La Ciencia Amena. Arístides Bastidas
Un día tal como hoy, 27 de Octubre de 1983
Un día tal como hoy, 27 de Octubre de 1983
Los dragones del Viejo Mundo como sus primos de América, los manatíes, viven de talar la flora de los lechos acuáticos donde existe en exceso. (Rep. J. Grillo)
Mil años antes de Cristo, los marinos difundían supuestas historias, acerca de hermosas mujeres con cuerpos ondulantes, pechos redondeados y colas de pez que luego de aflorar por momentos a la superficie de las aguas se hundían en ella escapando a la mirada ansiosa de las navegantes. Los avances de la biología marina darían información veraz, que vendría a explicar el origen de la fascinante leyenda, posteriormente cantada en los relatos de la Odisea, donde desde luego, las sirenas estaban revestidas del encanto y la imaginación poética de Homero. Sorprendido de que Aristóteles, autor de las contribuciones acertadas sobre la vida oceánica y tan proclive a opinar de todo, no aludiera para nada a tal hecho.
Mil años antes de Cristo, los marinos difundían supuestas historias, acerca de hermosas mujeres con cuerpos ondulantes, pechos redondeados y colas de pez que luego de aflorar por momentos a la superficie de las aguas se hundían en ella escapando a la mirada ansiosa de las navegantes. Los avances de la biología marina darían información veraz, que vendría a explicar el origen de la fascinante leyenda, posteriormente cantada en los relatos de la Odisea, donde desde luego, las sirenas estaban revestidas del encanto y la imaginación poética de Homero. Sorprendido de que Aristóteles, autor de las contribuciones acertadas sobre la vida oceánica y tan proclive a opinar de todo, no aludiera para nada a tal hecho.
El manatí se asoma a la superficie, respira profundamente absorbiendo aire suficiente para pasar hasta quince minutos ininterrumpidos bajo el agua (Rep. J. Grillo)
Resultaría imposible un vínculo entre aquella idealización mitológica y la realidad de la fauna del Orinoco y de Amazonas. Sin embargo, los manatíes pudieron inspirar la fábula, pues, a simple vista son pocas las diferencias que los separan de sus legítimos primos hermanos, los dugones, viejos habitantes de los litorales de la india, de los de Australia y de los del Mar Rojo. Las hembras de estas especies también tiene un par de mamas erguidas y simétricamente contorneadas como las que vemos esculpidas en la Venus de Milo y otros monumentos del arte consagrados a los dones de la belleza femenina y de la maternidad.
Es obvia la razón por la que los mencionados animales recibieron el nombre de sirenios. La verdad es que aparte de su ingenuidad, de su carácter inofensivo, del donaire con que nadan, los dugones y nuestros manatíes son animales del común. Nada más lejos de ello que el símil que le atribuyeron en la antigüedad, pues, son herederos de rasgos anatómicos, pertenecientes a un cuadrúpedo bonachón, pero feo como él solo, con el aspecto proboscídeo tan peculiar de los elefantes engendrados también por tan prolífico antepasado. Los manatíes en Venezuela, han pagado cara la confianza que depositaron en ciertos exponentes de nuestro género. Igual le ha sucedido a las especies de agua salada en las Antillas.
Humboldt nos habla de que estos mansos anfibios solían acercase con aire amistoso y juguetón a las piraguas de los indios y a las embarcaciones de los blancos. Con una longitud de hasta tres metros y un peso de 500 kilos, su cerebro le resultaba chiquito. En el mismo no cabían ni siquiera las normas del instinto de conservación, las cuales, sin lugar a dudas, están requetegrabadas en las células nerviosas de los mosquitos, que no creen en nada ni en nadie, todo los espanta.
En cuanto a los manatíes, despojados de pelos, de orejas y de patas traseras, están muy bien adaptados a su medio, dentro del cual se desplazan moviendo las aletas delanteras en que se convierten las antiguas patas y la cola, aplanada y horizontal como una pala.
Un individuo puede ingerir hasta treinta kilos de plantas subacuáticas por día. Gracias a esta propiedad se multiplican exitosamente y bajo el cuidado de las autoridades, los manatíes de la Florida, Norteamérica, donde el exceso de vegetación podría crear graves problemas ecológicos. Se cree que las hembras llevan sus escrúpulos sentimentales, al extremo de aparearse nada más que con su propio cónyuge. El embarazo dura casi un año, lo cual se explica porque la cría debe salir ya en condiciones para incorporarse a la vida activa, inmediatamente después del parto. Este, se efectúa dentro del agua y el recién llegado con sus 20 kilos de peso, debe subir en seguida a la superficie para tomar su primera bocanada de aire.
La madre le dará un recreo de 45 minutos, paseándolo sobre su lomo a fin de que conozca el entorno y vea cómo se nada. Luego ella misma lo lanzará al agua, para que de sus primeras brazadas y compruebe la facilidad natural que tiene para desplazarse, favorecido por las dos válvulas con que obstruye sus fosas nasales en el medio acuático. El pequeño es en sus primeros meses un hambriento insaciable. Para satisfacerlo los pechos de su madre elaboran hasta dos litros de leche por día. Al amamantarlos su mamá se coloca en posición vertical y los toma con las aletas, como una madre humana a su bebé en el mismo caso. Hasta la biografía de estos seres, príncipes de la fábula en el Viejo Mundo y victimas de la crueldad humana en el nuestro.
Resultaría imposible un vínculo entre aquella idealización mitológica y la realidad de la fauna del Orinoco y de Amazonas. Sin embargo, los manatíes pudieron inspirar la fábula, pues, a simple vista son pocas las diferencias que los separan de sus legítimos primos hermanos, los dugones, viejos habitantes de los litorales de la india, de los de Australia y de los del Mar Rojo. Las hembras de estas especies también tiene un par de mamas erguidas y simétricamente contorneadas como las que vemos esculpidas en la Venus de Milo y otros monumentos del arte consagrados a los dones de la belleza femenina y de la maternidad.
Es obvia la razón por la que los mencionados animales recibieron el nombre de sirenios. La verdad es que aparte de su ingenuidad, de su carácter inofensivo, del donaire con que nadan, los dugones y nuestros manatíes son animales del común. Nada más lejos de ello que el símil que le atribuyeron en la antigüedad, pues, son herederos de rasgos anatómicos, pertenecientes a un cuadrúpedo bonachón, pero feo como él solo, con el aspecto proboscídeo tan peculiar de los elefantes engendrados también por tan prolífico antepasado. Los manatíes en Venezuela, han pagado cara la confianza que depositaron en ciertos exponentes de nuestro género. Igual le ha sucedido a las especies de agua salada en las Antillas.
Humboldt nos habla de que estos mansos anfibios solían acercase con aire amistoso y juguetón a las piraguas de los indios y a las embarcaciones de los blancos. Con una longitud de hasta tres metros y un peso de 500 kilos, su cerebro le resultaba chiquito. En el mismo no cabían ni siquiera las normas del instinto de conservación, las cuales, sin lugar a dudas, están requetegrabadas en las células nerviosas de los mosquitos, que no creen en nada ni en nadie, todo los espanta.
En cuanto a los manatíes, despojados de pelos, de orejas y de patas traseras, están muy bien adaptados a su medio, dentro del cual se desplazan moviendo las aletas delanteras en que se convierten las antiguas patas y la cola, aplanada y horizontal como una pala.
Un individuo puede ingerir hasta treinta kilos de plantas subacuáticas por día. Gracias a esta propiedad se multiplican exitosamente y bajo el cuidado de las autoridades, los manatíes de la Florida, Norteamérica, donde el exceso de vegetación podría crear graves problemas ecológicos. Se cree que las hembras llevan sus escrúpulos sentimentales, al extremo de aparearse nada más que con su propio cónyuge. El embarazo dura casi un año, lo cual se explica porque la cría debe salir ya en condiciones para incorporarse a la vida activa, inmediatamente después del parto. Este, se efectúa dentro del agua y el recién llegado con sus 20 kilos de peso, debe subir en seguida a la superficie para tomar su primera bocanada de aire.
La madre le dará un recreo de 45 minutos, paseándolo sobre su lomo a fin de que conozca el entorno y vea cómo se nada. Luego ella misma lo lanzará al agua, para que de sus primeras brazadas y compruebe la facilidad natural que tiene para desplazarse, favorecido por las dos válvulas con que obstruye sus fosas nasales en el medio acuático. El pequeño es en sus primeros meses un hambriento insaciable. Para satisfacerlo los pechos de su madre elaboran hasta dos litros de leche por día. Al amamantarlos su mamá se coloca en posición vertical y los toma con las aletas, como una madre humana a su bebé en el mismo caso. Hasta la biografía de estos seres, príncipes de la fábula en el Viejo Mundo y victimas de la crueldad humana en el nuestro.
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