
Sin saberlo, la adversidad sufrida cuando tuvieron que dejar la existencia semiaérea, los había conducido a una situación, en la que se destacaban ventajas como la marcha bípeda, la fabricación de herramientas iniciada con el empleo de palos y piedras para defenderse y el arte de la caza que comenzara con tan precarias armas. A estas alturas y quizá por la falta de frutas que recoger en las heladas invernales, aquellos antepasados se habían vuelto omnívoros, incorporando a su mesa la carne de los pequeños animales, los únicos que hace millones de años podía atrapar con sus instrumentos, cada vez más diversificados y más útiles.

El hombre prehistórico pudo hacer herramientas por su capacida para juntar el pulgar con la yema de sus dedos. Este trabajo a su vez determinó el crecimiento de su cerebro.
Por el Africa Meridional corretearon, aunque con dificultad, hombrecitos con la tallas y el peso de niños de ocho a diez años. Su cerebro era desde luego mucho menos pesado, pero les bastaba para el desarrollo de una inteligencia, ostensiblemente superior a la de las criaturas que lo rodeaban, incluyendo sus corpulentos depredadores. Es probable que nuestros remotos antecesores utilizaran sus colmillos contra sus enemigos, como lo hacen los gorilas, pues no los necesitaban para su dieta exclusivamente arbórea. Sin embargo, los australopitecus que sabían protegerse con sus tácticas de superdotados de la selva y la sabana, sí utilizaban los caninos para desgarrar las presas y arrancarlas.
Hay dudas acerca de la descendencia de estos homínidos, pero no faltan científicos que consideran el llamado homo erectus, cuyos restos se han localizado al norte de Africa, en Java, en Pekín, como una especie hija de aquella y por supuesto, más adelantada. Su bóveda craneal era mayor que la de los enanitos que le precedieran, y su cerebro poseía zonas con que recordamos, planificamos, nos comunicamos y observamos cuidadosamente. Estas características habrían de ser muy determinantes en la predisposición a vivir en sociedad que tuvieron aquellos hombres de hace quinientos mil años.
Ellos crearon una variada utilería con piedra tallada y garrotes. En los estratos geológicos de ese período se han conseguido grandes tajadores de carne, lanzas y hachas que les servían para matar animales robustos como ciervos, rinocerontes y elefantes. Esta caza al por mayor reclamaba el trabajo colectivo y la necesidad de usar la voz para emitir señales audibles de precaución, de alerta, de ordenar el ataque, las cuales estuvieron entre las primeras palabras del primer lenguaje humano. En este nivel el hombre prehistórico diseñaba estrategias, como la de arrear hacia un precipicio o hacia un pantano al mamut o al reno que quería cobrar.
En resumen, el bípedo primitivo no afrontó la primera depresión al principio anotada, sino otras como la orfandad de la intemperie, su condición inerme ante el poder de sus depredadores, la carestía de alimentos cuando comía sólo las frutas y así sucesivamente, Supo superarlas todas disputándole las cuevas a los cuadrúpedos que las habitaban, aprendiendo a comer carne junto con los modos de conseguirla y a cambiar de hábitat desplazándose por las enormes extensiones de Africa, Asia y Europa. En fin, el hombre prehistórico se sobrepuso a sus contrariedades, luchando con exitosa tenacidad a fin de sobrevivir. De ese modo obligó a sus genes a crear un cerebro cada vez mayor y más competente, que no es otro que el que tenemos hoy.