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octubre 07, 2004

El hombre que sólo es atrevido carece de perseverancia, una virtud que siempre acompaña al que es de verdad valiente

La Ciencia Amena. Arístides Bastidas.
Un día como hoy, 7 de Octubre de 1981

Hay una escuela de psicología que le atribuye el valor y al atrevimiento la disposición para conquistar una meta enfrentándose al peligro. Sin embargo, señala las apreciables diferencias que habría entre estas dos cualidades. El atrevido es capaz de poner en grave riesgo, en un momento dado, su vida, su tranquilidad y su bienestar personal y familiar, a cambio del objetivo que se ha trazado. Pero desmayará y se apagarán sus bríos ante la perspectiva de que la batalla se alarga o bajo el efecto de las primeras derrotas. El valiente en cambio persevera hasta vencer o sacrificar la existencia, luego de haberse apartado los intereses materiales en el choque con la adversidad.

La entreza y dominio de si mismo hicieron de José Félix Ribas uno de nuestros mas admirables y valientes próceres


En nuestra historia patria tenemos un ejemplo del hombre con valor en José Félix Ribas que abandona sus bienes y sus comodidades de mantuano rico, para asistir a la cita con su heroico destino. Ni siquiera en el momento de su cruel ejecución le falta temple, muy dueño de sí mismo y persuadido de que al perder la vida la está invirtiendo en la causa de la Independencia. En cambio fue sólo atrevimiento el de quienes en los años 60 se lanzaron a una lucha armada pero olvidaron los fines de la misma una vez que la perdieran desastrosamente. En resumen, el valor es una aptitud del espíritu, que se mantiene invicta en toda circunstancia y que permiten mantener la fe en los más abnegados ideales.

El valor tiene múltiples manifestaciones, entre las cuales están la firmeza para cumplir un cometido a pesar de un gran sufrimiento o la decisión de abrir un camino sin temor por la muerte, las amenazas y los vejámenes. La vida y la obra de Jesús simboliza muy bien este último caso. Guarda silencio piadoso por quienes lo burlan y lo azotan, con el objeto de complacer a los poderosos de los que son dóciles sirvientes. A veces el sentido del valor que quedó en el vació porque no había necesidad de ejercerlo. Fue de este tipo el papel que representaron los caballeros medievales cuando andaban por senderos errantes en busca de un rival para demostrar la grandeza de su arrojo en nombre de una dama aburrida en un lejano castillo.

Muestras de este valor subjetivo e inútil las encontramos también en los aristócratas del siglo XVIII que se batían en duelo por quítame estas pajas o en los pistoleros del oeste Norteamérica que hacían lo mismo para comunicarse la seguridad que les faltaba, cuando creían que había otro más rápido que ellos con el gatillo. Estas tergiversaciones del valor están desacreditadas en nuestro tiempo. Ello prueba no obstante que la noción de esta cualidad ha dependido en ciertos aspectos de las sociedades y de las pautas de conducta establecidas por ella. ¿Es el valor la ausencia de miedo o la facultad para controlarlo en todo momento?.

En su obra Impaciencia del Corazón, Stefan Zweig nos presenta un bizarro capitán que durante una guerra es condecorado varias veces por su temeridad frente al enemigo. Ahora bien, este héroe se colocaba frente a la línea de fuego por un remordimiento de conciencia. Una bella y dulce muchacha inválida se había suicidado enamorada de él. Este era un falso valor, porque el verdadero lo es por el merito del hombre que se sobrepone al miedo. En su inconsciente todo ser humano tiene grabada la orden de huir ante todo el peligro. El valor se puede demostrar intempestuosa. Pero el que se proyecta más es el que se ejerce fría y reflexivamente mientras se estudia el riesgo para enfrentarlo mejor.

Por último, hay un valor del que poco se habla: es el requerido para ejecutar un trabajo o una obra de arte sorteando inteligentemente todas las vicisitudes, incluso la incomprensión humana. Este valor consiste en una fe muy alta en sí mismo y en la búsqueda emprendida. Paúl Cezame pintando cuadros que sus contemporáneos rechazan y Beethoven que compone siete sinfonías a pesar de estar sordo, manifiestan ese otro valor. Nunca perderán vigencias estas frases de Makarenko: “La voluntad grande no es sólo tener el deseo de conseguir algo, sino de saber obligarse a sí mismo a renunciar a algo, cuando esto es necesario"

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