La Ciencia Amena. Arístides Bastidas.
Un día tal como hoy, 2 de Diciembre de 1986.
Un día tal como hoy, 2 de Diciembre de 1986.
Hoy no sólo se envían sonidos al mar para auscultarlo sino que también se recogen los emitidos por la vejiga natatoria de los peces, para saber la masa de proteínas que transportan en sus cardúmenes.(Rep. Dimas)
Hay un experimento que se puede hacer en casa. Un diapasón de hace sonar dentro del agua y de inmediato saltarán gotitas impulsadas por la fuerza expansivas de las vibraciones(Rep. Dimas).
Durante muchos siglos se creyó que el fondo de los océanos era llano como el de una gigantesca olla y por eso se le llamó lecho. Esta confusión no se despejó cuando los buzos, con sus incómodos atavíos, sus extrañas escafandras y sus pesadas botas de plomo, empezaron a explorar el interior de los mares. Sus campos de observación estaban limitados por la mala visión en el agua y por la presión, que puede llegar a diez mil toneladas por metro cuadrado. ¿De qué otro modo se podría saber entonces lo que había debajo de los barcos? En el siglo XV, Leonardo había descubierto un método para detectar naves distantes. Consistía en sumergir un tubo de madera y aplicar el oído en la parte externa del mismo.
Durante la Primera Guerra Mundial, los aliados trataron de librarse de la pesadilla de los submarinos alemanes, con tubos en forma de T invertida. Con éstos captaron el ruido de los motores de los invulnerables e infalibles aparatos. El procedimiento era primitivo, pues si bien servían para anticipar la presencia de submarino, no precisaba ni la profundidad ni el lugar en que estaba. Durante la Segunda Guerra Mundial, los científicos recordaron el dato histórico de que los navegantes inócuos en los días nublados hacían grandes ruidos para provocar un eco en los acantilados, el cual les indicaba la distancia aproximada que los separaba de la tierra.
La idea de imitarlos disparando ondas radiales que al rebotar retornaran con la información de lo que había abajo, fue descartada porque la densidad del agua las amortigua. Pero de inmediato advirtieron que las ondas sonoras tenían, al contrario, la virtud de propagarse en el medio líquido a la velocidad de mil quinientos metros por segundos, cinco veces mayor que los trescientos metros que alcanzan en el aire. Entonces concibieron el proyecto de usar ondas ultrasónicas con tal cometido. El éxito no podía ser mayor, pues con diligencia y prontitud las ondas retornaban a informar lo que habían visto en lapsos que iban de fracciones de segundos en la superficie a catorce segundos de las profundidades marinas.
Al principio sus mensajes no eran muy claros porque se les captaba con silbidos cuyas diferencias de intensidad eran inapreciables, con los equipos disponibles. Ya sabemos que las ondas sonoras tiene, como todas las demás, el aspecto de las que forman en el agua tranquila cuando les arrojamos una piedrecilla. Lod investigadores crearon onsas ultrasónicas cien veces más finas que las iniciales, con el fin de que registrarn con fidelidad mayor los detalles de los relieves u objetos contra los cuales rebotarn. Además, aprendieron a convertirlas en impulsos electrónicos de luz y sombra proyectados enun apantalla de televisión.
Así no sólo establecen la posición exacta del submarino haciendo de él un fácil blanco, sino que también apreciaban su volumen. Las fallas del procedimiento fueron superadas al descubrirse su causa, la cual estaba en que las ondas ultrasónicas se desviaban de vez en cuando al encontrar capas más calientes. El efecto era parecido al de las ondas de luz y sombra que al cambiar su destino por la misma razón originan los espejismos del desierto. El 25 de Diciembre de 1960 los rusos iniciaron la especialidad ecoacústica. Las imágenes actuales del sonar señalan los volúmenes en forma difusa. Esta nueva técnica con un mayor dominio de la dispersión del sonido en el agua, permitirá en el futuro hacer retratos nítidos de los objetos y animales ocultos en su interior.
Durante muchos siglos se creyó que el fondo de los océanos era llano como el de una gigantesca olla y por eso se le llamó lecho. Esta confusión no se despejó cuando los buzos, con sus incómodos atavíos, sus extrañas escafandras y sus pesadas botas de plomo, empezaron a explorar el interior de los mares. Sus campos de observación estaban limitados por la mala visión en el agua y por la presión, que puede llegar a diez mil toneladas por metro cuadrado. ¿De qué otro modo se podría saber entonces lo que había debajo de los barcos? En el siglo XV, Leonardo había descubierto un método para detectar naves distantes. Consistía en sumergir un tubo de madera y aplicar el oído en la parte externa del mismo.
Durante la Primera Guerra Mundial, los aliados trataron de librarse de la pesadilla de los submarinos alemanes, con tubos en forma de T invertida. Con éstos captaron el ruido de los motores de los invulnerables e infalibles aparatos. El procedimiento era primitivo, pues si bien servían para anticipar la presencia de submarino, no precisaba ni la profundidad ni el lugar en que estaba. Durante la Segunda Guerra Mundial, los científicos recordaron el dato histórico de que los navegantes inócuos en los días nublados hacían grandes ruidos para provocar un eco en los acantilados, el cual les indicaba la distancia aproximada que los separaba de la tierra.
La idea de imitarlos disparando ondas radiales que al rebotar retornaran con la información de lo que había abajo, fue descartada porque la densidad del agua las amortigua. Pero de inmediato advirtieron que las ondas sonoras tenían, al contrario, la virtud de propagarse en el medio líquido a la velocidad de mil quinientos metros por segundos, cinco veces mayor que los trescientos metros que alcanzan en el aire. Entonces concibieron el proyecto de usar ondas ultrasónicas con tal cometido. El éxito no podía ser mayor, pues con diligencia y prontitud las ondas retornaban a informar lo que habían visto en lapsos que iban de fracciones de segundos en la superficie a catorce segundos de las profundidades marinas.
Al principio sus mensajes no eran muy claros porque se les captaba con silbidos cuyas diferencias de intensidad eran inapreciables, con los equipos disponibles. Ya sabemos que las ondas sonoras tiene, como todas las demás, el aspecto de las que forman en el agua tranquila cuando les arrojamos una piedrecilla. Lod investigadores crearon onsas ultrasónicas cien veces más finas que las iniciales, con el fin de que registrarn con fidelidad mayor los detalles de los relieves u objetos contra los cuales rebotarn. Además, aprendieron a convertirlas en impulsos electrónicos de luz y sombra proyectados enun apantalla de televisión.
Así no sólo establecen la posición exacta del submarino haciendo de él un fácil blanco, sino que también apreciaban su volumen. Las fallas del procedimiento fueron superadas al descubrirse su causa, la cual estaba en que las ondas ultrasónicas se desviaban de vez en cuando al encontrar capas más calientes. El efecto era parecido al de las ondas de luz y sombra que al cambiar su destino por la misma razón originan los espejismos del desierto. El 25 de Diciembre de 1960 los rusos iniciaron la especialidad ecoacústica. Las imágenes actuales del sonar señalan los volúmenes en forma difusa. Esta nueva técnica con un mayor dominio de la dispersión del sonido en el agua, permitirá en el futuro hacer retratos nítidos de los objetos y animales ocultos en su interior.
Al igual que las fotografías tomadas del aire para los mapas, se harán también las de los fondos marinos incluso los más profundos a 11 kilómetros de la superficie, de montañas tan altas y extensas como los Andes, de acantilados con la longitud de Margarita al Zulia y de cañones más descomunales que el de Orinoco, en los Estados Unidos. La ecoacústica tiene una aplicación que podría contribuir a atenuar el hambr. Con ella se detectan los cardúmenes y pronto los oceanógrafos por´n saber sin verlos, sus tamaños, su comportamiento y su especie. Esto será posible porque con sus vejigas natatorias emiten sonidos propios, que son como audibles cédulas de identidad.
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