Un día tal vomo hoy, 3 de Octubre de 1985
Cumpliendo la orden del linfocito T, el subordinado linfocito B toma la horma de los microbios invasores para hacer moldes contra ellos que los harán desaparecer. (Rep. Trujillo)
En el plasma o parte liquida de la sangre hace guardia sin reposar jamás, centinelas sin ojos que ven en las tinieblas, y sin cerebros pero con el don de los adivinadores. Son ellos los glóbulos blancos que sin necesidad de luz identifican a sustancias extrañas de las propias, a las que conocen con lujo de detalles, a través de una memoria química heredada. Todos defienden nuestro cuerpo contra los microbios agresivos y sus segregaciones tóxicas. Constituyen unas fuerzas armadas y por eso es normal que haya entre ellos diferentes rangos. Sus actitudes para el combate van de la lucha cuerpo a cuerpo de los monocitos y neutrófilos hasta la capacidad de entrenamiento y organización de escuadrones por parte de los linfocitos T.
La función de los primeros, es decir, de los macrófagos que se pueden engullir de un solo golpe hasta cien bacterias, estimuló la curiosidad de los que fundaban la moderna inmunología. Posteriormente entraron en un campo más excitante todavía, constituidos por asociaciones de proteínas que no mataban a los intrusos, pero los maniataban de pies y manos para que la infantería naval lo hiciera. Me estoy refiriendo a los anticuerpos, disciplinados y equipados en la persecución y en la inmovilización de determinados agentes de una infección. ¿De dónde salen?, ¿Quién los enrola?, ¿Cómo se adiestran?, ¿En que forman reconocen a un contrario al que nunca han visto?.
En el plasma o parte liquida de la sangre hace guardia sin reposar jamás, centinelas sin ojos que ven en las tinieblas, y sin cerebros pero con el don de los adivinadores. Son ellos los glóbulos blancos que sin necesidad de luz identifican a sustancias extrañas de las propias, a las que conocen con lujo de detalles, a través de una memoria química heredada. Todos defienden nuestro cuerpo contra los microbios agresivos y sus segregaciones tóxicas. Constituyen unas fuerzas armadas y por eso es normal que haya entre ellos diferentes rangos. Sus actitudes para el combate van de la lucha cuerpo a cuerpo de los monocitos y neutrófilos hasta la capacidad de entrenamiento y organización de escuadrones por parte de los linfocitos T.
La función de los primeros, es decir, de los macrófagos que se pueden engullir de un solo golpe hasta cien bacterias, estimuló la curiosidad de los que fundaban la moderna inmunología. Posteriormente entraron en un campo más excitante todavía, constituidos por asociaciones de proteínas que no mataban a los intrusos, pero los maniataban de pies y manos para que la infantería naval lo hiciera. Me estoy refiriendo a los anticuerpos, disciplinados y equipados en la persecución y en la inmovilización de determinados agentes de una infección. ¿De dónde salen?, ¿Quién los enrola?, ¿Cómo se adiestran?, ¿En que forman reconocen a un contrario al que nunca han visto?.
Como una ola devoradora los macrófagos acen sobre las bacterias para matarlas indefectiblemente. Hay dos tipos: los monocitos para las infecciones cronicas y los neutrófilos para las enfermedades agudas. (Rep. Trujillo)
La primera respuesta fue intentada en 1948, por la científica sueca Astrid Fagreus, quien dijo que los anticuerpos surgían de células provistas de un gran protoplasma. En 1956, el norteamericano Alberto Kuns comprobaba esta hipótesis que lejos de disminuir las interrogantes, las multiplicaba. ¿Quién era el responsable del entrenamiento genético de estos reclutas que al nacer conocían al dedillo sus técnicas de milicianos infalibles?. Ya era del dominio general que los macrófagos, que no hacían más trabajo que el devorar a los extraños, tenían el don de desplazarse por la sangre con seudópodos como las amibas. Habían otros glóbulos blancos flemáticos, indiferentes en apariencia que incapacitados para autoimpulsarse, parecía ver los toros desde la barrera.
Se trataba de otros miembros de esa familia denominados linfocitos. La investigación se centro en ellos, a sabiendas de que son muy raras las veces en que la naturaleza hace algo por razón de gusto. Estos nuevos individuos fueron divididos entre los linfocitos T, que serían descendientes de los que inicialmente se formaran en la glándula timo y los linfocitos B, que tienen su cuna en la médula de los huesos y en algunas vísceras. Precisamente, Baruj Benacerraf, el único premio Nóbel nacido en Venezuela, acumuló los meritos para esa distinción, explorando estos niveles de nuestras defensas inmunológicas.
Hoy se sabe que cuando el linfocito T capta un antígenos, es decir, la fisonomía exterior de un intruso, segrega unas sustancias de alarma llamadas linfocinas, las cuales atraerán concentraciones de otros glóbulos blancos al sitio de la infección, donde los vasos se dilataran cuanto puedan para transportan dosis extras de sangre, al tiempo que se caliente y se enrojecen. Durante una acción que colaboran los macrófagos, los linfocitos T les dan a los linfocitos B el retrato de delincuente, a fin de que prepare los soldados o anticuerpo apropiados contra él. En realidad los anticuerpos son un molde en que el microbio encaja a la perfección y dentro del cual queda atrapado.
Se puede deducir que los linfocitos B hacen el papel de padres y de sargentos pues engendran las criaturas y las ejercitan paras la guerra. Los linfocitos T son como generales en jefe que hacen lo necesario para crear las divisiones que les hiciere falta. Resulta curioso aunque sea lo más naturales, que táctica esencial de los anticuerpos e la protección de la vida y la salud, se rija por principios propios de la ciencia físico-química. La razón de que la horma y el molde, o sea, el antígeno y el anticuerpo se busquen a pesar de su antagonismo, está en el hecho que tienen polos eléctricos opuestos. Por eso se acercan como un de enamorados, a los que no les importa el riesgo de que les aguarde el matrimonio.
Se trataba de otros miembros de esa familia denominados linfocitos. La investigación se centro en ellos, a sabiendas de que son muy raras las veces en que la naturaleza hace algo por razón de gusto. Estos nuevos individuos fueron divididos entre los linfocitos T, que serían descendientes de los que inicialmente se formaran en la glándula timo y los linfocitos B, que tienen su cuna en la médula de los huesos y en algunas vísceras. Precisamente, Baruj Benacerraf, el único premio Nóbel nacido en Venezuela, acumuló los meritos para esa distinción, explorando estos niveles de nuestras defensas inmunológicas.
Hoy se sabe que cuando el linfocito T capta un antígenos, es decir, la fisonomía exterior de un intruso, segrega unas sustancias de alarma llamadas linfocinas, las cuales atraerán concentraciones de otros glóbulos blancos al sitio de la infección, donde los vasos se dilataran cuanto puedan para transportan dosis extras de sangre, al tiempo que se caliente y se enrojecen. Durante una acción que colaboran los macrófagos, los linfocitos T les dan a los linfocitos B el retrato de delincuente, a fin de que prepare los soldados o anticuerpo apropiados contra él. En realidad los anticuerpos son un molde en que el microbio encaja a la perfección y dentro del cual queda atrapado.
Se puede deducir que los linfocitos B hacen el papel de padres y de sargentos pues engendran las criaturas y las ejercitan paras la guerra. Los linfocitos T son como generales en jefe que hacen lo necesario para crear las divisiones que les hiciere falta. Resulta curioso aunque sea lo más naturales, que táctica esencial de los anticuerpos e la protección de la vida y la salud, se rija por principios propios de la ciencia físico-química. La razón de que la horma y el molde, o sea, el antígeno y el anticuerpo se busquen a pesar de su antagonismo, está en el hecho que tienen polos eléctricos opuestos. Por eso se acercan como un de enamorados, a los que no les importa el riesgo de que les aguarde el matrimonio.
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