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junio 13, 2007

La investigación bioquímica busca para utilizarlas en los humanos, la vacuna universal que protege la envidiable salud de los tiburones.

La investigación científica ha revelado el dato impresionante de que ni las bacterias ni los virus pueden nada contra los tiburones.


Hace tiempo que el hombre empezó a buscar en el océano sustancias que lo ayudaran a defender su salud y su existencia. Los de mi generación recordamos con horror cucharadas de aceite de hígado de bacalao que nuestros padres nos obligaban a tomar en nuestra niñez. En la época se sabía que el producto extraído del conocido pez, era muy bueno para el crecimiento y contra el raquitismo. Lo que se ignoraba era que esas propiedades se debían a su alto contenido en vitaminas A y D. Hace unos años comenzó de las prostaglandinas, compuestos que cumplen funciones importantes en nuestro cuerpo pero son como fantasmas inasibles que no se dejan atrapar.

Cuando la ciencia domine sus mecanismos de acción y las sintetice artificialmente, es probable que emerja una nueva revolución terapéutica, con signos acaso más sobresalientes que la habida con los antibióticos. Se ha demostrado que las prostaglandinas actúan en el descenso de la presión arterial, en el desarrollo de las contracciones uterinas durante el parto, en la disolución de coágulos infartantes y en la estabilización de los nervios. Pues bien, en el Mar de los Sargazos se hallaron unas fibras de las que están extrayendo las prostaglandinas en cantidades muy superiores, a las de los pocos gramos que se sacaban antes de algunos animales. Los laboratorios Upjon de los Estados Unidos esperan conseguir una potente droga por esta nueva vía.

Por otra parte, en un laboratorio especial del Instituto de la Industria Pesquera y de Oceanografía de Moscú, se han obtenido medicamentos activos a partir del plancton del mar. Los mismos están ya comercializados en la Unión Soviética y se aplican para eliminar el pus de las heridas, acelerar su cicatrización, desintoxicar el hígado y para bajar los niveles de esa fuente de la angustia moderna que es el colesterol. Del cohombro del Japón, equinodermo marino se obtiene un elíxir regulador de la tensión arterial, estimulante del metabolismo, supresor del cansancio cardíaco y acelerador de la recuperación de los convalecientes.

La historia nos dice que el arquitecto Ti del antiguo Egipto murió depuse de comerse un pez tambor, el cual lo envenenó con una sustancia detectada en su momia por los bioquímicos después de treinta y cinco siglos. Ellos saben aislar del expresado animal y de otros cuarenta que se defienden de sus depredadores con esa arma, el componente fatal que es la tetrodotoxina. Esta trabalenguas es l nombre de un veneno que eclipsó los poderes del curare, pues es cien mil veces más mortal. Dosis infinitesimales de este compuesto se están empleando ya como calmantes menos tóxicos que la indulgente aspirina y como anestésicos de mayor acción y de menos secuelas en los quirófanos.


Pastillas hechas con derivados de la sangre de moluscos obran con una acción mil veces superior a la de la nitroglicerina, sobre la circulación sanguínea.


En pulpos, jibias y medusas la industria de los psicotrópicos consigue la materia prima de un tranquilizante con el cual las personas aunque sean extremadamente nerviosas, pueden oír con mayor indiferencia el estrépito de un gran aeropuerto, o del complejo de maquinarias de una fábrica.

En el curso de estas búsquedas tanto los investigadores soviéticos como los norteamericanos recibieron la más inesperada sorpresa: los tiburones jamás de se enferman de nada porque como se comprobara poseen anticuerpos competentes para demoler a cualquier bacteria o virus que los atacara. Como se sabe nosotros elaboramos anticuerpos que eliminan sólo a un determinado germen pero que dejan tranquilos a los demás.

Huelga decir que si le quitáramos prestado ese fabuloso don profiláctico a los escualos, poseeríamos la vacuna universal contra todas las infecciones. Aunque en este camino la bioquímica se ha estacionado, se anotó un éxito al encontrar en el hígado de esos animales una compleja combinación química mejor que la cortisona contra las inflamaciones y superior como estimulante del corazón, a todos los que se venden en la farmacia.

Los soviéticos hacen experimentos con el gas de un chorro que despide un pececito del Mar Rojo para inmovilizar de súbito las fauces abiertas del tiburón que las hubiera abierto en el vano intento de comérselo

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