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diciembre 08, 2004

La única guerra existente en el mundo de los animales es la de las ponéridas contra las termitas.

La Ciencia Amena. Arístides Bastidas.
Un día tal como hoy, 8 de Diciembre de 1983

Entre las ponéridas de Australia está la especie Myrmecia, cuyas mandíbulas son tan grandes y poderosas que harían sangrar la piel de un hombre en el lugar donde lo picara.

En líneas generales sólo ciertos los hábitos de una alta evolución social, atribuidos a las hormigas, que como se ha revelado recientemente, son capaces de producir sonidos en el probable intento de transmitir mensajes. Si esta hipótesis se confirma, habrían sido estos heminópteros los primeros seres vivos en utilizar la voz para comunicarse. Pero como toda familia, en esta que es la de los formícidos, hay ramas superdotadas y ramas subdesarrolladas. No obstante, entre estas últimas conseguimos también conductas que nos hacen recordar las elaboradas por seres inteligentes. Dicho éxito, hablaremos de las ponéridas, hormigas del Nuevo y del Viejo Mundo que con respecto a la que conocemos, como el Homo Erectus frente al presumido Homo Sapiens



Las ponéridas del vecino país de Panamá puede alternar su dieta de insaciable carnicera con la que le puede ofrecer una fruta con sus energéticos azúcares. (Rep. J. Grillo).

Pero las ponéridas llevan hoy, después de más de 300 millones de años, una existencia tan exitosa como la de sus parientes más adelantadas. Esto es como si dijéramos que el lejano Pithecanthropus tuvieran una próspera sobrevivencia en los días de su congénere, el autor de la era atómica y de los vuelos especiales. Así las ponéricas, que no saben ni cavar palacios subterráneos, ni hacer cultivos agrícolas, ni pastorear ganado, ni edificarse viviendas de cartón los distintos grupos de su más aventajadas hermanas han logrado perpetuar sus especies, mediante artes entre las que incluyen la guerra, por la necesidad de subsistir y no por el deseo de exterminar a nadie.

Estas hormigas establecen sus residencias colectivas debajo de las piedras, en los troncos de árboles carcomidos, o bajo los restos vegetales en la superficie de los suelos. Parece que tiendan a la vida individual y que si se agrupan es por la única razón de que así se facilitan sus arduas búsquedas de cazadoras. En efecto sus destacamentos relativamente pequeños, pues no suelen pasar de un centenar de insectos, tienen en su vanguardia a soldados de hasta tres centímetros de longitud, fuertemente protegidos por corazas quitinosas y armados con afiladas tenazas. Son tan sólidas y robustas que con las mismas pueden inmolar a ciempiés, arácnidos e insectos que se pongan a su alcance.

No deben confundírseles con las "marabuntas", que pertenecen al género Ecitón y que deben su fama, a su capacidad para arrasar todo lo orgánico de procedencia animal que encuentren durante las marchas de sus ejércitos constituidos por millones de individuos. Entre las ponéridas no hay nodrizas, pero sí obreras que además de transportar las piezas cobradas, las dividen en trocitos. Parte de estos son puestos al alcance de las larvas, que tienen dientecillos para morder y roer sus alimentos. Ellas las toman por sí mismas, al contrario de las restantes, que se morirían de hambre si no tuvieran ayas que les dieran el biberón.

Las larvas de las ponéridas se caracterizan también por un precoz instinto de conservación, que las hace estirar los cuellos en posición defensiva, cuando hay alguna alarma. La autonomía de estos insectos comienza, como se ve, en sus fases más embrionarias. Cuando dentro de la ninfa alcanzan su diseño de adultos, rompen ellos mismos la envoltura, igual que los pollos con el cascarón. Son estas hormigas las que realmente se merecen el título de guerreras. Al menos ése es el caso de ñlas qye descubren un nido de termitas, las cuales, como se sabe, cuentan con combatientes provistos de mandíbulas semejantes a cimitarras y de lanzadores de sustancias nocivas contra sus enemigos.

Pues bién, las ponéridas entablan el duelo cuerpo cuerpo de sus ejércitos contra los de la fortaleza atacada. La lucha es dura y la batalla larga, pero al final, los soldados de las ponéridas retornan a sus refugios, llevando entre sus tenazas los cuerpos vivos de sus prisioneros. Estos son de inmediato degollados en los campamentos en los que cada quien recibe una ración de proteínas frescas, suficiente para calmarles el apetito durante un par de días. Cuando el hambre vuelve a insinuar, intentarán nuevas batidas para abastecerse su despensa de feroces carniceras. Aunque sea esta la única guerra entre los ejércitos de los órdenes de animales, su misión, con todo lo dramática que nos parezca, es la de controlar la exagerada proliferación de esas medio hermanas de las libélulas que son las termitas.




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