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octubre 31, 2009

Sin comprobación experimental la sospecha de es alergia el desacuerdo que suele haber entre las suegras y sus yernos.

Hasta comienzos del siglo los seres humanos sufrieron la mas curiosa de todas las enfermedades, sin identificarla en lo mas mínimo y confundiéndola mas bien con padecimientos conocidos. El enigmático mal sigue aun por igual sus caprichosas consecuencias, rayanas en muerte muchas veces. Se dice que fue la causa indirecta de la muerte de los médicos de cabecera de Enrique VII, el que mataba a sus esposas y el de Solimàn El Magnífico, que amó a la suya hasta después de muerte. El primero hizo castigar con la última pena al facultativo de confianza, por su incompetencia en tratarle un asma aguda; y el segundo le cobró así a su galeno la ineficacia de sus recetas para sanarle una urticaria a la sultana.

La urticaria, las vejigas y las ulceraciones alérgicas se deben a que el exceso de histamina permeabiliza las paredes de las arteriolas, haciendo que por ellas se desparrame bajo la epidermis u otro tejido, el suero sanquíneo.

Ninguno reos más inocentes a pesar de la real sentencia condenatoria, porque los pacientes sometidos a su examen, tenían alergia, una palabra que habría de establecerse sólo en 1906, cuando el alemán Clemens Von Pirquet la creara para apellidar ciertas respuestas anómalas del cuerpo humano. El término está hoy universalizado en la ciencia hipocrática del mundo, con sus dos raíces griegas: Allos: otro y ergon: reacción, que significa reacción diferente. En efecto, esta lesión se caracteriza por el hecho de que el cuerpo humano no reacciona bien sino mal o muy mal a la ingestión de sustancias inofensivas.

Hoy se aplican a la espalda del paciente, parches contentivos de la sustancia sospechosa. Los responsables son descubiertas por la mancha roja que dejan en el lugar donde fueron puestas.

En los años de 1920 los médicos estaban al tanto de que el las épocas en que bosques y arboledas impregnaban el aire de polen, se multiplicaban los enfermos de las vías respiratorias superiores. Sus fosas nasales se convertían en manaderos de agua y moco. Estornudaban copiosamente, sentían malestar y dolor de cabeza en los casos extremos. No tardaron de explicarse el mecanismo inicial de tal sintomalogía. La inmensa mayoría de las personas no sentían ningún trastorno cuando las partículas de polen entraban en las narices. En cambio había una minoría de individuos, en quienes surgían los signos anotados con una intención defensiva.

Habitualmente las mucosas segregan una saliva espesa semejante a la baba, para atrapar en la misma y neutralizar los corpúsculos intrusos, vivientes como las bacterias o inertes como el polvo. El estornudo tiene el propósito de expulsar por las malas a tales intrusos. Esto es lo que ocurre sin que nos demos cuenta, cuando somos sanos. Cuando solomos alérgicos esa respuesta es desmesurada, digna de ser comparada con el intento de Matar un zancudo a tiros de ametralladora. En este caso los centinelas del sistema inmunológico han dado una alarma hiperbólica, cuyas consecuencias se vuelven contra la fortaleza que estaban llamados a cuidar.

Por nuestra sangre circulan ejércitos de celosos anticuerpos, que nos protegen de las agresiones eternas. Si se hallan en un organismo sensibilizado a sustancias, que para el resto de la gente son inocuas, los anticuerpos inician una batalla cabalmente innecesaria y perjudicial. Durante la misma las células vecinas se alteran segregando heparina, acetilcolina y sobre todo histamina.

Ella es ordinariamente nuestra aliada, pues instalada en nuestros tejidos y especialmente en pulmones e hígado, dilatan los vasos capilares cada vez que hay que bajar la presión arterial. Pero el exceso de ella durante estos choques, puede incluso determinar casi un estancamiento en la sangre venosa, el cual conduce a una muerte apresurada.

Este grave accidente lo han sufrido personas que se inyectaron penicilina aunque era alérgica a ella. Existen alrededor de trescientas sustancias alérgenas entre la que además del polvo. Se cuenta los mariscos, pescados, algunas carnes, fresas, leche, frutas, huevos, quesos, chocolates, verduras, cientos fármacos, detergentes, colorantes, plumas, pelos, lana, sudor de ciertos animales, picadas de insectos y pare usted de contar. Las emanaciones de algunas pinturas frescas pueden estrechar la luz de los bronquios, congestionarlos de moco y causar dificultades respiratorias a veces peligrosas. Aunque se acepta que un alérgico puede desatar su mal con solo pensar en la sustancia dañina, no se ha comprobado que sean por alergia los desacuerdos entre suegras y yernos.

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