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enero 02, 2010

Con sus linternitas oscilantes los isótopos radiactivos lo ven y lo revelan todo cuando los meten en nuestros cuerpos.

Ya SABEMOS que nuestros ojos son demasiados toscos para captar las pequeñísimas longitudes de onda que caracterizan los rayos. La importancia de su descubrimiento se ha hecho mayor para la ciencia a medida que pasa el tiempo. Sin embargo tenían la limitación de que solo retrataban las partes duras. Para captar con ellos las partes blandas del cuerpo, que se hace necesario la ingestión de un líquido contraste que muchos pacientes no pueden tolerar. Y aun en los casos en que no ocurre este inconveniente, tiene otro de que no llega a las zonas intersticiales ni nos muestras deformaciones microscópicas, causantes de problemas serios de salud. Hacia falta otro medio para explorar detalladamente a los órganos que nos forman.

Los isótopos radioactivos en los pulmones, despiden impulsos que al ser ampliados, se registran graficamente durante la escintigrafía.

En los años 40 fallaron todos los intentos de enviar sustancias a zonas determinadas del organismo con el fin de que nos dijeran lo bueno y lo malo que encontraran a su paso. Al finalizar la guerra en 1945 los científicos y los políticos, algunos de ellos con remordimiento de consciencia, se apresuraban a desarrollar planes para usar la energía atómica a favor de la especie humana y de la paz. En 1934 los esposos de Frederick e Irene Joliot Currie habían descubierto la radiactividad artificial, es decir, la desatada por el hombre en sus laboratorios. Con ese fin tomaba átomos normales, y les sobrecargaba el núcleo hasta hacerlos inestable.


Los contadores Geiger - Muller son detectores electrónicos que reflejan en un centelleo luminoso o golpeteo sonoro la radioactividad de los isótopos, vengan de donde viniera.

Tales átomos trataban de recuperar su estabilidad, desintegrando algún nucleon. Así empezaban a expulsar radiaciones, las cuales, se podían medir por la velocidad del golpeteo sonoro o del centello luminoso en los contadores gelger. En 1935 Schoenheimer había descubierto con el deuterio, que las grasas que comemos tenían que pasar ocho días como parte del tejido adiposo, antes de que el organismo utilizara su energía. Había hallado también que el gas carbónico que expulsamos por toxico, era parcialmente usado en la confección de ese combustible biológico concentrado, que es el glucogeno del hígado. Aquel año también se había hecho un pequeño ensayo sobre el comportamiento del fósforo radiactivo en los tejidos animales.

La guerra había detenido tales trabajos, pues todo el esfuerzo para el dominio de la fuerza nuclear, se dirigía exclusivamente a la confección del pavoroso artefacto. En 1946 y en la preocupación de la energía nuclear dejara algún provecho constructivo, tales estudios encontrarían un marco adecuado. Previamente se comprobó que la introducción de microdosis de átomos e isótopos radiactivos en el cuerpo no causaba daño. Los utilizados eran los que despiden las radiaciones gamma, que por ser las más poderosas, dejan un rastro fácil de seguir con los contadores geiger, administradas en cantidades del todo inofensivas. Así fueron las vísperas de la medicina nuclear, en las que el país tiene a especialistas tan calificados como Raúl Vera y Rubén Merenfeld.

Pronto se supo que cada isótopo enviado a través de la sangre se detenía en un órgano al que era a fin: los del yodo, en la glándula tiroides; los del fósforo, en los huesos; los del oro, en el hígado; los del cromo, en los glóbulos rojos; los del tecnecio, en los tejidos cerebrales y así sucesivamente. Con isótopos radioactivos se estableció por ejemplo que la orina de hoy contiene el agua que nos tomamos hace un mes. Esto dejo claro que el cuerpo humano protagoniza una perpetua renovación en sus materiales. El agua que nos bebemos hoy iniciara una aventura a través de los billones de células hasta que finalmente encontrara en los riñones la puerta de salida.

Gracias a los isótopos radiactivos, algunos de los cuales se aplican en el tratamiento de ciertos tumores malignos, pudimos establecer que los glóbulos rojos duran tres meses y que nuestros organismos no se desprenden del hierro que había en ellos, sino que lo recicla en la fabricación de los reemplazantes. Con esta técnica se precisan las cantidades de sangre que los ventrículos arrojan por minuto y la velocidad de la circulación. Con este recurso son explorados el hígado y los riñones, para determinar las anormalidades que pudiera haber en su funcionamiento. Se ha avanzado mucho en este aspecto pero son muchas las expectativas insatisfechas de esta medicina.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Gracias por esta nota tan informativa. Me enteré de muchas cosas

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