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octubre 31, 2009

El electrón es como un mago que hace aparecer un conejo pero no nos dice en qué consiste el truco.


Entre las maravillas de la energía del átomo se observa con asombro que los electrones nunca caen en el núcleo, por más que giren en torno a él.

No es muy exacta la comparación según la cual, los electrones vuelan en torno del núcleo como las abejas alrededor del panal. Las vueltas de las abejas en torno al panal son pocas, tienen un trazado caprichoso y los insectos terminan por meterse en él. Las vueltas de los electrones son interminables, describen órbitas perfectas en torno del núcleo y jamás caen en su interior. Además, las vueltas de las abejas no pasan de un metro por segundo: la de los electrones en torno al núcleo suelen ser de 2.400 kilómetros por segundo. Esto sin contar que, en los casos en que disponen de suficiente energía, pueden darse el lujo de empatar una carrera con la luz a las velocidades máximas que ella desarrolla al vacío.

Hasta 1911 los físicos estuvieron confusos con respecto al lugar que el electrón ocupaba en el átomo. Sabían que estaban allí, pero no podían ubicarlo. Las admirables investigaciones realizadas en un espacio infinitesimal e inconcebible, permitieron al fin localizarles lo que pudiera haber sido su escondite. Los físicos teóricos Bohr, Moseleu, Pauli fueron los descubridores del funcionamiento del electrodo en el átomo. Resulto ser la primera cosa provista del don de la obicuidad, pues podía estar en un sitio y casi simultáneamente en todos los restantes de la orbita fija en la que le tocaba circular. Posteriormente, se supieron dos cosas que iban a determinar una concepción mas precisa de la estructura del átomo.

Primero, que las orbitas estaban a diferentes distancias del núcleo atómico. Aquello era como si a distintas pero muy precisas distancias del panal hubiera grupos de abejas describiendo siempre las mismas orbitas. Pero, estas abejas son más disciplinadas que los antiguos batallones de soldados prusianos. En la orbita mas cercana del panal estarían solo dos, pues no habría sitio para mas nadie. En las órbitas de los siguientes niveles, cada vez mas alejados del panal, podría haber un máximo de ocho abejas en la segunda; de 18 en la tercera; de 32 en la cuarta: de 50 en la quinta: 72 en la sexta y así sucesivamente.

El lector se ha dado cuenta por supuesto, de que estas abejas siguen representando a los electrones y de que el panal sigue simbolizando al núcleo. Otro hallazgo no menos notable fue el de que las orbitas no eran los círculos concéntricos que podemos trazar sobre el papel con un compás. Eran como aros de diferentes diámetros dispuestos contra los diversos lados de una esfera transparente. En los años 20 esta subsección del microcosmos era examinada por los científicos con la pericia de un baquiano que no conoce toda la selva, pero sabe las veredas por donde puede cruzarla sin perderse, con el fin de descubrir las demás cosas que se ocultan en ella.

Se dieron cuenta de que aunque los electrones comprenden una masa tan insignificante, que no llega ni siguiera a 0.1% del átomo, su contenido en carga eléctrica era proporcionalmente igual pero a la inversa, del que había en el gigantesco núcleo. Notaron también que la capa exterior nunca tiene más de ocho electrones, aunque en las intermedias las hay con un número varias veces superior. Cuando esa capa tiene menos de ocho electrones, tiene a completarse tomando electrones ajenos. Es típico el ejemplo de que los siete electrones ajenos de la capa exterior del cloro se apropian del único electrón de la capa exterior del sodio, para constituir la sal, culpable sin quererlo de que la gente se vuelva barrigona o sufra de hipertensión arterial.

Los físicos encontraron que cuando un electrón decidía mudarse a una orbita inferior, o cuando estaba a punto de caer dentro del núcleo, adoptaba una decisión sabia y prudente. En ambos casos se deshacía de la energía sobrante, engendrando luz. Pero un electrón que absorbiera luz en una capa inferior ascendería has las superiores, aunque no por la vanidad de los nuevos ricos que buscan asiento en el Country Club. Mis indulgentes lectores habrán advertido que así el entendimiento humano supo al fin de que modo se podía absorber luz o producirla. Es mucho lo que hemos aprendido del electrón, pero las maravillas que nos sigue obsequiando en la electricidad que generamos, en el transporte de imágenes en menos de un segundo de una cara a la otra de la Tierra, en los fantasmales cálculos de las computadoras, nos hacen ver que estamos apenas en la comprensión de las primeras letras de un alfabeto, que no tiene 29 como las del castellano, sino millones y millones de ellas.

1 comentario:

Anónimo dijo...

En breves trazos ¡Cu`nto aprendemos del maestro!

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