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diciembre 05, 2012

Si los niños asumieran el control de la prensa, la radio y la TV nos darían una educación mejor que las que hoy difunden esos medios.


Ese ciertamente muy pobre el espacio que los medios impresos, radiales, televisivos y cinematográficos, dedican a las cosas buenas de los niños. Este marginamiento es una consecuencia propia del raudo y pragmático mundo en que se desenvuelve nuestra sociedad. El objetable esquema de que sólo es periodístico los que es noticioso se acompaña a su vez de una objetable noción de que sólo es noticia lo especular. A ello se añade la vigencia de conceptos anticuado sobre la seriedad y la razón. Así se articula un engranaje de ruedas dentadas que obran como un molino triturador de los mensajes alusivos a ese personaje tan importante en toda comunidad que es que el niño.

Siempre se ha sabido que su realidad está en la fantasía y que su trabajo no es otro aquel juego. Hay adultos que evalúan bien los frutos de la imaginación y que los toman como las manifestaciones de la poesía al natural. Pero considerarían fútil un plan en que se difundieran cotidianamente en todos los medios de comunicación el pensamiento y las fábulas de los niños. A tales efectos los consideraríamos sin la seriedad, sin el raciocinio y si el relieve informativo que hay en los asuntos de la gente mayor, los únicos dignos de las páginas periodísticas, de las audiciones radiales y de las emisiones de la pantalla chica y de la grande.

Ni siquiera las personalidades consagradas a la educación de los niños y al amor por ellos, defienden el derecho de que se hagan sentir por las expresadas vías. Si tuviéramos conciencia de la deuda que en este sentido acumulamos con nuestros niños, habríamos impedido el duelo lírico en que nos encontramos por la desaparición de El Cohete o estaríamos, aunque fuera de un modo sentimental, cada vez que la negligencia burocrática atropella queriéndolo o no a ese gusano de luz para nuestros escolares que es la revista tricolor

Afortunadamente hay soñadores que jamás duermen en el propósito de hurtarles a los adultos alguna porción pequeña del espacio que tienen en los medios para ver lo que hablan los niños.

Este es el caso de la Pájara Pinta insertada en este diario, y la que el ingenio de Jesús Rosas Marcano encuentra la horma de su zapato, en el de los niños que le escriben. Sería interesante una encuesta con los niños el que le preguntáramos que piensan de nosotros. Estoy seguro de que sus opiniones no serían tan liliputienses, como los concebimos. Tomacito, un vecino de nueve años con el que suelo dialogar, me dijo que yo era un vivo, pues además de ser ciego escribía cosas para que fueran otros lo que tuvieran el trabajo de leerlas. Además de admirar la red de asociaciones de ideas que lo condujeron a esta conclusión, me di cuenta de que mi amiguito está entre los que han captado el ventajismo con que nosotros los tratamos a ellos, persuadidos de una infalibilidad no tenemos.

En los medios de comunicación les negamos a los niños el rol protagonista que asumen los grandes de un modo inapelable. Esta iniquidad va pareja a otra más nociva y que consiste en el bombardeo de ficciones artificiales y manipuladas, que al lado de sus fábulas asistidas de lógica, son como cuadros de aquelarre en una exposición de mansas acuarelas. A mi no me cabe ninguna duda de que si los niños hicieran la prensa, la radio, el cine y la televisión nos habrían dado a los grandes la fina educación que no hemos podido impartirles por las mismas vías. Además nos refrescarían el sentido de la sinceridad.

El genuino periodismo no se circunscribe a los predios de la información, pues tienen un compromiso inevitable con los sentimientos, la moral y los intereses generales del ser humano. Entre estos sobresalen los afectivos y entre éstos debe agigantarse el amor que le debemos a los niños. Todo lo que los aludan nos llama la atención. Por otro lado la acogida que les dispensáramos en los medios de comunicación tendría un número de receptores que a aumentarían el razón directa a la calidad de los materiales que difundiéramos y de la obstinación con que nos dedicáramos a tan hermosas tarea. 

 

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