Un día tal como hoy, 11 de Octubre de 1985
Las excavaciones de Pompeya. (Reo. Trujillo)
La verdadera grandeza de Hipócrates estuvo en señalar el origen exclusivamente terrenal de las enfermedades, en recomendar la dieta, la higiene y el reposo en los pacientes para facilitar los procesos de curación natural y en establecer la primera escuela de medicina conocida en la historia humana. Estos aciertos le dieron la autoridad para que su juramento llegara a ser en nuestros días el acto culminante de los egresados universitarios de esta disciplina. Sin embargo, ninguno de sus discípulos pudo emularlo y sólo el siglo II habría de aparecer el autosuficiente Galeno, culpable de muchos yerros que se consagraran como verdades durante catorce siglos, pesar de haber seguido alguna de las huellas de su antecesor.
Después de Galeno, que se obtuvo de fundar una escuela, las sombras del Medioevo arroparon el conocimiento cierto, que en esta esfera heredaran de los egipcios, de los mesopotámicos y de los hebreos, las culturas de Grecia y Roma. De nuevo se consideró a los males del cuerpo como castigos del más allá. Era por lo tanto necesaria una comunicación sobrenatural con los poderes divinos, para calmar los síntomas de toda dolencia pertinaz. Buena parte de la antigua farmacopea con sus respectivas indicaciones, quedó bajo la custodia de monasterio y la abadía. Eso no impidió que entre los laicos se incrementara el curanderismo de charlantes que se decían investigados de dones providenciales.
El pórtico de la Universidad de Salermo, que a través de Constantino el Africano, habría recibido la información sobre los principios en que afianzaban el arte curativo, de Hipócrates y Galeno. (Rep. Trujillo)
La noción de que la salud era un bien al arbitrio del cielo hizo que fueran declaradas Santa Lucía, patrona de los ojos de Santa Apolonia, patrona de los dientes, y así sucesivamente. Entre los que izaron las normas de hipocráticas, tuvieron los médicos bizantinos. Entre el siglo V era expulsados por el emperador Justiniano en vista de sus enfoques antlecolásticos de los problemas patológicos. Debieron refugiarse en las áreas bajo el control de los árabes, cuya religión contemplaba de un modo real las alteraciones del cuerpo humano. Esto explica la supersticiosa mediocridad en que cayera la medicina de los europeos en contraste con el esplendor alcanzando por la de los musulmanes.
En el siglo IV, Rhazes escribía en Irak los diez tomos de su tratado de medicina y cirugía. En el 980 nacía en Kharmalthen, el notable Avicena, tan admirable por sus anclajes en el agua del humanismo y de la ciencia. Concibió sesenta y ocho obras de filosofía, once de anatomía y ciencias naturales y un compendio de quince bajo el nombre de “Canon de la medicina”, reproducido hoy por la República Socialista Soviética de Uzbequistán, donde está su tierra natal. Le siguió Aben-Zear, que ejerció en Sevilla en el siglo XI donde realizó la primera broncotomía y descubrió los ácaros de la sarna. A mediados de siglo XII se destacaba en el califato de Córdoba, el judío Maimónides que en sus obras refutó al entonces intocable Galeno.
Por el mal desplegado frente a sus costas, Salerno tenía una ensanchada vía de comunicación con el pensamiento universal de su época. Por allí debió llegarle la sabiduría que se asentara en su escuela médica, la primera que hace nueve siglos, adoptara signos universitarios. Dice la leyenda que en ella desembocaron los conocimientos de Salerno, el latino; Ponto, el griego; Helino, el hebreo y Adela, el sarraceno. Desde los días de Hipócrates no había existido una Facultad que respondiera a las exigencias prácticas de la medicina, teórica y filológica en los contados recintos donde eres impartida.
Los historiadores admiten que la Escuela de Salerno se nutrió con el patrimonio que los árabes guardaran y acrecentaran, después de haberlo tomado directamente de los libros y los médicos grecorromanos a quienes asilaran con la amplitud característica del credo islámico. En la famosa ciudad Italiana se formaron las primeras médicas, Rebeca, Constanza, Tomasa, Estefanía y Trótula. Entre los textos se incluía uno con 3.520 versos latinos contentivos de sabios aforismo, uno de los cuales conserva plenamente su vigencia: Ut sis nocte levis, sit tibi coena brevis, el cual significa “si quieres una noche leve, toma una cena breve”.
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