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septiembre 15, 2006

En el Cerro del Avila mora un miembro de cierta congregación conocida por sus servicios en los páramos andinos.

La Ciencia Amena. Abril 1986

Las hojas del frailejón son usadas por los campesinos para contrarrestar las bajas temperaturas en los páramos.

El 2 de enero de 1800 Humboldt y Bompland disfrutaban de la silenciosa majestad del bosque tropical en las cumbres del Avila. Por el camino se habían sobrecogido de admiración, por las nuevas y exuberantes especies arbóreas que les salían al paso. Entre los mil setecientos cincuenta metros y los dos mil doscientos, habían observado una blanca y densa capa que les era familiar, porque correspondía a la Selva Nublada que contemplaban en las montañas europeas. Ahora escalarían la zona inmediata donde la vegetación mostraba características parecidas a la de ciertos niveles de la Cordillera de los Andes, aunque ellos ignoraban esto. Ella recibiría la denominación de subpáramo posteriormente.

Una ojeada les bastó para advertir que el pino que descubrieran era autóctono de ésta región. Más tarde confirmarían su sospecha de que era el único representante de las coníferas en todo nuestra geografía. Hoy se le describe como Pudocarpus pittieri y Pudocarpus oleifolius. Entre los representantes de la imponente vegetación, había un arbusto que alcanzaba de dos a ocho metros de altura, con hojas en forma de lanza revestidas en un color blancuzco en el envés y con un tallo oscilante entre los veinticinco y treinta y cinco centímetros de diámetro. No pudieron clasificarlo pero examinaron sus tupidas colonias en el entorno.


El incienso criollo o frailejón de arbolito, tiene una inflorescencia como la del girasol, amarilla y blanca en su entorno.

No gustaba de la luz directa del Sol pues sólo crecía al abrigo de las cerradas copas de los grandes árboles. Hoy se sabe que esta característica que también la ostentan el café y el cacao, se debe a una extrema sensibilidad a la energía luminosa. Por ello utilizan las radiaciones que hay en la sombra sin ningún poder quemante. Más allá examinaron oras especies de plantas con hojas que tenían la consistencia de la lana y eran esponjosas y peludas como las telas hechas de ese material. Más tarde al proseguir las exploraciones en el Chimborazo de Ecuador evocarían este paisaje, por la semejanza que guardaban con el de los páramos andinos.


También Henry Pittier hizo estas observaciones al recorrer el grandioso cerro. En su obra, “Manual de las plantas usuales” en Venezuela, nos dejaría la información sobre las especies de frailejones que tenemos. Tan distintas, tan peculiares, que cualquier persona puede diferenciarlas fácilmente. Pertenecientes al género Espeletia, son los reyes del frío y prosperan el las vecindades de la nieve, en compañías de gramíneas que merecen identificarse, ya que lo usual en la mayoría de ellas, es que proliferen en la llanuras calientes. Estas aspirantes a esquimales figuran n los géneros Fastuca y Calamagrostis. Los frailejones son extraños en la selva tropical, porque esta no asciende más allá de tres mil metros, en los que valientemente sobreviven ciertas liliáceas bambúes.

Hay trece mil especies de frailejones que son propios del páramo como los cactus de los arenales. Son: el amarillo, el blanco, el chirique, el de puya, el dorado, el lanudo, el macho, el moro, el manso, el menudo, el paramero y el plateado. Todos ellos rematan en grandes hojas con formas de rosetas inclinadas de tal manera, que hacen recordar a los monjes con capuchas en actitud de meditación. Esta característica común no la presenta el frailejón de arbolito aludido ya, pues se trata del que llamara la atención de Humboldt en el pico Naiguatá, en la Silla de Caracas y en Lagunazo.

Es el embajador único de aquel género de las proximidades de la capital venezolana y se le llama además incienso, por la propiedad de arder fácilmente incluso cuando está verde, despidiendo un olor a iglesia, debido a su fuerte contenido de resinas. ¿Cómo pudo llegar aquí este representante de una familia que carece de semillas voladoras y que está a más de seiscientos kilómetros en línea recta?. No pudo venir con sus semillas en el estomago de un ave porque sería imposible una relación entre la fauna de los dos lugares. Se estima que los aborígenes trajeron hace miles de años estas plantas, que al adaptarse a alturas menores generó las diferencias actuales con sus hermanos de las cercanías del pico Bolívar.


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