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noviembre 02, 2004

Un tejedor anónimo hace con ultrafinos hilos de la fibrina las redes de la coagulación.

La Ciencia Amena. Arístides Bastidas.
Un día tal como hoy, de Noviembre de 1984.

Una gota de sangre no es tan inerte pues es como un mini-lago poblado por innumerables seres vivos (Rep. Aguilera)

Desde los días de la prehistoria los hombres miraron con desconcierto, el fluido escariata que escapaba aprisa y a borbotones, de las heridas en grandes vasos como los del cuello y los de las femorales. Sabían que el espeso líquido transporta el soplo de la vida porque ésta se extingue en quien lo perdiera. Entre los egipcios hubo sacerdotes que se preguntaron, por qué a través de una herida pequeña, no se salía toda la sangre, como el agua de una jofaina que se saliera toda por un simple agujero. En el siglo XV Harvey trataba de explicar científicamente el fenómeno. En la antigüedad y en el medioevo la coagulación era conocida tanto como ahora.

Todos sabían que las aberturas leves en la piel se tapaban automáticamente con parte de la sangre que emanara inicialmente. Era claro que el cuerpo tenía un sistema de detección de estas emergencias y un servicio de reparación provisional de las averías, seguido de otro encargado de la definitiva cicatrización. Pero, ¿Cómo funcionaba aquello? ¿Cuáles eran los mecanismos para dar alarma y quiénes eran los albañiles que tan oportunamente remendaban la rotura? En el siglo XVII los exploradores de la circulación, creyeron que el recién inventado microscópico les iba a dar la clave para responder tales interrogatorios. Era fundado el optimismo por lo que habían logrado ver en una sola gota cien y doscientos veces aumentada.

Fases principales del bloqueo de una herida: vaso lesionado, aglutinación plaquetaria, formación de coágulos de fibrina, aparece la fibrina, se retrae el coágulo (Rep. Aguilera)

A través del microscopio la gota aparecía como un minúsculo lago nutridamente poblado de formas vivas, entre los cuales estaban los que ahora conocemos como glóbulos rojos, glóbulos blancos y plaquetas. Sin embargo aquellos investigadores incipientes tuvieron que desilusionarse al examinar los coágulos con el mismo instrumento. Observaron de cerca la coagulación de la clara de huevo, con la esperanza de encontrar afinidades con la sangre. Al hacer las comparaciones sufrieron otra frustración, pues mientras la clara se solidificaba con el calor, la sangre lo hacía a cualquier temperatura. Los modernos microscópicos finalmente ayudaron a despejar, aunque no del todo, este camino.

Con ellos establecieron los niveles medios de células sanguíneas que debemos poseer cada milímetro cúbico: seis mil glóbulos blancos, cinco millones de glóbulos rojos y trescientos mil plaquetas. Aunque los primeros dedicados a la acción protectora de nuestro cuerpo, no intervienen en otras funciones, los glóbulos rojos tienen un papel pasivo en contraste con el papel activo de las plaquetas en la coagulación. Las fases de este proceso son de una complejidad tal que algunas permanecen ocultas, incluso a través de los potentes aparatos electrónicos, que dan hasta cinco millones de aumento. No obstante, hay interesantes pasos de la ciencia en las tinieblas de ese campo.

Cuando un vaso se rompe, las plaquetas desencadenan en sus bordes, una reacción en la que participan diferentes enzimas, con las cuales una sustancia, el fibrinógeno procedente del hígado, se transforma en una proteína de nombre fibrina. Previamente habrán intervenido en el proceso átomos eléctricamente cargados de calcio, aportados por el plasma, parte líquida de la sangre. Finalmente invisibles artesanos textiles, tejen una red de hilillos sacados de la fibrina. En esa red se hace una verdadera pesca de glóbulos de ambos colores. Todo este material se cohesiona a los seis minutos para bloquear la puertecilla accidental o indebidamente abierta. Más tarde el coágulo se solidifica, expulsando la humedad del suero o agua mineralizada que no necesita.

Hoy se denominan factores a los componentes que aparecen en las ochos fases de la coagulación. Los factores VII y VIII se extraen de las transfusiones para tratar a los hemofílicos que carecen de ellos. Esta curiosa enfermedad caracterizada porque el paciente se puede desangrar del todo por cualquier agujero, se atribuyó en el siglo pasado, a la degeneración de familias plebeyas, se restaban potencialidad genética que surge durante los cruce de sangre extrañas. Le da sólo a los hombres, y las mujeres son portadoras sanas de ella. El enigma de su formación y de su tratamiento curativo se resolverá cuando la hayamos arrancado a la naturaleza, sus secretos en el arte de la coagulación.

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