Un día tal como hoy, 7 de Enero de 1983
El martirio de Santa Agueda en defensa de su castidad, es un hecho histórico que inspirara cuadros de distintos pintores, como a este de Fray Sebastián del Plombo.
El cáncer ha sido un cruel acompañante de la especie humana, desde los días en que sus miembros habitan las cavernas. Entre ellos el mal escaseaba, porque los 19 años que en promedio vivían constituyen una edad, en la que ese esquilmador de vidas se manifiesta poco. Las primeras referencias escritas sobre tal padecimiento se las debemos a los egipcios. Hace cincuenta siglos sus sacerdotes describían en jeroglíficos, un azote letal de las mujeres, cuyo síntoma inicial es el de una mama que al tacto, causa la impresión se de ser un fruto duro, fresco y sin pelar. El gran Hipócrates fue el primero en describir un caso de la enfermedad, al referirse al flujo sanguinolento y anormal de una mujer de Abdera.
Tratamientos contra el cáncer como la cobalto terapia, se hacen sin que el paciente ni siquiera se entera.
En los años iniciales de nuestra era, ya existía la denominación de cáncer para un sufrimiento en que los enfermos decían sentirse, como si las afiladas patas de un cangrejo, estuvieran enterrándose lentamente en sus entrañas. No existía desde luego, una calificación precisa del flagelo, pues la tumefacción localizada que pudiera caracterizarlo, era propia también de úlceras, chancros, callosidades e hinchazones. Así pues, el primer cáncer diagnosticado en la historia de la medicina, fue el de los pechos, y el segundo, el del útero, por las afinidades externas que mostraban y por las que les descubrieran los antiguos cirujanos.
En contraste, son estas las lesiones malignas más curables de hoy, y las mujeres provistas de unas cuantas instrucciones pueden ellas mismas descubrir cualquier signo sospechoso en los nombrados órganos. Hace unos quince siglos, no era así, pues ni aún los facultativos tenían conciencia del principio de que es mejor prevenir que curar. Y como dijimos, no había definiciones claras al respecto. Galeno aseguraba que el cáncer de los senos se debía a acumulaciones excesivas de bilis negra, la cual existió solo en su imaginación, pues la verdadera es verde y se almacena sólo en la vesícula, que como una bolsa pende del hígado, que es el que la abastece.
Galeno ordenaba un tratamiento clínico todavía más disparatado, basado en purgantes y en limitaciones dietéticas. En lo único que se aproximó a lo correcto fue al recomendar el uso del escalpelo cuando el tumor pareciera fácil de extirpar. Ahora se hace la recepción total del pecho afectado por la anarquía celular y se irradia posteriormente la zona con el propósito de eliminar algún vestigio microscópico que aún quedara de la dolencia. Pero sigamos hablando del pasado. Otros médicos menos nombrados que Galeno dejaron no obstante, observaciones acertadas sobre la evolución del cáncer de mama.
Leónidas de Alejandria advirtió que la retracción del pezón era un signo grave de malignidad, y Aecio de Mesopotamia, señaló la posibilidad de que el tumor se trasladara a la cavidad axilar, al tiempo que mandaba la adormidera como calmante de los dolores. En el siglo VII, cuando este mal era tratado sin anestesia y con hierros candentes para cauterizarlo, apareció Pablo de Egina, quien impuso la práctica quirúrgica como la mejor alternativa. Según dicen los cronistas de la época, había enfermas creyentes, que soportaban valientemente el martirio de las intervenciones, invocando a la patrona establecida entonces para ellas: una santa que había defendido su castidad frente a espantosas torturas.
Se trataba de Agueda, cuya festividad se celebra el próximo 5 de febrero. Ante las persecuciones de que eran objetos los cristianos en el año 250, ella, a sabiendas de la belleza que la adornaba, hizo votos de virginidad. Pero el gobernador de Sicilia llamado Quintiano, se enamoro perdidamente de la joven. Ofendido porque ella lo rehusara una y otra vez, ordenó que la acostaran en el ecúleo o cama de torturas, con la promesa de indultarla si accedía a sus requerimientos. Como Agueda insistiera en su negativa, hizo que le arrancaran los pechos con un par de tenazas y de un solo cuajo cada uno. Según la tradición, el apóstol San Pedro se le apareció en su calabozo y le redimió los dones de su cuerpo, aunque finalmente murió unos días después.
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