El penacho de un enorme gusano vestimentífero, ¿Cómo hace para soportar los 250 atmósfera de presión que vive?
El pez Chauliodon Sloani vive a más de 600 metros de profundidad, devorando a los devoradores de carroña que hay en las tinieblas del fondo abisal.
Lo habitual es que en los mismos y dentro de una inquietante tranquilidad, estén ausentes todas las manifestaciones de la vida. Los restos de cadáveres no descienden a estos niveles, en cuyas tinieblas absolutas es imposible la fotosíntesis. La luz se extingue completamente a los ciento ochenta y siete metros en el interior acuático. Hasta ahora se consideró imposible la presencia de seres vivos, más debajo de los fondos en que moran los peces abisales, a un máximo de mil metros. Por eso la ciencia quedó deslumbrada al comprobarse plenamente que había comunidades de animales, algunos de ellos semejantes a los que conocemos, sostenidos por un sistema sin luz y sin plantas vegetales.
El pez Chauliodon Sloani vive a más de 600 metros de profundidad, devorando a los devoradores de carroña que hay en las tinieblas del fondo abisal.
Uno de los hallazgos más capitales en las entrañas del mar fue confirmado recientemente por científicos norteamericanos, que descendieron a una profundidad de dos mil quinientos metros, en uno de los pocos submarinos que no se destinan a la destrucción. Hace mucho tiempo son conocidos los habitantes de las oscuras y frías aguas del fondo oceánico. Allí la cadena alimenticia empieza con los comedores de cadáveres hundidos. Engordados con carroña son el punto de partida de una serie de eslabones, representados por aficionados a la comida viviente. Pero en las grandes profundidades hay enormes desiertos, no por falta de agua, sino por falta de alimentos.
Lo habitual es que en los mismos y dentro de una inquietante tranquilidad, estén ausentes todas las manifestaciones de la vida. Los restos de cadáveres no descienden a estos niveles, en cuyas tinieblas absolutas es imposible la fotosíntesis. La luz se extingue completamente a los ciento ochenta y siete metros en el interior acuático. Hasta ahora se consideró imposible la presencia de seres vivos, más debajo de los fondos en que moran los peces abisales, a un máximo de mil metros. Por eso la ciencia quedó deslumbrada al comprobarse plenamente que había comunidades de animales, algunos de ellos semejantes a los que conocemos, sostenidos por un sistema sin luz y sin plantas vegetales.
Las investigaciones a través de las cuales se palpara ésta insólita realidad, fueran hechas por equipos interdisciplinarios de las Universidades de California, de Maryland, de la Nacional Science Fundation de Washington y el Smithonian Institute de Nueva York. Hicieron sus inmersiones cerca de las Islas Galápagos y a dos kilómetros y medio de profundidad, en el submarino Alvin. Es un aparato de apenas siete metros de slora o longitud y con capacidad para el piloto y dos científicos. En las veintisiete veces que se sumergiera llevando por turno a oceanógrafos, biólogos marinos, y geólogos, todos contemplaron con potentes reflectores a diversos especimenes nutridos y normales.
Merodeaban en los alrededores de un chorro de agua caliente que salía por una grieta. Elevaba a 2 grados Cª a 20 grados Cª, la temperatura del entorno. Lo removían todo, dispersando compuestos orgánicos del fondo. Al continuar la exploración los científicos se quedaron estupefactos ante la colección de múltiples criaturas provistas de una vitalidad cuya fuente sigue en el incógnito: mejillones, cangrejos blancos, un pez marrón-rojizo, almejas blancas gigantes, anémonas, parientes de los caracoles, langostinos anaranjados, lapas marinas y grandes gusanos con un ostentoso penacho.
Estos últimos fueron particularmente interesantes. ¿Por dónde se alimentaban si no tenían boca ni ano ni intestinos? Los científicos se formulaban, excitados, la interrogante acerca del abastecimiento energético de aquellos seres. En los gusanos ya referidos encontraron un órgano denominado trofosoma. En el mismo había enzimas de las empleadas por la planta para la fotosíntesis y otras que rigen el metabolismo del azufre. Tenían también un nido de bacterias expertas en fabricar energía oxidando a ese elemento. Dedujeron que los penachos eran receptores de minerales para sus procesos fisiológicos. También en los mejillones y en las almejas aislaron las enzimas metabolizantes del sulfuro. Es fundada la idea de que el citado metaloide sea el manantial energético de aquellos especimenes.
Hay otras zonas del Pacífico con aguas termales que brotan con violencia de sus estanques vecinos, de la roca fundida. Frente a las costas de México, donde se detectara una situación parecida, los investigadores localizaron otro reservorio de esos animales ultra-abisales con peculariedades distintas. En los laboratorios de biología marina de la Tierra empieza ahora a popularizarse el término quimiosíntesis, que significa fábrica de alimentos, no por la luz, sino por las reacciones químicas. Apenas se abre esta avenida del conocimiento y ya surge una pregunta retadora: ¿Si estos chorros termales no duran más de diez años, según los cálculos de los geólogos, cómo nace la vida en rededor de ellos cuando aparecen?.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario