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octubre 14, 2004

El jaguar se toma todo su tiempo en la preparación del ataque pero cuando lo ejecuta gasta sólo una fracción de segundo.

La Ciencia Amena. Arístides Bastidas.
Un día tal como como hoy, 14 de Octubre de 1983

El Yaguar con "y", que es como debe decirse, es el único de los felinos que además de rugir, sabe maullar como los gatos caseros. Le debemos a uno de esos encomiables cazadorez que no usan escopetas sino cámaras fotográficas, esta toma del tigre americano en aceho.

La prueba de que en un remoto momento de la tierra, África y América estuvieron juntas, está en el parentesco científicamente establecido de animales que moran en ambos continentes, separados hoy por la inmensidad del mar. Uno de esos irracionales del nuevo Mundo, con primos que jamás conocerán residenciados en el viejo mundo, es el tigre de estos lares, por cuya sangre corren los genes de los leopardos, sus medios hermanos. Este felino debió ser un caminador infatigable durante la prehistoria, pues se ramifico en la extensa franja que va desde los bosques de California hasta las Pampas argentinas, en las vecindades del río Paraná.

La denominación de jaguar con que se le conoce, es derivada de la voz aborigen yaguara, que significa literalmente, animal que se abalanza sobre su presa. En efecto, este gato aplica una meditada estrategia con el fin de ahorrarse las calorías que tendrían que gastar sí improvisara la búsqueda de su alimentación de carnívoros, absolutamente antivegetariano. Pisando con las mullidas almohadillas de sus patas, los dedos en alto y las filosas hoces de sus garras completamente ocultas, se mueve en el mayor silencio. Con su finísimo oído advertirá sin equivocarse al incauto herbívoro que ubicara con la agudeza de una mirada fija y expectante.

Sí el cuadrúpedo que va a inmolar en un báquiro, su plato predilecto, un chigüiro o un venado, se le aproximará contra el viento para impedir que lo olfateen y desde luego, sin dejarse ver. En está situación renunciará a la prisa porque sus hábitos de excelente cazador le indican que los pasos sigilosos casi arrastras, son lo que más le convienen. De súbito, y cuatro o cinco metros de distancias, saltará sobre la desprevenida victima, a la que beneficiará con un sólo y relampagueante zarpazo. Se aficiona también a la gran cacería, sacrificando piezas mucho más grandes y pesadas que él. Su longitud puede ser hasta dos metros con sesenta centímetros incluyendo la cola. Los hay corpulentos con cientos diez kilos y sesenta centímetros de alzada en la cruz.

Como todos los felinos, sus huesos y sus músculos constituyen un acabado sistema de poderosos y flexibles resortes. Cuando el animal que están velando es un vacuno o un caballo, cambian la táctica. Lo aguardan ocultos en el ramaje de un árbol o sobre un promontorio, desde donde caen sobre el dorso de la pieza asiéndola con la garra delantera derecha por el hocico para torcerle el pescuezo, al tiempo de que con la presteza de un sabio neurocirujano, clavan las dagas de sus colmillos sobre las vértebras cervicales, para partir la médula espinal y paralizar al cuadrúpedo ya que así es cortada la comunicación entre el cerebro y los músculos.

Los jaguares tienen un olor tan característico y temible, que en aldeas del llano los burros más flojos marchaban a toda carrera, cuando los campesinos que los cabalgaban se untaban en el dedo índice una pequeña cantidad de manteca del nombrado carnicero que hacían olfatear al asno cada vez que intentaban disminuir sus pasos. No se puede decir de los machos que sean muy galantes con sus hembras, pues cuando atienden el llamado de los bramidos de su celo, intentan de inmediato la cópula reproductiva, mientras que ellas, féminas al fin, fingen rechazar inicialmente la embestida erótica de sus cónyuges.

Ellas pasan solas su embarazo y cuando nacen los cachorros, trece o catorce semanas después que los concibieran, los protegen al riesgo de sus propias vidas, pues son capaces de enfrentarse desafiantes a quien se los amenace. A las seis semanas empiezan el adiestramiento de los chicuelos en el arte de la caza, y cuando lo dominan bien se hacen independientes. A los dos años estarán aptos para contribuir a la multiplicación de su especie, amenazada por la extinción debido a la brutal persecución de que han sido objeto desde los días desgraciados de la conquista. En las selvas y en las arboledas sabaneras del llano y la Guayana, quedan contados ejemplares, salvados del sadismo de los rifles con miras telescópicas, por la costumbre que tienen de alejarse lo más que posible a las zonas a donde llega el hombre, al que identifica por el ruido atropellante que lleva a todas partes.


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