La Ciencia Amena. Arístides Bastidas.
Un día tal como hoy, 8 de Octubre de 1985
Un día tal como hoy, 8 de Octubre de 1985
Aunque es más pequeño y sus patas son cortas, el chita corre más que el caballo, porque tiene un espinazo mucho más flexible que le permite encogerse y alargarse como nunca podría hacerlo el equino. (Rep. Estrella)
No obstante la imponderables hazaña de haber fundado la vida, los seres unicelulares que aparecieran hace tres mil doscientos millones de años, estaban en el agua tan al capricho de los movimientos de ella, como el polvo de minerales disueltos. Las más emprendedoras de aquellas solitarias células debieron advertir que si adquirían el arte de la locomoción, multiplicarían las posibilidades de sobrevivir, de reproducirse y de perpetuarse. Entendían una razón de Perogrullo, como es la de quien es capaz de salir en búsqueda de su comida, tendrá más opciones contra el hambre, que quien se queda aguardándola en casa. ¿De que manera iban a resolver aquellos corpúsculos en la infancia de la biología el modo de ir y venir a donde más le conviniera?
Hay todavía descendiente de aquellos microscópicos y primigenio antepasados, que se alimentan de sustancias que por casualidad se aproximan a sus membranas o envolturas. Los encontramos entre los integrantes del plancton entre los cuales son contados los que pueden cambiar de hospedaje según su voluntad. Otros microorganismos adquirieron colas impulsadoras semejante a las de los espermatozoides. Otros asediados por la necesidad desarrollaron equivalentes a dos líneas de remos, semejante a las movidas por los antiguos forzados a galeras. Este modelo sería reiterado con las respectivas adaptaciones, en crustáceos como los camarones, los langostinos y las langostas.
La naturaleza no pareció conformarse con estos avances, pues en especies de un nivel superior seria los pulpos y los calamares, introdujo la retropropulsión a chorro. Dos de los brazos de esos moluscos expulsan el líquido a grandes presiones cada vez que persiguen una presa, buscan un cónyuge o se mudan para otra pensión. Unos seres con aspecto de lombrices y dotados de una espina cartilaginosa desde la cabeza hasta la cola, habrían de ser los precursores de la verdadera natación. Ondulado sus elásticos cuerpos se trasladaban a donde se lo ordenara su instinto de conservación y su sentido de la subsistencia. Me estoy refiriendo a las madres de las veinte mil especies de peces en el mundo de los vertebrados.
Hace seiscientos millones de años los primeros peces mostraban sus novedosas aletas, pero eran lentos y pesados. Las generaciones posteriores lograron las formas aerodinámicas, con las cuales hacen que el agua por donde pasan los empujes después. Así los primeros campeones de velocidad no surgieron en las olimpiadas humanas, sino en los océanos, donde el atún alcanza la marca de cincuenta kilómetros por hora, el pez volador la de cincuenta y cinco kilómetros y el pez vela la de setenta y cinco kilómetros. Hace mas de cuatrocientos millones de años, las arañas y los alacranes inauguraban en tierra la practica de caminar que se ha vuelto política en las piernas de cierto candidato a repetir.
Los sapos y los reptiles adoptaron la locomoción sobre cuatro patas aunque poco elegante, pues todavía marchan sobre sus barrigas, adelantando primero las dos extremidades de un lado después las dos del otro. Casi al mismo tiempo los insectos inventaron el vuelo inmediato se destaco entre ellos la libélula, que aun que no puede plegar las alas, logra hasta los setenta y cinco kilómetros por hora. Los mamíferos impusieron la marcha cruzada en que se adelanta la pata delantera izquierda y la pata trasera derecha y después hace lo mismo con las otras dos. Los ases de velocidad en tierra son frágiles pues se cansan pronto. Tal es el caso del leopardo chita que alcanza ciento quince kilómetros por hora aventajado a los caballos de carrera que no pasan de los setenta.
Entre las aves rapaces se han establecido marcas de velocidad y de resistencia mas insuperables. Es el caso del águila real, que se desarrolla largos vuelos a ciento veinticinco kilómetros por hora. Mas asombrosa en este sentido otra ave rapaz, el halcón peregrino en las zonas boscosas del este de Norteamérica. En el ocaso de una paloma llega al tope de ciento cincuenta kilómetros por hora que puede extremar hasta los doscientos ochenta kilómetros por hora cuando se lanzan en picada desde alturas de cinco kilómetros. Obsérvese que el hombre se ha copiado de la naturaleza sus sistemas de transporte con la sola excepción de los que son a base de ruedas.
No obstante la imponderables hazaña de haber fundado la vida, los seres unicelulares que aparecieran hace tres mil doscientos millones de años, estaban en el agua tan al capricho de los movimientos de ella, como el polvo de minerales disueltos. Las más emprendedoras de aquellas solitarias células debieron advertir que si adquirían el arte de la locomoción, multiplicarían las posibilidades de sobrevivir, de reproducirse y de perpetuarse. Entendían una razón de Perogrullo, como es la de quien es capaz de salir en búsqueda de su comida, tendrá más opciones contra el hambre, que quien se queda aguardándola en casa. ¿De que manera iban a resolver aquellos corpúsculos en la infancia de la biología el modo de ir y venir a donde más le conviniera?
Hay todavía descendiente de aquellos microscópicos y primigenio antepasados, que se alimentan de sustancias que por casualidad se aproximan a sus membranas o envolturas. Los encontramos entre los integrantes del plancton entre los cuales son contados los que pueden cambiar de hospedaje según su voluntad. Otros microorganismos adquirieron colas impulsadoras semejante a las de los espermatozoides. Otros asediados por la necesidad desarrollaron equivalentes a dos líneas de remos, semejante a las movidas por los antiguos forzados a galeras. Este modelo sería reiterado con las respectivas adaptaciones, en crustáceos como los camarones, los langostinos y las langostas.
La naturaleza no pareció conformarse con estos avances, pues en especies de un nivel superior seria los pulpos y los calamares, introdujo la retropropulsión a chorro. Dos de los brazos de esos moluscos expulsan el líquido a grandes presiones cada vez que persiguen una presa, buscan un cónyuge o se mudan para otra pensión. Unos seres con aspecto de lombrices y dotados de una espina cartilaginosa desde la cabeza hasta la cola, habrían de ser los precursores de la verdadera natación. Ondulado sus elásticos cuerpos se trasladaban a donde se lo ordenara su instinto de conservación y su sentido de la subsistencia. Me estoy refiriendo a las madres de las veinte mil especies de peces en el mundo de los vertebrados.
Hace seiscientos millones de años los primeros peces mostraban sus novedosas aletas, pero eran lentos y pesados. Las generaciones posteriores lograron las formas aerodinámicas, con las cuales hacen que el agua por donde pasan los empujes después. Así los primeros campeones de velocidad no surgieron en las olimpiadas humanas, sino en los océanos, donde el atún alcanza la marca de cincuenta kilómetros por hora, el pez volador la de cincuenta y cinco kilómetros y el pez vela la de setenta y cinco kilómetros. Hace mas de cuatrocientos millones de años, las arañas y los alacranes inauguraban en tierra la practica de caminar que se ha vuelto política en las piernas de cierto candidato a repetir.
Los sapos y los reptiles adoptaron la locomoción sobre cuatro patas aunque poco elegante, pues todavía marchan sobre sus barrigas, adelantando primero las dos extremidades de un lado después las dos del otro. Casi al mismo tiempo los insectos inventaron el vuelo inmediato se destaco entre ellos la libélula, que aun que no puede plegar las alas, logra hasta los setenta y cinco kilómetros por hora. Los mamíferos impusieron la marcha cruzada en que se adelanta la pata delantera izquierda y la pata trasera derecha y después hace lo mismo con las otras dos. Los ases de velocidad en tierra son frágiles pues se cansan pronto. Tal es el caso del leopardo chita que alcanza ciento quince kilómetros por hora aventajado a los caballos de carrera que no pasan de los setenta.
Entre las aves rapaces se han establecido marcas de velocidad y de resistencia mas insuperables. Es el caso del águila real, que se desarrolla largos vuelos a ciento veinticinco kilómetros por hora. Mas asombrosa en este sentido otra ave rapaz, el halcón peregrino en las zonas boscosas del este de Norteamérica. En el ocaso de una paloma llega al tope de ciento cincuenta kilómetros por hora que puede extremar hasta los doscientos ochenta kilómetros por hora cuando se lanzan en picada desde alturas de cinco kilómetros. Obsérvese que el hombre se ha copiado de la naturaleza sus sistemas de transporte con la sola excepción de los que son a base de ruedas.
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