aguafiestas cuando demostraron que el aroma de los jazmines se debe a una simple combinación de jazmona, indol, acetato de bencilo, éter metilantranílico, alcohol bencílico, acetato de linalol y linalol. Con todo y ello, no pudieron matarle el encanto. 


La Ciencia Amena. Arístides bastidas.
Un día tal como hoy, 15 de Octubre de 1982

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