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diciembre 07, 2014

Los renos merecen por sus bondades y su mansedumbre el rol que se les atribuye en las estampas navideñas.

Los renos merecen por sus bondades y su mansedumbre el rol que se les atribuye en las estampas navideñas.
Las patas del reno estàn diseñadas para avanzar con firmeza en la nieve y para funcionar como azadas, cuando la escarban en busca de los vegetales de la tundra que oculta.
 
En las estampas navideñas de las regiones nevadas hemos visto a Santa Claus llevando la carga de presentes en un trineo arrastrado por trìadas de simpáticos renos. En realidad, estos apuestos animales cumplen este trabajo en comarcas inundada por el hielo y habitadas por los lapones en el Norte de Noruega, Suecia, Finlandia y Rusia. Los antropólogos discuten si estos semejantes de pequeña estaturas y extremidades cortas proceden de una mezcla de europeos con asiáticos o si constituyen una raza autòctona de los Alpes. Sea como sea conserva de los hábitos de los escandinavos del medioevo y con los herederos de los hombres del Edad de Piedra, en el pastoreo de los expresados ciervos. Unos y otros están tan adaptados a las temperaturas congeilantes que se asfixiarían en los climas tropicales.

Esta apreciación en resulta especulativa porque los mamíferos cuentan con temostatos para adaptarse a los cambios del termómetro. Sin embargo, estos animales que hace millones de años residieran i en el centro de Europa, se mudaron para siempre a las latitudes àrtica en las que han prosperado. Los viajeros del Polol Norte durante los siglos XVII y XIX dan cuenta de rebaños de millones de renos en Europa y de Caribues, sus hermanos en Alaska y en Canadà. Lo machos alcanzas hasta 300 kilos, dotados de cornamenta de hasta dos metros, inecesarias del todo ya que no lo usan ni siquiera para defenderse. Su mansedumbre los hace apropiados para simbolizar los sentimientos de amor y de paz que se experimenta en éstos días.

Los renos tienen un promedio de dos metros cuarenta de longitud y un metro veinte de alzada en la cruz. Extremadamente sociales viven emanadas numerosas a pesar de no estar rodeados de las feraces praderas que facilitarán la explosión demográfica de los búfalos en el antiguo Oeste de los Estados Unidos. Mientras la nieve està blanda, la escarban para comerse diez kilos diarios de lquines y de musgos. Como las existencias de estos primitivos vegetales son limitadas, deben andar a distancias de muchos kilómetros en solicitud de nuevas reservas. Ésas plantas carecen de las ventajas de las flores y de las semillas, por lo cual es más inexplicable la vitalidad que conserva para reproducirse donde muchos árboles morirìan.
Los largos cuernos del reno son a lo sumo un adorno incòmodo, pues no los usa para defenderse de los lobos que lo persiguen como su plato favorito.


Los renos y los caribues , igual que muchas especies, se reta a duelo, como los pendencieros caballeros del Edad Media, ubicarse en favor de sus elegidas. Al batirse no están bravos en absoluto y una vez que se define quién es el victorioso, el perdedor se marcha resignado, sin resentimientos y sin heridas porque la prueba ha sido sólo para medir fuerzas. Sus patas còncavas impiden los deslizamientos sobre el piso congelado. Cuando arrecia el invierno a fines de diciembre, emigrar a bosques y montañas en pos de nuevas fuentes para su alimentación de vegetarianos estrictos.

Su funcionamiento metabólico es más complejo y perfecto que el de los toros y sus consortes, porque los musgos y los lìquines son menos nutricionales que los pastos. Sin embargo, extraen de aquellos elementos y compuestos necesariospara fabricar sus pieles, sus carnes, sobre todo una leche dulce y espesa y con una concentraciòn de grasas tres veces mayor que las de las vacas y las cabras. Los esquimales se han abstenido de domesticar a los acribùes fieles al hàbito de cazarlos, pero al igual que los lapones, quienes practican el pastoreo y la ganaderìa de los renos, emplean la totalidad de las partes de estos hervìboros: las carnes para comerselas, la leche para tomarla, las pieles para vetsirse, los huesos y los cuernos para tallar ùtiles u las grasas para el combustible de sus làmparas.

A pesar de su primitivismo, los lapones explotan racionalmente el recurso, pues en otoño sacrifican sòlo los enfermos, los tullidos y los viejos. Luego aben sus corrales para que los jòvenes renos de ambos sexos se marchen a sus arboledas. Los haràn retornar en la primavera en que las hembras paren sus crìas despuès de lapsos de doscientos cuaenta dìas. Hace treita mil años estaban entre las presas favoritas del Cromagnon, quièn les dio un rol protagonistas pincipales en las pinturas ruspestres de Altamira y otras cuevas.



La Ciencia Amena. Arístides Bastidas, 19 de Diciembre de 1986

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