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julio 29, 2007

La especie de cactus gigante apenas llegan las lluvias, almacena en sus tallos huecos hasta ocho grandes barriles de agua.


El saguaro y los demás cactus tienen en su interior un dique de varios pisos con fibras dotadas de un poder de succ`´on que hace subir el agua a gran velocidad pero que después la libera en proporciones mínimas y con una gran lentitud.

La vida no sólo es admirable por la autonomía de sus mecanismos para perpetuarse, sino también por las estrategias que despliega para enfrentar triunfalmente los retos que se le cruzan en su camino. La sabiduría de sus procesos es de tal magnitud que la de los científicos debe resignarse frente al misterio que la rodea. Todavía desconocemos cuál es la bomba de los árboles para impulsar hasta las hojas y fuera de ellas, el agua absorbida en la tierra. Este fenómeno resulta aún más desconcertante, en los cactos y en particular en el cereus giganteus, que a la llegada de los invasores españoles, formaba insólitos bosques en los desiertos de Sonora y Arizona, en Norteamérica. ¿De dónde sacaban las reservas acuáticas para sobrevivir sin ni siquiera el rocío nocturno durante diez meses?

Desprovistos de hojas las mil seiscientos especies de cactos nativos del Nuevo Mundo, tienen en sus tallos dos virtudes negadas al resto de las plantas; clorofila al por mayor para la fotosíntesis y una espesa capa aislante con que impiden la evaporación del preciado líquido. Son los campeones de la estivación, propiedad análoga a la hibernación de los osos polares. Aunque la primera es una respuesta defensiva contra la sequía y la segunda lo es contra las bajas y gelificantes temperaturas, su propósito es el mismo: reducir al mínimo el metabolismo a fin de ahorrar energías para utilizarlas cuando retornen las condiciones favorables del ambiente.

Los cactos se adaptaron a los desiertos americanos y así crearon un habitat en que son los únicos dueños y señores. Sólo seis especies existen fuera de América y están en Sudáfrica y Ceilán a donde tal vez llegaran en manos del hombre. Los naturalistas no entienden porque a evolución no culminó en los desiertos de los demás continentes con plantas que los conquistaran con las técnicas innovadoras de los cactos. Los hay redondos como pelotas de fútbol, cilíndricos como largos tubos y de tamaños que van desde el que tiene la uña del pulgar humano hasta los cereus giganteus que mencionamos al principio. Hay ejemplares que alcanzan veinte metros de altura, pero su promedio suele ser de quince metros. Tienen bien merecido su apelativo de gigantes y no menos el de saguaro, que les dieran los indígenas.


La flor del saguaro se encierra en la mañana para que el sol no los deshidrate y se abre al anochecer a fin de que la brisas haga volar el olen de los estambres al óvulo de los pistillos.

Durante siglos las tribus de los pápagos y los pimas se alimentaron con los frutos de esta especie y con conservas que hacían de sus fibras más tiernas. Una epidemia de cólicos y de indigestiones cundió entre los soldados del conquistador Francisco Vásquez de Coronado, en 1540, cuando llegó a Sonora en busca de las siete ciudades llenas de tesoros, versión norteamericana de El Dorado que inventaron los aborígenes de nuestras latitudes. Los saguaros dan flores de un vistoso púrpura inexplicable porque son hermafroditas y se autofertilizan con el viento, ya que en su medio faltan los insectos. Los bosques de éstos gigantes benefactores de la vida y del paisaje dejaron de existir.

Los ganaderos han extinguido los coyotes, por lo cual ha habido una explosión demográfica de las ratas que ellos controlaban, las cuales se comen los embriones de los saguaros. Por tal razón los sobrevivientes son cada vez más escasos y más aislados. Siguen asombrando a los estudiosos con sus increíbles facultades. Varios chaparrones en los únicos dos meses de lluvia anuales en su entorno, bastan para que el saguaro se infle y almacene hasta ocho mil litros absorbidos por sus raíces semienterradas a su alrededor con longitudes tan grandes como la del tallo principal. Hay dos interrogantes que los botánicos se hacen en medio de una lógica perplejidad: ¿Con qué motor bombean las raíces el agua que atrapan a toda prisa y dónde están las válvulas que estabilizan en sus estantes aéreos a salvo de la gravedad?.

El saguaro sabe que se saca el gordo de la lotería cuando tiene un hijo y por eso juega muchos billetes con esa aspiración. Cada fruto cuyo interior es rojo como el de la patilla, contiene cuarenta mil semillas. Las poquísimas que germinen lo harán durante la breve temporada de los chubascos si cayeron en una tierra acogedora. La planta, ya lo dijimos, pasa cinco sextas partes de su vida semialetargada y por eso hay casos en que no ha pasado de un metro de estatura a los cincuenta años de edad. Posteriormente su crecimiento se acelera y al celebrar su segundo siglo de existencia, el saguaro, rey de la longevidad, ha alcanzado la altura de los cinco pisos de un edificio. Por algo en la jerga norteamericana se le llama el rascacielos del desierto.

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