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octubre 07, 2004

Todas las células del cuerpo tienen la carga genética para volvernos a reproducir pero no saben usarla.

La Ciencia Amena. Arístides Bastidas.
Un día tal como hoy, 7 de Octubre de 1986

Núcleos de un embrión de ratón gris se inhertan en el óvulo sin núcleo de ratón negro. Cuando este embrión de probeta crece lo suficiente es implantado en la hembra del roedor negro, la cual tendrá hijos que no son suyos. (Rep. Trujillo)

La posibilidad de reproducir tantas copias de una misma persona mediante la inteligencia genética, sigue confinada en obras de ficción como “Un mundo feliz”, de Aldous Huxley. Pero ya hay experimentos con los cuales los investigadores forman los individuos que ellos quieren, en ciertas especies. Con este paso han superado el de reprogramar a la Escherichia Coli, una batería, para que fabrique insulina, hormona humana. Con ese fin le injerta el gen que en nuestro páncreas genera esa sustancia antidiabética. En los trabajos reactualizados de la embriología no se trata de trasplantar un gen sino todo un núcleo celular con las decenas de miles de genes que puede tener en sus alineaciones de cromosomas.

Ese milagroso don de producir seres absolutamente iguales entre sí e iguales a su mamá ha sido alcanzado. Aquí mismo en Cagua se están extrayendo tantas plantas de violetas idénticas entre sí, como células haya en una sola hojas. En el reino vegetal cada semilla, mediante un tratamiento adecuado. Las células animales carecen de esa virtud, no obstante lo cual se han hecho experiencias en las que algunas obedecen a la voluntad humana. En 1952 Briggs y king obtuvieron renacuajos transplantando el núcleo de un embrión de una rana al huevo despojado de núcleo de otra rana. Un discípulo de ellos, R.G. Mckinell, logró con la misma técnica una rana que tuvo una copiosa descendencia.

Estos resultados habían salido bien sólo en los anfibios. Ahora se han iniciado en lo mamíferos la formación de dos ratones grises en la matriz de una hembra negra. K. Illmensee y P. Hoppe en 1979 en Ginebra alcanzaron este éxito transplantando núcleo de un embrión de ratón gris en células sin núcleo de ratón negro. De este modo una madre pariría dos hijos ajenos. La perspectivas de la reproducción en serie de un mismo individuo se ha abierto así, aunque rodeada de múltiples dificultades, porque los ultramicrocirujanos que operan en este campo, deben manipular corpúsculos con unas dimensiones cien veces menores que las de un milímetros.

Se sabe ya que sería imposibles la fantasía de cierta películas, en la que un dictador muerto es reproducido a partir de una células de su nariz. Tampoco sería viable la aspiración del funesto doctor Mengele de fabricar copias vivientes de Hiltler para ponerlas al mando de las distintas naciones conquistadas. Es cierto que cada células de nuestro cuerpo posee la información genética para reproducirnos, pero no se sabe usarla. Lo que hace bien es la multiplicación del tejido cardíaco, muscular, cerebral, hepático, epitelial al que pertenezca. Además ha perdido la facultad de proliferar con alta velocidad con que lo hace un embrión. Al menos por hora esas son vallas insuperables para hacer realidad la fábula de inducir la formación de clones humanos.

Se han logrados clones de tritones ante de que lleguen a dieciséis mil células, es decir, ante de que comiencen a diferenciarse de acuerdo con los tejidos que les toca edificar. En este nivel todos los núcleos poseen la misma carga genética de la célula inicial, o sea que hacen que cada nueva célula pueda comportarse como un huevo fecundado. Según el experto en esta área, C.L. Gallien de la Universidad de René Descartes de París, el cuarenta por ciento de tritones y ranas obtenidos por el expresado método, se desarrollan bien y son fértiles, más semejantes entre sí que los gemelos humanos o que las doce crías procedentes de un solo óvulo parido por las cachicamas.

Hay que subrayar que esos clones sólo se obtiene con núcleo de células de embriones que todavía no han empezado a especializarse. Una excepción fue la registrada por J.B Gurdon, de Cambridge, quien obtuvo copias de un sapo Senopus de África en tres de cada mil experimentos, utilizando núcleos de las células intestinales de los renacuajos de esa especie. Estos trabajos son auténticos ejercicios de ciencia básica y hay instituciones internacionales en las que los investigadores se interrogan acerca del cometido de los mismos. La producción de animales en serie podría ser contraproducente a la larga, porque introduciría la monotonía en predios de la naturaleza cuyos progresos se han debido siempre a una dinámica diversidad genética.

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