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diciembre 08, 2004

Tomamos del potasio 40 y del hidrógeno llamado tritio la secreta radioactividad que despide nuestro cuerpo.

La Ciencia Amena. Arístides Bastidas.
Un día tal como hoy, 8 de Diciembre de 1982



Sin su entrenamiento y sus facultades creativas, los Joliot Curie no habrían podido aprovechar la casualidad que les permitió descubrir la radiactividad artificial. (Rep. Estrella).


Aunque las radiaciones Alfa viajan a 18.000 km por segundo, una hoja de papel bastaría para detenerlas. .

En el 1934, los Joliot-Curie abrían una nueva era en el arte de manipular el núcleo infinitesimal de los átomos a fín de despojar los parcialmente de su energía radiactiva y de transmutarlos. El año indicado, ellos vieron con ojos embelesados como una placa de metal de aluminio se transformaba en otra del metaloide fósforo, por efecto de un bombardeo de partículas alfa a que la habían sometido. Pero, la expresada converción era algo que se podía esperar desde que Rutherfur hiciera el admirable experimento, en el que trocara al nitrógeno en oxígeno. Lo que hacía palpitar alegremente el corazón de los dos investigadores, es que el nuevo elemento seguía activo de la reacción.

Sabían eso, porque el detector Gaiger estaba agitado como si hubiera puesto en presencia del uranio, del radio o del Actinio. La radioactividad natural era conocida desde 1896, cuando Beckerel la descubriera. Posteriormente los físicos comprendieron que el fenómeno de la radioactividad acontecía normalmente en los elementos más pesados a partir del bismuto. ¿Pero, de donde surgía esta radiactividad emitida ahora por el liviano fósforo? Pronto los Joliot-Curie se convencieron de que era posible la radioactividad artificial, que no otro había sido el hallazgo con el que se ganaría en el Premio Nobel.

A partir de la publicación de su trabajo, no hubo un laboratorio de física en Europa y en EE.UU. donde no se repitiera la experiencia. Otros equipos de físicos y de químicos, empezaron a bombardear el resto de los elementos, confirmando que al admitir cualquier partícula, un neutrón, un protón o una alfa, todos se volvían inestables. Como si quisieran deshacerse de la partícula intrusa, despedían diferentes tipos de radiaciones. Así fue el nacimiento de los isótopos radioactivos artificiales, los cuales se aplican rutinariamente en múltiples búsquedas de la medicina, de la biología, en la industria. Una muestra el empleo que se le da gama la tenemos en la extraviada cápsula con que una empresa detectaba el petróleo oculto bajo la tierra y la cantidad de agua que lo pudiera acompañar.

Ya sabemos que con el yodo radiactivo se estudian los efectos de la glándula tiroides. Fue con este derivado atómico que De Venanzy y Roche hicieron su estudio sobre el óxido endémico en Venezuela, esa enfermedad que puede conducir al cretinismo después que el paciente se le hincha del cuello hasta parecerse a una bola. Es también un isótopo artificial el cobalto 60, destructor de las células cancerosas a distancia, o el cesio radioactivo, que en envases no mayores que un grano de arroz se inserta en los tumores del útero a los cuales aniquila.

Con esos isótopos se hacen radiografías de muros de concreto armado o de las partes metálicas de los motores, para asegurarse de su absoluta compactación. Tal recurso se usa también para precisar la cantidad de hidrocarburos que se están transportando a través de una tubería. Por otra parte, se ha ensayado la acción mutante de los isótopos radioactivos sobre los genes de plantas agrícolas y los de animales de cría. En Maracaibo se han obtenido mejores semillas de sorgo con este procedimiento. Las radiaciones libran a las carnes de toda corrupción, porque durante años ellas marcan a los gérmenes antes de que se hospeden en el producto. En este sentido a hay el inconveniente de riesgo de esas radiaciones en la carne del bisteck que nos comiéramos.

El avance de la investigación nuclear permitió establecer la existencia de isótopos radiactivos naturales, entre los elementos livianos. Eso se supo al señalar que tienen esas características el potasio 40, del que tenemos una buena dotación en nuestro cuerpo; el carbono 14, famoso para medir la edad de los fósiles orgánicos, pero no la de viejos coquetos, porque no actúa en los seres vivos; y el tritio, o hidrógeno con un protón y dos neutrones en su núcleo, cuya radioactividad nos bebemos a cada momento aunque sea en proporciones ínfimas. Digo esto, porque hay cinco átomos del tritio en cada trillón de átomos de hidrógeno en el agua del planeta.





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