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septiembre 15, 2006

La ciencia sigue perpleja ante el hecho de que la luz a pesar de ser inmaterial es frenada por el aire y aún más por el agua.



En los crepúsculos suelen formarse juegos de acuarelas que se deben a la fragmentación de la luz blanca, por el choque con ciertas formaciones gaseosas.

En el cosmo los conceptos de la vejez resultan inverosímiles, de acuerdo con nuestra comprensión. El sol cumplió ya cinco mil millones de años y sin embargo es un mocetón, si se le compara con otras estrellas que empiezan a declinar enrojeciéndose , porque pasan de los diez mil millones de años. Lo vemos como un disco de soberbia refulgencia, pero en remotísimos parajes de la Galaxia hay probablemente seres, tal vez más humanos y más geniales que los de nuestra especie, que lo apreciarán como un pequeño foco encendido, Esto ocurriría sólo en los casos en que su luz hubiera cruzado indemne las concentraciones de gas y polvo interestelar, denominadas nebulosas, las cuales contienen los componentes de futuras estrellas.

La noción de la luz viaja a la velocidad de trescientos mil kilómetros por segundo no es absolutamente cierta. En el vacío interestelar, avanza exactamente a 299.792 kilómetros con 458 metros por segundo. Los fotones son las unidades que la constituyen, pero ellos carecen de ma. Sin embargo mantienen a los físicos en una perenne perplejidad, porque todo obstáculo a su paso los frena irremediablemente. Eso lo observamos en la nube que opaca el día o en el mar en que la luz se detiene a ciento ochenta y tres metros de profundidad. No cabe duda de que su velocidad disminuye un poco al cruzar el aire y bastante al cruzar el agua de los océanos.
Nada de lo existente, átomo, molécula, roca, mineral, bacteria, hombre o árbol podrá jamás viajar tan raudamente. No sólo porque es imposible cabalgar en un rayo de luz, sino también porque la materia se volvería infinita a esa velocidad. Ello está descartado por las confirmadas leyes einstenianas de la relatividad.

Estas se fundan en complejísimas ecuaciones que, aunque llenas de sabiduría resultan prosaicas y obtusas a través del velo poético que nos inspira toda claridad. La luz es hermana de la vida y en cierta forma su progenitora, porque en la fotosíntesis da la energía sin la cual sería imposible la existencia de los seres vivos. Gracias a ella podemos extasiarnos con un amanecer marino, ver la sonrisa de los seres amados y absorbernos en la lectura de los buenos libros, silenciosos vertedores de ideas, sueños y experiencias no vividas por nosotros.

Pero como ya insinuamos, es la luz y en nuestro caso la del sol, la que permite que los vegetales nos preparen los alimentos que tan desinteresadamente nos prodigan. Ya dijimos que la luz lega en los fotones, partícula inmateriales que atraviesa clandestinamente el vacío, sin hacerle la menor concesión. Quiero decir que no le ceden nada de su energía y lo dejan gélido y oscuro. Los fotones no son exclusivos de los rayos del sol o de las demás estrellas. Están en un relámpago, en una vela prendida, en un bombillo encendido o en los ojos de un cocuyo en la noche.

A los griegos antiguos, cuyo ingenio dejó frutos que aún nos enriquecen, les costó comprobar la verdad de este concepto. Herón un investigador de Alejandría, estableció algo que hoy nos parece simple: la luz proyectada por un espejo rebota para formar un ángulo. Los grandes exploradores del fenómeno se inquietaban porque una estaca vertical hundida en un estanque se veía quebrada. Pasaron siglos antes de que el hombre comprendiera que la luz se desvía en el agua porque el aire es menos denso que ella. De allí que en el líquido la luz reduzca su velocidad a la de 225 mil kilómetros por segundo. El dominio de estos principios ayudó a los oftalmólogos a emplear los lentes correctivos de los ojos y a los astrónomos a perfeccionar los largavistas, uno de los cuales es el más antiguo y el más grande: el telescopio.


Newton se hizo famoso no sólo por el episodio de la manzana que caía, sino también porque un día hizo un experimento fácil de realizar en nuestros hogares. Cerró por completo una habitación, dejó que un hilillo de luz se colara por la misma, puso un prisma en el orificio por donde aquélla entraba y produjo así el primer arcoiris artificial. En la pared opuesta vio siete franjas armonizadas que iban del rojo al violeta pasando por el anaranjado, el amarillo, el verde y el añil.

El cocimiento sigue penetrando en los ariscos dominios de la luz y así ha culminado la fabricación de los rayos láser. La luz corriente se desparrama como una muchedumbre desordenada. La luz de los láseres es como el ordenado desfile de un ejército. De allí que pueda ser modulada como las ondas de radio y servir para sistemas de telecomunicaciones. La luz de los láseres puede amplificarse como se hace con la voz de un orador en los altavoces. A pesar de que la luz de los láseres se usa en experimentos destructivos, son diversos los aspectos en que está sirviendo para el bien del hombre. Es bueno recordar que no hay luz en este mundo que no proceda directa o indirectamente del jefe de esta familia plenaria: el Sol.

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