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enero 13, 2014

El agua que hoy nos bebemos es la misma que tenía la Tierra hace cinco mil millones de años: parece que es indestructible.

El agua que hoy nos bebemos es la misma que tenía la Tierra hace cinco mil millones de años: parece que es indestructible.



El átomo de oxígeno carga dos puestos vacíos en su capa extrior, de seis electrónes. Estos dos puestos son ocupados por los electrónes de dos átomos de hidrógeno, los dos gases renuncian a su identidad y engendran el agua.





El color blanco de cataratas como la del Salto Angel, se debe al aire encerrado en minúscilas burbujas, esa es también la explicación del color blanco del hielo.

El agua es exclusiva de la Tierra, pues la tienen en forma de vapor Mercurio y Venus. Los casquetes polares de Marte son de hielo, sólida manifestación de ese compuesto que también se encuentra en Saturno, Urano, Neptuno y Plutón. Parece que en la capa muy inferior de la atmósfera de Júpiter ocurren lluvias como las nuestras aunque con poca frecuencia. En las fronteras del Sistema Solar con la estrella vecina Alfa Centauro hay un nido de cientos de miles de enormes bolas de hielo, que al desprenderse se convertirán en las cabezas de esos bagamundos del espacio que son los cometas. Hoy se sabe que es los remotos lugares donde el polvo cósmico empieza a concentrarse para engendrar estrellas están las imperecederas moléculas de agua.
Ella es algo así como la primera hija de la química natural del Universo, por la inimitable prontitud y facilidad con que el oxigeno se enlaza con el hidrógeno apenas se encuentran. Ya sabemos como son de abundante estos dos gases en el cosmos. Los estudiosos del origen de Sistema Solar han convenido, en que las colosales reservas de agua en océanos, lagos, ríos, lagunas, pantanos, nubes y depósitos subterráneos estaban constituidas ya en la gran candescente del Astro rey y por el otro, los fragmentos menores y húmedos de los planetas que anda en su cortejo.

En las rocas que están dentro de la corteza terrestre hay cristales impregnados de partículas de esa agua que existían hace cinco mil millones de años, y que ha sido la misma en que se incubó la vida, en la que los cavernícolas aprendieron a bañarse y sobre la que navegan los grandes trasatlánticos del presente. Es tan indestructible que podrían contar las moléculas de ella, renovadas después de haber sido desmontadas con la separación de sus dos componentes. Esta apreciación es desde luego muy relativa ya que aunque son numerosas los metros cúbicos de agua que sufrieran tal proceso, no llegarían ni a una cien millonésima parte del total existente en le cuerpo que nos sirve de morada. Los primeros autores de esta descomposición fueron los microorganismos vivientes que había hace tres mil millones de años.

Eran precursores de las bacterias pigmentadas, que con la energía de la luz desdoblaban el agua marina. Así obtenían hidrógeno para fabricar azucares. Como el oxigeno no les servia de nada, lo expulsaban. Este se disolvió primero en el medio liquido y después se propagó por la atmósfera primigenia que carecían del insustituible comburente. Teóricamente, aquellas protobacterias liberaban más oxigeno del que volvían a usar para quitarle a las moléculas de alimentos la energía química almacenada en ellas. De esta manera se realizaba el proceso contrario de la fotosíntesis, en que una moléculas de azúcar se rompe, cede su energía y sus átomos se recombinan formando gas carbónico y agua.

Eso sigue sucediendo en las mitocondrias que hay en las células de todos los animales, incluso el hombre, que aparte del agua que se bebe y que ingiere en la humedad de sus alimentos, sintetiza más de un vaso de agua por día. Eso explica el hecho de que el líquido arrojado por la orina, por la respiración y por el sudor tenga un nivel mayor que el que hemos tomado. No sólo de este modo se restituye el agua descompuesta por las plantas. Cada vez que arde un vegetal, el carbón piedra, el gas metano o un derivado del petróleo, los átomos de hidrógeno son dejados en libertad y al entrar en contacto con el aire y encontrarse con el oxígeno, ambos se abrazan indisolublemente engendrando agua.

Prenda usted un fósforo en el interior de un vaso de vidrio boca abajo, completamente seco. Notará dos cosas: la llama muere al consumir todo el oxígeno que había en el recipiente. Pero este no desaparece pues luego de combinarse con el hidrógeno que había en la celulosa del fósforo, reaparece en la película de agua que usted podrá advertir en la pared interna del vaso. Lo mismo puede verse en los vidrios de las ventanas de cocinas cerradas con las hornillas encendidas. Por la misma razón un gran incendio forestal lanza al aire toneladas de agua en forma de vapor.

 La Ciencia Amena. Arístides Bastidas
 27 de Octubre de 1982

enero 09, 2014

Al fundar la antisepsia Ignacio Felipe Semmelewiss abordó la nave en que los envidiosos harían naufragar su vida.

Al fundar la antisepsia Ignacio Felipe Semmelewiss  abordó la nave en que los envidiose harían naufragar su vida.
Aún existe en Budapest el Hospital St. Rochus, donde Semmelweiss reconfirmó la importancia de la antisepsia.

Hubo una época en la que los más pulcros hospitales de Europa, se morían como condenadas inrremisiblemente a la última pena, doce de cada   cien mujeres recientes paridas. Las dos autopsias revelarán que la llamada fiebre puerperal era la causa de estas defunciones que ocurría incluso, en pacientes que había ingresado llena de salud, en las salas de obstetricia.El médico y biólogo Ignacio Felipe Semmlweiss (1818-1865)., era un recién graduado cuando se preguntó por qué ese final trágico no le acontecía a las parturientas atendidas en sus domicilios por sus comadronas. Lucía realmente aventurada la sospecha de un investigador que no había cumplido los 28 años: eran los galenos, a pesar de su toga y birrete los responsables de un mal que no se registraba en manos de las parteras empíricas? 

Semmlweiss  había nacido en ciudad de Pest, al sur del Danubio, asiento de mercaderes y de gentes comunes y trabajadores. Por esa razón era vista desdeñosamente por los habitantes de la margen norte de la otra urbe, donde estaban los poderes públicos y los aristocráticos orgullosos de sus títulos,  sus blasones, y de otras necesidades. El muchacho era despierto y a pesar de la humildad de su origen, pudo conseguir los médios para cruzar el río y para lograr que lo admitieran en las aulas de la Universidad de Buda. El acceso al plantel se lo habían facilitado los mismos profesores que los examinarán y apreciarán su promisoria e inteligencia. 


Si Semmelweiss hubiera vivido un año más, habría disfrutado la satisfacción y el desagravio implícito, que le hubiera dado Pasteur al denunciar a los microbios causantes de enfermedades.

No les defraudaría su confianza pues a los 23 años ellos mismos se complacería poniendole las calificaciones de Summa Cun Laude su tesis doctoral. El prestigio era tal que muy pronto fue llamado por las autoridades sanitarias de Viena, capital del imperio Austro-Húngaro en 1844. Se le nombró jefe de servicios de partos y de inmediato el entendió que  algo debía corregirse con urgencia,  para impedir de desenlace luctuoso de madres que había estado a luz venturosamente. De cierto hecho infortunado le permitió intuir lo que pasaba,  algo desconocido había infectado la pequeña herida de un dedo, que un médicse hiciera mientras disecaba un cadáver.

Este murió a los pocos días y Semmlewiss  advirtió que tanto los síntomas del enfermo autopsiado, coincidían con las de la fiebre puerperal. El especialista dedujo que estaba ante un enemigo invisible y en 1847 dispuso que todos sus colegas se lavaran bien las manos, posibles fuentes de contagio, con una solución de cloro, el mismo que hoy se usa para hacer agua potable. Bajo protesta fue cumplida su disposición, cuyo éxito se evidenciaba al año cuando se había reducido al 1% el 12% de los decesos por fiebre puerperal. Sin embargo, los facultativos austríacos estarán resentidos, pues no quería aceptar que el  húngaro les enmendara la plana, ni mucho menos que les atribuyera las comadronas una higiene mayor. 

Los microbios serán conocidos pero a nadie se le había ocurrido pensar que seres tan minúsculos pudieran minar la vida de un hombre fuerte. Tampoco nuestro biografiado de hoy les reconoció ese rol. Sin embargo, los atacaba como quien lucha victoriosamente contra un adversario en la más absoluta oscuridad, pues el cloro mataba los estreptococos hemolíticos que se fijaban en las manos de los médicos al ponerse en contacto con los cadáveres que debían disecar. Luego, en las maniobras de parto, los microbios pasaban al útero, cuya mucosa convaleciente y sangrante, era un caldo de cultivo para tales gérmenes que de inmediato formaban colonias móviles que se desplazaban por la sangre. 

Semmlewiss  no podía conocer esta explicación, y por este punto flaco sus celosos colegas, lo hicieron devolver a Hungría, aduciendo razonamientos patrióticos, cuando esta nación se alzó contra Austria. Semmlweiss repitió felizmente su experiencia en el hospital St. Rochus de Budapest, pero en su suelo natal también sufrió los ponzoñasos de la envidia profesional. Se le llamó charlatán y se le apostrofó de farsante mientras se consideraba que las bajas de la mortalidad con la antisepsia que él había creado, eran casuales y carecían de un fundamento científico. No resistió la presión del agresivo escepticismo que lo rodeaba y terminó confinado en un manicomio. En 1865, año de su muerte, aparecía el hombre que le daría la razón ante la ciencia y la historia: el químico Luis Pasteur.

enero 08, 2014

Dos millones de ventanillas tiene el aire acondicionado que en tiempo de frío y de calor funciona dentro de nuestro cuerpo.

Dos millones de ventanillas tiene el aire acondicionado que en tiempo de frío y de calor funciona dentro de nuestro cuerpo.


No son las ropas en sí las que preservan de la deshidratación en el desierto, sino las capas de aire que obran como ailslantes del calor entre ellas y el cuerpo de quienes las portan


Una fracción de las moléculas de agua que forman las nubes es aportada por los seres de la especie humana y otros mamíferos, cuyos termorreguladores, provocan el sudor para mantener estable la temperatura del cuerpo. Tenemos en la base del cerebro, el hipotálamo, un centro de diversas responsabilidades entre las cuales está la de impedir que nos calentemos demasiado. En el primer caso faltaría la energía para las reacciones químicas de la vida en el protoplasma celular. En el segundo, el exceso de energías alteraría las sustancias utilizadas en la continua renovación de los tejidos del organismo. Se deduce de ello la gran importancia fisiológica de la transpiración.

Disfrutamos junto con los caballos y miembros de otras especies, el privilegio de innumerables y microscópicas ventanillas a lo largo de la piel. Se trata de los poros que son las boquillas externas de tuberías enrolladas como ovillos debajo de la dermis y a partir de las ramificaciones más periféricas de los vasos capilares. Estos ovillos que terminan en los poros son las glándulas sudoríparas de la cuales tenemos un copioso surtido: dos millones. Ellas constituyen un sistema de aire acondicionado casi perfecto, pues transportan un líquido constituido por agua en una noventa y nueve por ciento; sal común, otros cloruros e indicios de fosfatos en un 0,6 %, urea y ácidos grasos en un 0,4%. 



 Aquí vemos la conexión de los capilares con las glándula sudoríparas a través de cuyos microscópicos  calibres sale el dudor vaporizado, para condensarse en la piel de la que se desprenderá gasificado. 

 El sudor es el vehículo del calor sobrante en el interior del cuerpo y al salir se evapora dejando una impresión de frescura por el principio de que todo gas que se desprende absorbe calor. Todos hemos sentido la sensación helada que quedaría en el sitio en que nos echáramos éter. El proceso de transpiración no se detiene nunca aunque en el frío se vuelva imperceptible. En un ambiente normal cada persona expulsa hasta un litro de sudor por día, el cual arrastra quinientas calorías en promedios, o sea el veintidós por ciento de las que gastamos en cada lapso de veinticuatro horas. En los trópicos nuestro sistema termorregulador se las arregla para estar con Dios y con el Diablo.

Digo esto porque nuestros cuerpos emplean en su que hacer bioquímico las radiaciones solares disminuyendo así el consumo de carbohidratos, azúcares y grasas que es alta en los climas templados de Europa y Norteamérica. Pero al mismo tiempo aumenta la segregación de sudor para contrarrestar la quemante acción del astro rey. También lo hace para neutralizar el calor de un atleta en plena acción, determinando por la elevada combustión que suscitan sus tejidos y por la fricción propia de sus movimientos. Hay ciertos animales que se asfixiarían con una competencia de treinta o cuarenta metros. Entre ellos se hallan los chigüires porque carecen de glándulas sudoríparas y no pueden refrescarse arrojando borbotones de saliva caliente por la boca como lo hacen los perros que tampoco las tienen.

Se ha demostrado que en el desierto un hombre puede perder hasta un litro de agua por hora, debido a los reajustes impuestos por las glándulas sudoríparas y por su amo y señor, el hipotálamo. Ahora bien, si en vez de las gruesas ropas que le preserven a un beduino la humedad de la piel, se le expusiera desnudo, podría sufrir en 60 minutos una deshidratación de casi cuatro litros y un gasto energético de dos mil calorías, equivalente a las que obtendría en medio kilo de pan. Hay personas con tendencia a la sequedad de la piel, anhidrosis, en oposición a otras que con un aumento leve del termómetro sudan copiosamente, hiperdrosis.

Hace más de doscientos años se sabe que el sudor da olores tan individuales como las huellas dactilares. El origen de estos y el de otros emanados de pies y axilas se explica por el efecto de los ácidos grasos volátiles que salen en las gotas de este compuesto orgánico transparente y de sabor salado. Por cierto que hay científicos que han acogido como fenómeno cierto el aludido por el evangelista Lucas en este versículo: “Y fue su sudor como gotas de sangre que corrían hasta la tierra”. En efecto, ese síntoma atribuido a Jesús cuando oraba en el Monte de los Olivos se denomina hematidrosis y es experimentado en zonas debilitadas de la piel por personas sometidas a emociones fuertes como la tristeza y la angustia que Mateo viera en su Maestro en vísperas de la inmolación. 

 La Ciencia Amena. Arístides Bastidas. 10 de Octubre de 1985.

enero 07, 2014

Una trampa erótica- atómica permitió a la agricultura científica acabar con el moscardón destructor de las ganaderías.


Con esta máquina los huevos del moscón eran bombardeados. Los disparos de los rayos gammas del cobalto 90 los despojaban de su fertilidad

Las emisiones de los átomos o  Isótopos radioactivos pueden cambiar las instrucciones en los genes de cualquier ser viviente. Hoy se trabaja más que nunca en la posibilidad de usarlas para obtener razas y animales,  más competentes y más productivas que las conocidas. Nuestra Universidad de Zulia logró variedad de sorgo, con ventajas que les fueron transmitidas mediante el bombardeo de radiaciones. Mientras tanto, el éxito más extraordinario en este terreno sigue siendo el de la confabulación erótica nuclear de genetistas, físicos, químicos y entomólogos  contra un agresivo insecto:  el moscón azul, que devoraba la carne en las propias vísceras del ganado antes del matadero.

Veinte años después del descubrimiento de los rayos X, los biólogos sabían que estos podían esterilizar a animales minúsculos, lo cual era probado a comienzo  de la Primera Guerra Mundial en el carcoma del tabaco. Estas investigaciones se mantuvieron en un plano básico y por eso evolucionaron paulatinamente. Nadie pensó en la aplicación que podrían dárseles contra ciertas plagas hasta que en 1937, E. F. Knipling,  del departamento de Agricultura de los EE.UU., concibió la traviesa idea  de dejar a los machos sus virtudes hormonales y quitarle las de su reproducción.  Este plan era imposible pues. quién sus lleva encargarse de atrofiar las células seminales en cada nuevo insecto? 

Con sus doce milímetros de largo el moscón azul, que causara destrozos en los rebaños estadounidenses, es hoy un animalito de experimentación que come carne cuando le dan.   

En los años cuarenta los EE.UU. veían aumentar las invasiones del  moscón Cochliomyia hominisvorax, el cual depositaba hasta 150 huevos por vez. en cualquier rasguño leve en  vacas  y novillos. Las larvas nacían con un atornillador en la boca, a través del cual expoliaban miles  de  millones de toneladas de bistec de a la población norteamericana. Las pérdidas aaterraban a criadores y a consumidores cuando el flagelo saltó de la Florida a Texas y Georgia.  Fueron inútiles las sustancias para neutralizar a las mscas, inmunes al recién inventado DDT, por su esaparecida distribución. Investigadores Melvin y Busland se preguntaban qué hacer con los criaderos en los que estudiaban a la causante del azote.

Cuando creían que era inútil aquel esfuerzo en medio de una asqueante  mezcla de carne y sangre podrida, hicieron una observación  propia de su perspicacia científica. Las hembras, renunciaban para siempre al placer del ayuntamiento sexual, después que experimentaban el primero. Obviamente, no necesitaban los demás aparamientos  para fecundar sus anidadas. Los investigadores se acariciaban sus barbiillas tratando de saber cómo podrían  aprovechar tal característica. El equipo se amplió con especialistas en radioisótopos, quienes asumieron la responsabilidad de dispararle rayos gamma a los genitales de machos que estaban en la fase de de crisálida. 

El día del experimento los resultados superaron las expectativas. Los machos radiados y estériles aventajaban a los normales en la conquista de las hembras y en sus  acoplamientos con ellas  las cuales, después del encuentro nupcial, no tendrían más contacto. 

El ensayo al por mayor se realizó en la isla Sanibel, frente a la Florida, donde el flagelo quedó eliminado. Un año después estos moscardones atomizados eran liberados en Curacao,  donde también quedaba erradicado el problema. En la Florida surgió una bioindustria consistente en la producción de estas moscas con impulso sexual pero estériles, que eran  exportadas a fincas en todo el mundo. El consumo de ellas en Estados Unidos llegó a sobrepasar los 80 mil millones.

Los norteamericanos tienen un servicio de mantenimiento contra este insecto, a pesar de que en 1966 dejó de ser una amenaza para sus bovinos. El departamento de agricultura estima que los 100 millones de dólares dedicados en 1950 a este programa fueron inversión recuperada centenares de veces con el ahorro de las crecientes pérdidas de producción agropecuaria que padecía por esta razón. En Venezuela se trató en vano de controlar así  al Chipo, transmisor del mal de Chagas,  pero hubo el inconveniente de que las hembras cohabitaban varias veces y que sus consortes normales son tan ávidos del disfrute amatorio como lo que carecen de la facultad para multiplicar.

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