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abril 05, 2008

Los niños ven la desnudez con inocente curiosidad: son los grandes quienes la contemplan con picara frivolidad.

En nuestro primeros años estamos liberados de los tabúes de la desnudez, pero en la madurez puede significar un pecado.


Cuando una niña y un niño se miran desnudos, su lógica funciona. ¿Por qué sin son iguales nuestros ojos, nuestras narices, nuestras bocas, nuestros brazoss, nuestras pierna y nuestros cuerpecitos, por que somos diferentes en esto? La mayoría de los padres no están bien preparados para responder la pregunta, y una gran parte de ellos se ruborizaría antes de contestarlas. “son diferentes en esto porque no son iguales en todo, por que tú eres un varón y tú una hembra”, es lo que habría que decirles de inmediato. En vez de ello, le sembramos con nuestra actitud una sensación de misterio y de cosa prohibida con algo tan natural como es la diferencia sexual. Es increíble que en los niveles actuales de la cultura humana, la gazmoñería siga desvirtuando la verdad.

Cuando mi hermanita me indagaba sobre lo que yo tenía, mi papá hacia gala de su sabia pedagogía campesina: “ese es un pichoncito que le compre a Arístides en Barquisimeto. A ti te compre esta muñeca ¿Qué prefieres?” y mi hermanita no habría cambiado por nada del mundo la muñequita de celuloide que guardaba en un rincón. De ese modo nos afianzamos en San Pablo el sentido de nuestro sexo. Yo me sentía orgullo de mi supuesto juguete y mi hermanita también lo estaba del suyo. De ese modo quedé bien formado, ya que si no soy un modelo en este aspecto, estoy a salvo de las falsificaciones necias o interesadas, de las cuales es objeto el sexo.

No hay nada malo en el deseo de algunas niñas de ser como sus hermanitos. Lo que en verdad les envidian es la libertad con que pueden subirse a un árbol o a un andamio. Como los varoncitos tienen todo esto es inusual que ellos quieran ser como sus hermanitas. Las limitaciones que sufre la mujer en todas partes la acompañan desde su infancia. Su mayor inclinación a la obediencia, el sometimiento que les impone la madre, se traducen en adquisición temprana de un carácter. La hembra es más disciplinada en la escuela y su vida interior es más rica y más metódica. Se queja menos que el varón por que es menos exigente y mas resignada. ¿Fue siempre así o este es un comportamiento surgido al calor de la civilización?

Yo creo que esto es de reciente data. El hombre primitivo no veía a la mujer como un plaza placentera. Actuaba impulsado principalmente por el instinto de la reproducción. Se dice que los instintos andan desbocados. Esta cualidad del instinto sexual es nueva entre los humanos. Ningún instinto más moderado que el sexual entre los cavernícolas. Ellos, al hacer el amor, aceptaban el control de las leyes naturales que el nombre moderno pisotea en similares circunstancias. Ante el cerco que le tiende el macho, la mujer ha desarrollado defensas. Entre ellas está la de meditar cada uno de sus pasos. Como el hombre no esta obligado hacer lo mismo, medita menos y madura menos.

Por estas razones, una muchacha de veinticinco años posee una inconsciente experiencia, mayor que la del joven de su misma edad. La mujer madura pronto y el hombre madura tardíamente. La mujer suele casarse con un hombre que le aventaja varios años de edad. Esto se debe a que solo un cónyuge mayor que ella, la esposa encuentra el equivalente aproximado de su madurez. Estudios realizados por la Liga Venezolana de Higiene Mental revelan que es pura patraña de versión, según la cual, el hombre es mas ardoroso que su compañera. El gusto por el intercambio amoroso es igual en ambos. Solo que la mujer le atribuye una trascendencia superior y demanda un acopio emocional mayor para disfrutarlo integralmente.

Las hormonas femeninas son cuantitativas y cualitativamente igual a las hormonas masculinas, en sus correspondientes radios de acción, desde luego. Suponer que no es así seria como creer que dos corrientazos de ciento diez voltios son desiguales, porque preceden de baterías distintas. Es hora ya de tratar con adecuada franqueza a los niños. Ellos descubren nuestras mentiras y se ríen por lo bajo, cuando les referimos el cuento de la cigüeña. Entre los embustes que debemos derribar ya, está el de que la desnudez es un pecado. Sorprende que quienes más creen sean gentes piadosas. Es como si hubieran olvidado que Adán y Eva se pusieron la hoja de parra, después que cometieron la travesura de la manzana.

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