Según Platón la isla Atlántida era más grande que "Asia y Libia juntas" y estaba delante de la columna de Hércules. Muchos, aún conociendo ésto, lo han buscado en el mar Norte, en las cercanía de Ceilán y hasta el el mar caribe.
La hipótesis de que hubo una civilización perdida que habitara la misteriosa isla de Atlántida, se la debemos al señor Platón, quien la incluyó en un libro llamado “Critias”. Este filósofo fue el padre de grandes abstracciones, convertidas en armas que no sueltan ni para dormir, los idealistas modernos. Estuvo precedido por pensadores como Demócrito y Heráclito, quienes poseían una intuición, con la cual legaron concepciones tan acertadas que mantienen vigencia a la luz de los pensamientos más avanzados del siglo XX. Ellos fueron soslayados por sus sucesores. Se dice que Platón quien era de familia de noble y por lo tanto rico, usó parte de su fortuna en adquirir los pergaminos dejados por Demócrito a fin de quemarlos, porque no estaba de acuerdo con sus planteamientos.
Platón (427-347 a de C) quién fuera discípulo de Sócrates y que tras la muerte de éste realizó numerosos viajes por todo el mundo griego y egipcio, a fin de ampliar su conocimiento.
Platón cuyo verdadero nombre era Aristocles, recogió al parecer, la leyenda egipcia de unos pueblos extinguidos, sin que dejara rastro alguno, cerca del estrecho de Gilbratrar. No pudo terminar la obra donde repetía el cuento porque lo sorprendió la muerte, o porque se dio cuenta de que los misteriosos atlántidos tenían una organización que no cuadraba con la que él, pensaba darle a los griegos. Este señor era tan utópico que proyectaba una sutil esclavitud de sus contemporáneos, pues quería reglamentarles la existencia a la salida del sol de un día, hasta la salida del sol del día siguiente. Esta noción de la Atlántida sobreviviente gracias a la promoción que le hiciere el ateniense , ha llegado hasta nuestros días y en los pueblos latinoamericanos es sostenida exclusivamente por traficantes de la ignorancia, que dicen estar en posesión de los secretos y de los progresos alcanzados por la sediciente cultura atlántidos.
No debe ser confundida esta idea supersticiosa que lleva veinticuatro siglos, con la concebida por los geólogos, según la cual en remota época, Suramérica y Europa formaban un solo continente que tendría la misma denominación. Los indicios de tal teoría estarían en los parentescos que se hallan en las plantas actualmente existen en el Viejo y en el Nuevo Mundo. El sujeto de nuestra especie, jactancioso de haber desentrañado la energía del núcleo atómico y de iniciar los viajes al espacio interplanetario, está tan obsesionado por las búsquedas mágicas como los sacerdotes egipcios, que examinaban el firmamento nocturno sin más auxilio que el de sus ojos o los creyentes medievales que veían fantasmas y demonios en todas partes.
Yo observo un paralelismo entre las discusiones de personas serias acerca de los platillos voladores y de los visitantes extraterrestres, con los debates que protagonizaban los antiguos doctores escolásticos, acerca de la virginidad de los ángeles o sobre el número de diablos que cabían en la punta de un alfiler. Las exploraciones con el fin de comprobar la existencia de la Atlántida de Platón, tuvieron un éxito al obtenido por los investigadores venezolanos que fueron al Medio Oriente, becados por la nación a fin de encontrar los restos del Arca de Noé. Es decir, no llegaron a ninguna parte.
Lo único que se sabe que la desembocadura del Guadalquivir en el Atlántico existió hace cuarenta y cinco siglos una ciudad llamada Tarteso, floreciente por su producción de bronce y siempre llena de turistas por la fama pecadora de que tenía. Isaías profetizó la desaparición de esta urbe, que en efecto, fue eliminada por los fenicios a fin de que no compitiera con Gades, hoy Cadiz, donde sus negocios les daban más utilidades.
Esta pudo ser la Atlántida. Hace más de treinta años se creyó que en un gran barco, hundido a setecientos setenta y dos metros frente a la costa noroccidental de España correspondía a la mencionada ciudad. El barco oceanográfico inglés Discovery II, palpó el lecho del mar con sus delicados aparatos, lo retrató y acabó con las ilusiones que se habían hecho los amigos de la fantasía, pues no halló muestras de cerámicas, de huesos, de edificaciones, ni de nada que tuviera que ver con una metrópoli sepultada.
La hipótesis de que hubo una civilización perdida que habitara la misteriosa isla de Atlántida, se la debemos al señor Platón, quien la incluyó en un libro llamado “Critias”. Este filósofo fue el padre de grandes abstracciones, convertidas en armas que no sueltan ni para dormir, los idealistas modernos. Estuvo precedido por pensadores como Demócrito y Heráclito, quienes poseían una intuición, con la cual legaron concepciones tan acertadas que mantienen vigencia a la luz de los pensamientos más avanzados del siglo XX. Ellos fueron soslayados por sus sucesores. Se dice que Platón quien era de familia de noble y por lo tanto rico, usó parte de su fortuna en adquirir los pergaminos dejados por Demócrito a fin de quemarlos, porque no estaba de acuerdo con sus planteamientos.
Platón (427-347 a de C) quién fuera discípulo de Sócrates y que tras la muerte de éste realizó numerosos viajes por todo el mundo griego y egipcio, a fin de ampliar su conocimiento.
Platón cuyo verdadero nombre era Aristocles, recogió al parecer, la leyenda egipcia de unos pueblos extinguidos, sin que dejara rastro alguno, cerca del estrecho de Gilbratrar. No pudo terminar la obra donde repetía el cuento porque lo sorprendió la muerte, o porque se dio cuenta de que los misteriosos atlántidos tenían una organización que no cuadraba con la que él, pensaba darle a los griegos. Este señor era tan utópico que proyectaba una sutil esclavitud de sus contemporáneos, pues quería reglamentarles la existencia a la salida del sol de un día, hasta la salida del sol del día siguiente. Esta noción de la Atlántida sobreviviente gracias a la promoción que le hiciere el ateniense , ha llegado hasta nuestros días y en los pueblos latinoamericanos es sostenida exclusivamente por traficantes de la ignorancia, que dicen estar en posesión de los secretos y de los progresos alcanzados por la sediciente cultura atlántidos.
No debe ser confundida esta idea supersticiosa que lleva veinticuatro siglos, con la concebida por los geólogos, según la cual en remota época, Suramérica y Europa formaban un solo continente que tendría la misma denominación. Los indicios de tal teoría estarían en los parentescos que se hallan en las plantas actualmente existen en el Viejo y en el Nuevo Mundo. El sujeto de nuestra especie, jactancioso de haber desentrañado la energía del núcleo atómico y de iniciar los viajes al espacio interplanetario, está tan obsesionado por las búsquedas mágicas como los sacerdotes egipcios, que examinaban el firmamento nocturno sin más auxilio que el de sus ojos o los creyentes medievales que veían fantasmas y demonios en todas partes.
Yo observo un paralelismo entre las discusiones de personas serias acerca de los platillos voladores y de los visitantes extraterrestres, con los debates que protagonizaban los antiguos doctores escolásticos, acerca de la virginidad de los ángeles o sobre el número de diablos que cabían en la punta de un alfiler. Las exploraciones con el fin de comprobar la existencia de la Atlántida de Platón, tuvieron un éxito al obtenido por los investigadores venezolanos que fueron al Medio Oriente, becados por la nación a fin de encontrar los restos del Arca de Noé. Es decir, no llegaron a ninguna parte.
Lo único que se sabe que la desembocadura del Guadalquivir en el Atlántico existió hace cuarenta y cinco siglos una ciudad llamada Tarteso, floreciente por su producción de bronce y siempre llena de turistas por la fama pecadora de que tenía. Isaías profetizó la desaparición de esta urbe, que en efecto, fue eliminada por los fenicios a fin de que no compitiera con Gades, hoy Cadiz, donde sus negocios les daban más utilidades.
Esta pudo ser la Atlántida. Hace más de treinta años se creyó que en un gran barco, hundido a setecientos setenta y dos metros frente a la costa noroccidental de España correspondía a la mencionada ciudad. El barco oceanográfico inglés Discovery II, palpó el lecho del mar con sus delicados aparatos, lo retrató y acabó con las ilusiones que se habían hecho los amigos de la fantasía, pues no halló muestras de cerámicas, de huesos, de edificaciones, ni de nada que tuviera que ver con una metrópoli sepultada.