Traductor

octubre 19, 2004

El hierro fue en la antigüedad un vigoroso agente de cambio pero su más vitales servicios son los que presta en la sangre.

La Ciencia Amena. Arístides Bastidas.
Un día tal como hoy, 19 de Octubre de 1982.


Las concentraciones de 650 mg y 450 mg en cada kilo de morcilla y molleja de pollo respectivamente, son el micromundo, tan voluminosas como las que hay en el macromundo del cerro Bolívar.


En Numancia, la ciudad española cuyos habitantes prefirieron perecer en las llamas que rendirse ante Escipión, se desenterraron estas armas de hierro, hechas hace 22 siglos por los celtas. (Rep. Estrella)

No se puede indicar con exactitud, cuando fue que el hombre supo lo suficiente para iniciar el uso de hierro. En sus días de cavernícolas, lo había divisado en los meteoritos, los únicos que lo cargan en su estado nativo. Solo después de acumular experiencia en el manejo del estaño y del cobre, y de la aleación de ambos en el bronce, volvió sus ojos hacia aquellas estructuras densas y pesadas, mientras se disponía a ablandarlas mediante el fuego, para ponerlas a su servicio. Logro este objetivo, aunque no quedara satisfecho del todo, pues como la temperatura del carbón de leña era insuficiente para fusionar el hierro, solo podía moldearlo mediante la forja a golpes con algún instrumento precursor de los martillos modernos.

Ni siquiera Hipócrates con su esclarecida ciencia, pudo instruir la existencia de partículas infinitesimales de ese metal, navegando continuamente por la sangre con el encargo de transportar un gas tomado en los pulmones para que liberara la energía que los hace vivir. Se refiere que ese elemento mostró sus primeras bondades, en los átomos de casi todos los seres vivos; en los cuales sigue siendo imprescindible. El hierro, al igual que los demás metales, tiene moléculas de un solo átomo, que se compactan fuerte y estrechamente alcanzando la alta densidad a que debe su peso. El hierro que cupiera en el espacio de un litro, equivaldría a siete kilos, ochocientos cincuenta gramos.

Hoy son muy dominadas sus intimidades. Tiene el símbolo fe y ocupa la casilla 26 en la tabla de Mendeleiev. Está presente por cuatro hermanos o isótopos, que son, el 54, con 26 protones y 28 neutrones; y el 58, con 26 protones y 32 neutrones. Los antiguos, que a mediados del año 100 antes de nuestra era, empezaron la explotación de ese metal, ignoraban desde luego, que estuviera hecho por la agrupación de cropúsculos invisibles, que no otra cosa son los átomos. Los filesteos conocían el nuevo elemento que en sus primeros días fue más apreciado que el oro. Uno se pregunta ¿Por qué ese pueblo que disponía de un material tan contundente, permitió Sansón matara a mil de ellos con un arma tan subdesarrollada como una quijada de asno?

Muy lamentable, el principal empleo del hierro fue el de sustituto de bronce en la fabricación de lanzas y espadas. Hacia en 1100 a A. De C. el hierro se generalizaba en Grecia, que debió a este recurso las victorias bélicas con las que afirmara su poderío y extendiera por el mediterráneo y el Asia menor el amanecer de su avanzada cultura. Una evidencia de la estimación de los helenos por este metal la encontramos en el relato de Iliada, en que se premiaba con una bola de hierro a los competidores de una especie de olimpiada, que Aquiles organizo durante los funerales de Patroclo, su inmolado amigo.

Es extraño que los celtas o indogermanos, que propagaron el hierro en Europa, no lo aprovecharan para impedir el sometimiento de que fueron objeto por parte de los romanos. En el S. XIII, surgen fundiciones en que el metal líquido es vaciado en moldes para obtener determinados objetos. En el siglo XIV se daría un gran paso en la metalurgia, al incorporar en los hornos el carbón de piedra y mejorar la producción de acero, con un control más adelantado en la cantidades de carbono que debían añadirse al hierro para darle flexibilidad y hacerlo inoxidable. Tendría que llegar el siglo XX para que la industria descubriera que los óxidos de hierro podían darle lo más hermosos colorantes desde el verde, el amarillo y el ocre hasta el negro.

Hay oxido de hierro, la magnetita, con el don misterioso de atraer a los demás metales de Colon, pues servía para imantar las agujas orientadoras de las brújulas. Por cierto, que con éste elemento se cumplen cabalmente el dicho de que ‘’ no hay quinto mato’’. Digo esto, porque de los cuatro isótopos que ya cité, existe el hierro 59 (26 protones y 33 neutrones), elaborado artificialmente. Es un isótopo radiactivo y permitió el sorpresivo hallazgo, de que mientras los átomos de los distintos elementos se renuevan constantemente en nuestro cuerpo, como los pasajeros de un tren, los del hierro tiene visa de residentes. En efecto, cuando un glóbulo rojo muere, es desintegrado en el bazo, pero su hierro es enviado al hígado y hacia la médula de los huesos para ser reciclado en la composición de los nuevos glóbulos rojos.

No hay comentarios.:

Recientes publicaciones de otros blogs dedicados a Arístides Bastidas: