Un día tal como hoy, 14 de Octubre de 1982
Durante 21 siglos guardaron vigencia las apreciaciones disparatadas de Aristóteles en el campo de la biología. Obsérvese que en sus primeras fases, el embrion del pollo con el embrion humano, tiene un elocuente parecido. (Rep. J. Grillo)
Los griegos fueron los primeros en explorar las bases de la biología, aunque ésta tendría que aguardar hasta 1802, para que Lamark la estableciera como ciencia. Los egipcios y los asiáticos no dejaron ningún testimonio de un abordaje correcto en torno de los orígenes de la vida. Estos, aparecían mezclados en sus creencias y en supersticiones, que los llevaron a concebir incorrectas interpretaciones antropomorfas. Correspondería a Jenófanes de Colofón el primer enfoque aceptable en esta área, que basara en la observación de antiquísimos fósiles de animales. Antes que él, Tales de Mileto y Anaximandro habían teorizado que el hombre procedía de un pez sin piel que se había adaptado a la corteza terrestre. Empédocles también incursionó este terreno, pero sería Aristóteles el que más avanzaría en los dominios del conocimiento de la vida. Fue un buen biólogo marino y pudo notar que los delfines parían a sus hijos después de incubarlos en el nido acuático de la placenta. Se dio cuenta de que no eran peces sino mamíferos análogos a los que andaban en tierra seca, y que como ellos, tenían mamas y sangre caliente. Aristóteles estudió las características de unos 500 animales, con tal agudeza que siguió considerando como peces, a los tiburones vivíparos porque advirtió que eran de sangre fría y que carecían del útero, presente sólo en las especies más evolucionadas de la zoología. Aristóteles tenía un claro concepto de la función del huevo fecundado, y sin embargo se equivocó al considerar que la larva de los insectos era un huevo con capacidad para moverse y alimentarse. Tal deducción las debió hacer al comprobar que durante la metamorfosis, el gusano da lugar al nuevo ser que hay en la ninfa, de la que saldrá el insecto adulto. De hecho, fue el iniciador de la moderna embriología. Al seguir, tal vez con la ayuda de una lupa la transformación de u huevo en pollo. Con los datos que obtuvo desarrolló la teoría de la epigénesis, según la cual una masa viviente y amorfa se convierte en un ser vivo y cabalmente organizado. Dividió a los animales entre los con sangre y los sin sangre, clasificación un tanto arbitraria, puesto que todos tienen un plasma en circulación. Sin embargo, ello tenía sentido porque equivalía a los vertebrados y a los invertebrados. Aristóteles tuvo una vaga idea de la evolución, esbozada en su hipótesis de que la vida había pasado de las plantas, a las plantas-animales y de éstas a los animales, que por sucesivas transformaciones habían desembocado en el hombre, máximo escalón de la pirámide. Llegó a pensar que la vida se había iniciado en el lodo, lo cual tendría fundamento al luz de la ciencia actual. En efecto, en tal material pueden estar presente el metano, el amoníaco, el oxígeno y los minerales, que al combinarse con la energía de algún relámpago, engendrarían el primer espécimen orgánico. Aristóteles no llegó a concebirlo ni pensó nunca en la existencia de ese dinámico corpúsculo que es la célula, pues en sus días faltaban 19 siglos para que apareciera el microscopio que le haría visible. Aristóteles era muy propenso a las espectaculares debido a su soberbia inteligencia y a la carencia de conocimientos y de un método experimental para atraparlos. No insistió la tentación de pregonar la generación espontánea en algunas especies. Con tremenda impavidez afirmó que los ratones podían nacer de la tierra húmeda y que las luciérnagas brotaban del rocío matutino. Estas apariciones tenían cierta lógica en una época en que un charco de agua amanecía, inesperadamente, lleno de renacuajos activos o en que cualquier cosa putrefacta se cubría de gusanos. Al ampliar sus razonamientos a favor de la generación espontánea, Aristóteles dijo que está se producía cuando el agua y la tierra se juntaban, impregnándose de un principio vital que llamaba ‘’pneuma’’ palabra que significa soplo en griego. De allí pasaría a formular sus abstracciones sobre el alma, cayendo en el mar de la filosofía y de sus innumerables desaciertos científicos.
Los griegos fueron los primeros en explorar las bases de la biología, aunque ésta tendría que aguardar hasta 1802, para que Lamark la estableciera como ciencia. Los egipcios y los asiáticos no dejaron ningún testimonio de un abordaje correcto en torno de los orígenes de la vida. Estos, aparecían mezclados en sus creencias y en supersticiones, que los llevaron a concebir incorrectas interpretaciones antropomorfas. Correspondería a Jenófanes de Colofón el primer enfoque aceptable en esta área, que basara en la observación de antiquísimos fósiles de animales. Antes que él, Tales de Mileto y Anaximandro habían teorizado que el hombre procedía de un pez sin piel que se había adaptado a la corteza terrestre. Empédocles también incursionó este terreno, pero sería Aristóteles el que más avanzaría en los dominios del conocimiento de la vida. Fue un buen biólogo marino y pudo notar que los delfines parían a sus hijos después de incubarlos en el nido acuático de la placenta. Se dio cuenta de que no eran peces sino mamíferos análogos a los que andaban en tierra seca, y que como ellos, tenían mamas y sangre caliente. Aristóteles estudió las características de unos 500 animales, con tal agudeza que siguió considerando como peces, a los tiburones vivíparos porque advirtió que eran de sangre fría y que carecían del útero, presente sólo en las especies más evolucionadas de la zoología. Aristóteles tenía un claro concepto de la función del huevo fecundado, y sin embargo se equivocó al considerar que la larva de los insectos era un huevo con capacidad para moverse y alimentarse. Tal deducción las debió hacer al comprobar que durante la metamorfosis, el gusano da lugar al nuevo ser que hay en la ninfa, de la que saldrá el insecto adulto. De hecho, fue el iniciador de la moderna embriología. Al seguir, tal vez con la ayuda de una lupa la transformación de u huevo en pollo. Con los datos que obtuvo desarrolló la teoría de la epigénesis, según la cual una masa viviente y amorfa se convierte en un ser vivo y cabalmente organizado. Dividió a los animales entre los con sangre y los sin sangre, clasificación un tanto arbitraria, puesto que todos tienen un plasma en circulación. Sin embargo, ello tenía sentido porque equivalía a los vertebrados y a los invertebrados. Aristóteles tuvo una vaga idea de la evolución, esbozada en su hipótesis de que la vida había pasado de las plantas, a las plantas-animales y de éstas a los animales, que por sucesivas transformaciones habían desembocado en el hombre, máximo escalón de la pirámide. Llegó a pensar que la vida se había iniciado en el lodo, lo cual tendría fundamento al luz de la ciencia actual. En efecto, en tal material pueden estar presente el metano, el amoníaco, el oxígeno y los minerales, que al combinarse con la energía de algún relámpago, engendrarían el primer espécimen orgánico. Aristóteles no llegó a concebirlo ni pensó nunca en la existencia de ese dinámico corpúsculo que es la célula, pues en sus días faltaban 19 siglos para que apareciera el microscopio que le haría visible. Aristóteles era muy propenso a las espectaculares debido a su soberbia inteligencia y a la carencia de conocimientos y de un método experimental para atraparlos. No insistió la tentación de pregonar la generación espontánea en algunas especies. Con tremenda impavidez afirmó que los ratones podían nacer de la tierra húmeda y que las luciérnagas brotaban del rocío matutino. Estas apariciones tenían cierta lógica en una época en que un charco de agua amanecía, inesperadamente, lleno de renacuajos activos o en que cualquier cosa putrefacta se cubría de gusanos. Al ampliar sus razonamientos a favor de la generación espontánea, Aristóteles dijo que está se producía cuando el agua y la tierra se juntaban, impregnándose de un principio vital que llamaba ‘’pneuma’’ palabra que significa soplo en griego. De allí pasaría a formular sus abstracciones sobre el alma, cayendo en el mar de la filosofía y de sus innumerables desaciertos científicos.
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