La humanidad continuaría existiendo sus con sus penas y sus alegrías si se acabaran los hombres y dejarán a unas cuantas mujeres en la compañía de un pequeño un banco de espermatozoides; pero se extinguiría si sólo quedarán hombres provistos de un arsenal de óvulos. ¿Quién es más importante para la vida?
Sabemos perfectamente la crueldad de la naturaleza contra todo lo que no le sirva para perpetuar las especies, se ha la de los microbios, sea la humana. Por lo tanto ella no dudaría en hacer la elección más favorable en el hipotético caso extremo que hemos mencionado. Ante tal alternativa, la naturaleza prescindiría de nosotros después de quitarnos el licor seminal. Ya es posible que ellas conciban sin contacto con el varón, pero en el caso de que un óvulo aislado fuera fecundado, siempre necesitaría el vientre de la madre viva para que el feto progresara hasta convertirse en niño. Biológicamente, y en todos los demás órdenes, la inferioridad de la mujer es un mito. En primer lugar, detrás de los grandes hombres siempre ha habido una mujer que directa u o indirectamente los ha inspirado para su obra en los campos del pensamiento o de la acción. Aunque nos sintamos muy importantes, una sensación de desamparo y de invalidez nos posee cuando perdemos la mujer a quien siempre hemos amado y que nos entregó la acción de placer en el momento de sosiego y de la solidaridad en las emergencias que suelen acosar los hombres responsables.
Sabemos perfectamente la crueldad de la naturaleza contra todo lo que no le sirva para perpetuar las especies, se ha la de los microbios, sea la humana. Por lo tanto ella no dudaría en hacer la elección más favorable en el hipotético caso extremo que hemos mencionado. Ante tal alternativa, la naturaleza prescindiría de nosotros después de quitarnos el licor seminal. Ya es posible que ellas conciban sin contacto con el varón, pero en el caso de que un óvulo aislado fuera fecundado, siempre necesitaría el vientre de la madre viva para que el feto progresara hasta convertirse en niño. Biológicamente, y en todos los demás órdenes, la inferioridad de la mujer es un mito. En primer lugar, detrás de los grandes hombres siempre ha habido una mujer que directa u o indirectamente los ha inspirado para su obra en los campos del pensamiento o de la acción. Aunque nos sintamos muy importantes, una sensación de desamparo y de invalidez nos posee cuando perdemos la mujer a quien siempre hemos amado y que nos entregó la acción de placer en el momento de sosiego y de la solidaridad en las emergencias que suelen acosar los hombres responsables.
El cerebro es para ambos sexos, el asiento de la razón, la inteligencia y los sentimientos. En él no sólo es importante el tamaño, sino también la cantidad de arruguas
No hay mejor antídoto para una angustia que la sonrisa fraternal esposa, la novia o la compañera. Este ilusorio concepto de la superioridad masculina nació con los albores de la razón, cuando los seres humanos se mudaron de casa, o sea, de las ramas de los árboles al interior de las cavernas. Entonces observaron que ellas estaban corporalmente menos preparadas para los esfuerzos de la caza o para enfrentarse con fieras como el tigre de los colmillos de sable. Además al verlas tiernas las consideraban débiles y estimaban que no tenían presencia de ánimo, porque lloran desconsoladamente ante la muerte de los seres queridos. Ella solían quedarse en casa a cuidar a los pequeños y esta ocupación no requería, según el punto de vista de los primitivos, mayores esfuerzos. Al llegar las primeras civilizaciones, eran los hombres quienes empuñaban las armas para matar y también las que asumían funciones dirigentes de las naciones y de las sociedades. En los siglos pasados hubo biólogos que reafirmaban la opinión mencionada de las cavernícolas, porque descubrieron que un cerebro mediano de una mujer pesa 1574 gramos contra 1728 que pesa el de un hombre. El corazón de ellas pesa un promedio de 226 gramos contra 350 gramos que pesa el de ellos. Los únicos aspectos orgánicos en que nos superan las féminas son aquellos en que ellas tienen más grasa (un 20%) más que nosotros y que descansando aspiran mayor número de veces que sus consortes.
No hagamos caso de nada de esto. Las lágrimas que con tanta facilidad derrama son más persuasivas que cualquier argumento y son un tranquilizante mejor que los vendidos en las boticas. Las lágrimas, además, lo decía una vez, sirve para despejar los caminos del júbilo. No utilizamos sino un 20% del cerebro, según algunos científicos. Por lo tanto a ellas también les sobran células nerviosas. Nos llegó un informe sobre la curiosa colección de cerebros disecados que hay en la Universidad de Cornell, en EE.UU. Ahí conservan con el mismo solicito cuidado los cerebros de ilustres sabios y malvados inauditos. Allí está precisamente el encéfalo del doctor Burt Green Wilde, primer profesor de biología animal de esa institución, quien comenzó hace más de un siglo la organización de la extraordinaria muestra.
Al principio sólo podía reunir cerebros de idiotas, criminales y desdichados. Les costó mucho convencer a familiares de personas cultas que cedieran sus cerebros para esta colección donde el investigador esperaba concluir fuentes de información adecuada, para ampliar el conocimiento sobre ese órgano humano que nos permite conocerlo todo, menos a él mismo. En abono al pequeño cerebro de las mujeres se determinó en Cornell que el cerebro más infame, el Edward H. Huloff, homicida profesional y compulsivo, ejecutado en 1871, pesaba 1870 gramos, el más grande que tienen en aquella universidad. Huloff era realmente talentoso pero tal virtud más bien es peligrosa en manos de un mal intencionado.