La Ciencia Amena. Arístides Bastidas.
Un día tal como hoy, 28 de Octubre de 1982
La tradición de que la medicina era un asunto de hombre, data de la época en que los sacerdotes de Egipto y Babilonia, se atribuían ese privilegio como parte de su pretendida divinidad. Aún después que Hipócrates disciplinó científicamente este quehacer, se mantuvo en Grecia la prohibición de que las mujeres aprendieran a curar y lo aplicaran. Esto se debía al prejuicio muy arraigado en esas sociedades, de que la inteligencia de la mujer no le daba más que para el desempeño doméstico o religioso, sin embargo, ese concepto iba a ser desmontado aparatosamente en el plano de la obstetricia, por una muchacha dotada de la audacia necesaria para burlar un veto tan absurdo.
En la antigüedad había comadronas que zarandeaban a las parturientas cuando les empezaba los dolores. Se consideraba que los varones eran concebidos en el cuerno derecho del útero, y las hembras en el de la izquierda. (Rep. Lombardi)
En el siglo III antes de Cristo se había destacado Herófilo de Calcedonia, por las finas disecciones que hacía en cadáveres humanos para estudiarlos en el aspecto anatómico. El examinó los órganos genitales femeninos percatándose de que había un par de tubos que comunicaban el útero con los ovarios. Daba lecciones al aire libre, lo cual era una práctica habitual en la culta Atenas. Entre sus discípulos había uno de rostro muy tierno y mirada vivaz, que hacía constantes preguntas, que denotaban una gran curiosidad y un deseo apasionado de conocer todo lo que el catedrático sabía acerca de la cavidad por donde las embarazadas expulsaban a la criatura que habían llevado en sus entrañas.
Como se ha insinuado, el oficio de atender un parto era ejercido por individuos del supuesto sexo fuerte. Esto originaba problemas en mujeres que por pudor preferían afrontar solas y con cualquier asistencia improvisada, los riesgos de tener un bebé. Como veremos después, al aplicado alumno que ya aludimos, estaba al tanto de esta circunstancia, cuando instaló un servicio domiciliario para las damas que llegaban a la culminación de su gravidez. Sus competidores se alarmaron del pronto auge de su clientela, gracias al meteórico prestigio que el nuevo partero había adquirido entre las matronas de la ciudad. Algo raro tenía que suceder porque parecía imposible que un médico novel rivalizara tan ventajosamente con otros de reconocida experiencia y madurez.
En el siglo III antes de Cristo se había destacado Herófilo de Calcedonia, por las finas disecciones que hacía en cadáveres humanos para estudiarlos en el aspecto anatómico. El examinó los órganos genitales femeninos percatándose de que había un par de tubos que comunicaban el útero con los ovarios. Daba lecciones al aire libre, lo cual era una práctica habitual en la culta Atenas. Entre sus discípulos había uno de rostro muy tierno y mirada vivaz, que hacía constantes preguntas, que denotaban una gran curiosidad y un deseo apasionado de conocer todo lo que el catedrático sabía acerca de la cavidad por donde las embarazadas expulsaban a la criatura que habían llevado en sus entrañas.
Como se ha insinuado, el oficio de atender un parto era ejercido por individuos del supuesto sexo fuerte. Esto originaba problemas en mujeres que por pudor preferían afrontar solas y con cualquier asistencia improvisada, los riesgos de tener un bebé. Como veremos después, al aplicado alumno que ya aludimos, estaba al tanto de esta circunstancia, cuando instaló un servicio domiciliario para las damas que llegaban a la culminación de su gravidez. Sus competidores se alarmaron del pronto auge de su clientela, gracias al meteórico prestigio que el nuevo partero había adquirido entre las matronas de la ciudad. Algo raro tenía que suceder porque parecía imposible que un médico novel rivalizara tan ventajosamente con otros de reconocida experiencia y madurez.
El prestigio profesional de Agnodice fue tal, que los escultores de su época hicieron este busto de ella, legado a la posteridad. (Rep. Lombardi)
Un buen día fue desatado el nudo de la intriga, por la indiscreción de una paciente de esas que hablan mucho. Aunque el exitoso profesional vestía ropas masculinas, pertenecían al sexo opuesto. Se trataba de Agnodice, que al encaminar su vocación de manos de Herófilo, había tenido que disfrazarse para que las autoridades se abstuvieran de interferirle sus estudios. De otro modo no le hubieran ni siquiera permitido, hojear el rollo de pergaminos incluido en la biblioteca pública y que contenía obra de Medicina escrita por su maestro. Ahora sus enemigos se disponían a sentarla en el banquillo de los acusados.
En efecto, esta olvidada precursora de la obstetricia fue conducida por Acrópolis, una fortaleza en la parte alta de la ciudad, donde estaba el Arcópago, algo así como una Corte Suprema de Justicia. Agnodice no opuso resistencia a que se le desnudara como lo que pidieran sus acusadores, a fin de evidenciar su sexo. De inmediato se le abrió juicio por haber violado las leyes aprobadas por la Asamblea del Pueblo. Cuando parecía que su causa estaba perdida, vino en su auxilio el primer movimiento feminista de que se tenía noticia en la historia. Madres de todas las clases sociales expresaban su gratitud por la eficiente atención obstétrica que habían recibido de Agnodice.
La opinión pública de Atenas se estremeció por el proceso y mientras los 31 miembros del Areópago vacilaban para dictar una sentencia condenatoria, las esposas de los cuatrocientos senadores, los obligaron a elaborar nuevas leyes, en las que no sólo se autorizaba a las mujeres para ejercer la obstetricia, sino que se prohibía que esa arte fuera desempeñada por los hombres. Debían pasar varios siglos para que aquella primera mujer médica, fuera seguida por otras graduadas en la Universidad de Salermo, entre las que estuvieron Rebeca, Constanza, Tomaza, Estefanía y Trótula autora de un tratado de Obstetricia que estuvo en vigencia hasta 1500.
1 comentario:
Me impresiono leer lo que esta maravillosa mujer se atrevio a hacer en esos tiempos, el desarrollo intelectual, fisico y moral en la mujer se ha dado a cuenta gotas, y me complace vivir en este siglo en el que la mujer al fin se esta despertando.
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