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diciembre 12, 2014

Parece que el Niño Jesús le tomó cariño a la mirra que la dotó de un secreto para que nadie pueda fabricarla.

Parece que el Niño Jesús le tomó cariño a la mirra que la dotó de un secreto para que nadie pueda fabricarla.
Parece que los Reyes Magos eran astrólogos y astrónomos de Persia o de Siria, que habían aceptado la profecía de que el Mesías vendría a redimir al Mundo.
 
Aunque los astrónomos estimen que la estrella de Belén fue la conjunción de dos astros luminosos, la fuerza poética del evangelista Mateo, no se desvanece por esa explicación. Igual podemos decir con respecto a la mirra, uno de los hermosos presentes que los magos le llevaron al niño. ¿Qué era la mirra, de donde provenía y por qué tenía ese rango de precioso don? Cuando nació Jesús esta sustancia llevaba siglos ofrendando sus virtudes al hombre sus virtudes antisépticas para la boca y la faringe de los soberanos y los poderosos, los únicos que tenían acceso a ella, además de los sacerdotes que la hacían quemar en sus ritos, para que despidiera sus gratísimas fragancias en honor de los dioses invocados.

Los primeros agricultores que por casualidad o por ensayo descubrieran las bondades médicas de la mirra, no advirtieron de inmediato el estético halago que tal resina, guardaba para el olfato. Este aspecto debieron también descubrirlo accidentalmente. Lo cierto es que al aparecer la civilización egipcia, esta sustancia recibía otro rol sagrado: era un componente del material untuoso llamado quifé, fundamental para la momificación de los cadáveres. Así, la mirra fue objeto de tal demanda entre los antiguos, que se equiparaba con el oro y en algunos casos era objeto de mayor codicia.
El árbol de la mirra la segregaban seguramente con el objeto de espantar a los insectos que  imitaban  a los zancudos que chupan sangre.
 
Los bandoleros de los desiertos del Sahara y la Península Arábiga, hurgaban hasta los últimos rincones de las caravanas atracadas, en busca de cargamentos de mirra sólo unos cuantos centenares de libras. A la luz de la química de hoy se ha establecido que no es otra cosa que una combinación muy abigarrada de átomos de carbono, hidrógeno, oxígeno y de minerales, con los cuales se forman ácidos y aceites volátiles. A estos últimos se deben las amables emanaciones que en nuestro tiempo seguimos obteniendo de este compuesto, que como sabemos es de origen vegetal. No se deriva ni de las hojas trituradas de alguna planta, ni de las pulpas de un fruto, ni del contenido de una semilla.

Es hija de dos antiquísimos pobladores de las regiones secas del África y del Asia tropical. Se les llama, en el código de los botánicos, Commiphora Abisinia y Commiphora colmol. Cuando la corteza de los mismos se fragmenta espontáneamente o es herida, arroja un líquido en gotas como lágrimas, cuyo color va del rojo claro al rojo pardo. Se trata, como ya dijimos, de una resina transparente, brillante y muy amarga, a pesar de lo cual los faraones se la untaban sobre las encías para tratarse las piorreas. En aquella época se hacía expediciones para cosechar el producto y mercadearlo a grandes precios en las ciudades.

En la Biblia se cita la mirra como el perfume con el que ungiera Ester para su cita con el rey. Estaba amargado con mirra el vino que los sádicos centuriones le ofrecían a Jesús cuando dijo tener sed. Más tarde Nicodemus usaría mirra en el cadáver de su maestro, antes de ponerlo en el sepulcro. Pero el momento más trascendente y más hermoso de la mirra en el Nuevo Testamento lo encontramos en estos versículos de San Mateo:”…Al ver la estrella sintieron grandísimo gozo, y entrados en la casa, vieron al niño con María, su madre, y de hinojos la adoraron, y abriendo sus alforjas le ofrecieron dones, oro, incienso y mirra….”

El encanto de este relato no fue numerado ni siquiera por la mitología griega, según la cual una mujer llamada Mirra purgó convirtiéndose en el árbol que lleva su nombre, el pecado de haber pensado en un grave incesto. Hace siglos la agronomía encontró el modo de domesticar los expresados árboles y abaratar su amistoso producto. Hoy se le emplea como un potente fijador de los perfumes y usted puede adquirir la que quiera en cualquier botica para usarla en sahumerios aromatizantes del hogar. Sin embargo, la mirra ha conservado el secreto de su composición, tan ignorado como en los días de paz, de amor y de promisión en que la recibiera el Niño Jesús: ¡ha sido imposible producirla artificialmente!!!. 


La Ciencia Amena. Arístides Bastiidas 
18 de Diciembre de 1983

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