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junio 12, 2007

El canibalismo entre las carpas es una prueba de lo que pasa cuando el hombre se entromete en los planes de la naturaleza.

La vitalidad de estos peces es tal que si se le empantanan las aguas, salen y toman el oxígeno del aire exterior


En 1960, ejemplares de pez carpa fueron introducidos en la Lago Victoria , en el centro del Africa, donde eran extraños, pues estos curiosos miembros de la familia de los ciprínidos son originarios de Asia. Libres de un depredador que los controlara, en 1985 se habían comido las trescientas especies de otros nadadores que vivían allí y a falta de otro alimento se habían metido a caníbales, devorándose entre sí. El ejemplo nos ilustra sobre las consecuencias ecológicas del mal manejo de un recurso natural, Y de paso nos indicaría lo que podría pasarle a la especie humana si no aprende a vivir dejando que los demás vivan. Veamos el pasado y el presente útil de estos peces.


Las carpas son ovaladas y delgadas lo cual les facilita el acto de hendir el agua cuando se impulsan con sus únicas aletas, una en el dorso y otra en la cola, Sus colores van del pardo al pardo-amarillento y en su existencia silvestre ingieren pequeños animales y sustancias en descomposición, cuando la inflación llega a las aguas dulces que tanto les gustan. Las prefieren en reposo pero se transan con las de los ríos lentos, en las zonas templadas que habitan desde el oligoceno, hace treinta y ocho millones de años. Son auténticas jovencitas, al lado de los tiburones, que llevan trescientos millones de años haciendo lo que les place en las aguas oceánicas. Las carpas al contrario de ellos son viejas abastecedoras de la dieta humana.


Aunque los caníbales pesan hasta cien kilos, las normales no pasan de treinta y su tamaño suele oscilar entre los treinta y cincuenta centímetros. Existe un edicto en el que el rey bárbaro Teodorico amenaza a sus cocineros con decapitarlos si no le preparan éste, su plato favorito. Las hembras son tan prolíficas que ponen hasta seiscientos mil huevos por temporada. Los griegos y los romanos las empleaban como símbolo de la fecundidad. Ellas habían llegado al Viejo Continente como parte del botín traído del Asia Central por las huestes de Alejandro, Los monjes se desquitaban del ayuno comiéndose las que sacaban de los estanques en que se cultivaban.

Ofrecían, entre sus ventajas, la de reproducirse en domesticidad y la de poseer una resistencia casi milagrosa fuera del agua. Envueltas en musgos humedecidos, se conservaban vivas mientras se les transportaban a grandes distancias. Fueron ellas los primeros peces que facilitaron el invento de la piscicultura, que comenzara en la China de los filósofos de hace treinta siglos y que continuara hasta la era de los disidentes de Mao Tse Tung. Ellas han contribuido a la eliminación del hambre mortal que antaño sufrieran los miembros de la raza amarilla. Son igualmente un renglón importante del arsenal protéico de California.


Los criaderos norteamericanos se iniciaron en 1870 con ejemplares de la India. Cargan una estructura córnea y afilada en las encías y tres hileras de dientes en la garganta. Menudo problema sería el de los odontólogos que se las fueran a orificar. No son de adorno , pues están entre los poquísimos peces que mastican y ensalivan los bocados en el primer acto de digestión. Se sospecha que están organizados matriarcalmente y que los machos deben protestar contra el hembrismo. Lo digo porque las féminas de esta especie andan con un cortejo de pretendientes o esposos, uno no sabe…


Los pescadores de distintos siglos se intrigaban por la desaparición de las carpas, cuando llegaban los inviernos nevados del norte. La ictografía descubrió que hibernan al igual que los osos, para despertarse en primavera. Con este fin hinchan sus vejigas para lograr el nivel de flotación que más las conviene y guardan en sus bocas, burbujas de oxígeno tomadas del aire atmosférico que les suministrarán las dosis ínfimas de ese componente para un metabolismo casi en cero y en el que el corazón late de vez en cuando. Plinio el Viejo , que se aficionaba al sensacionalismo, aseguraba que estos peces eran inmortales y todavía se especula que pueden alcanzar los dos siglos de existencia. Pero la expectativa de los del Lago de Victoria no es tan promisoria, si continúan con esta práctica de encontrar en cada hermano un filete suculento.

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